jueves, 31 de mayo de 2012

El presente


Observaba distendido las palomas de mi ventana nueva, tan nueva como vieja y recordaba aquellas estaturas desde las que también observé palomas y también observé desde ventanas. Debido a la columna de hoy, debo decir que creía recordar pero que un recuerdo no es un momento y agregar entonces que vivir es sólo cuando se dice en presente.
Atesoraba entonces, un recuerdo. Recordando, descubrí su imperfección. Descubrí que ese momento, ese sentido, no era más que una idea vaga de lo que fue en un preciso instante. Descubrí, que ese paso que acababa de dar, ya no era mi presente.
Descubrí, entre tantas cosas, que ese momento trascendente dejó de serlo a partir de que dejé de vivirlo y comencé a pensarlo. Descubrí entonces que vivo en pasado y vivo, ahora en este instante, en el que siento que detengo la maquina del mundo, en pasado.
Quizá me equivoque, pero nada tiene mas vida después de haber vivido. Nada tiene vida antes y nada tiene vida después de haber sido. Existe sólo un instante mágico en el que todo sucede y muere justo antes de que podamos advertirlo.
Podemos pasarnos nuestra existencia albergando, cual reliquias, momentos en nuestra memoria. No serán más que imperfecciones que seguirán alterándose una y otra vez en tanto las recordemos. Podrán incluso colmarnos de regocijo pero la vida es en ese instante, en ese ahora.
El tiempo instrumental me dice que la concepción de un segmento del mismo, por más mínimo que sea, no puede ser en presente. No puedo pensar este segundo que pasó, ni el siguiente. Cuando lo pienso, ya ha pasado, ya es historia.
Descubrí entonces que ese beso, que ese abrazo, fue algo que no estaba pasando cuando tuve posibilidad de advertirlo. Descubrí que este largo suspiro que estoy dando  sólo expulsa aire añejado.
Descubrí entonces, para mi deleite, que no tengo mas vivir para estar vivo. Que no tengo más posibilidades. Que mis muertes están antes y están después de ahora. Que mi vida es ahora, que mi instante de conciencia es ese espacio de tiempo insalvable que acaba de pasar.
Descubrí, en un ahora pasado, mientras esgrimía una sonrisa, que el presente perfecto es justamente ese instante que acaba de pasar, casi imperceptible, pero que solo alberga la vida.
El presente perfecto es ese instante en el cual lo mínimo supera lo mágico y lo hace posible.     

martes, 29 de mayo de 2012

La lucidez


Quizá en esta columna me desvíe un poco del eje central de la discusión que intentaba sostener en semanas anteriores.
Pretendía entonces pensar en torno a las distracciones, a los planes para distraernos que hacemos cotidianamente y la valoración inaudita que hacemos de esa distracción.
El hombre se ha caracterizado, a lo largo de su vida, por buscar algo, algo que lo desvela. Quizá, y esto es una opinión personal, las búsquedas más nobles hayan sido aquellas que perseguían la verdad o una Verdad mayúscula, ultima; quizá la búsqueda de la justicia o la Justicia (también con mayúscula); o quizá la búsqueda de las búsquedas, la búsqueda de la felicidad, que para muchos se encontraba tanto en la verdad como en la justicia.
Mi pretensión actual, y algunos me acompañaran en ella (otros no, están en su derecho),  es la de afirmar que el hombre ha perdido significativamente esa avidez por la búsqueda de algo utópico, ese desvelo por aquello que lo ponderaba por encima ese lugar minúsculo que ocupa en el tiempo infinito del universo.
¿Qué persigue el hombre común  en nuestro tiempo? Quizá el hombre de nuestro tiempo haya perdido ese instinto de búsqueda, de pensar que haya algo más allá de lo que sus ojos puedan ver o sus manos puedan tocar.  Quizá, el hombre de nuestro tiempo ha encontrado respuestas por doquier a preguntas que no hizo nunca, pero que de alguna manera han opacado el instinto mágico de la lucidez, del estar-en-el-mundo.  Quizá las respuestas fáciles a preguntas in-humanas (que no son del hombre) han postergado la búsqueda hambrienta volviendo al ser del hombre tan finito como el hombre mismo.
Estimo que se da en nuestro tiempo una avidez por la pasividad y por el consumo que contrasta radicalmente con la avidez por el conocimiento o el pensamiento del mundo que nos rodea, el mundo en el que estamos inmersos innegablemente estemos vivos o pareciéndolo.
La huida al pensar en lo que sea que esté más allá de lo fácil, de lo dado, de lo que está a la mano es un recurrente que tiene cada vez más ejemplares. Por lo que la pregunta anterior respecto de qué sea aquello que persigue el hombre común en nuestro tiempo, debería ser orientada más bien a: ¿qué piensa el hombre común en nuestro tiempo?  Y esta última pregunta, en aras de disipar cualquier indagación desorientada debería preguntarse más bien: ¿piensa el hombre común de nuestro tiempo?
La respuesta sólo la sabe cada uno, pero creo que el solísimo hecho de preguntarse a cerca de uno mismo es de suyo una enorme pregunta que puede llevarnos a todos por infinitos lugares comunes en los que seguramente nos sentiremos tanto más a gusto con nuestra humanidad que cuando nos preguntamos por la vida de un peculiar personaje televisivo o a cerca de un nuevo modelo de telefonía.
La lucidez, abrupta, rabiosa, no debiera conformarse con respuestas que no responden a las preguntas por lo que somos. Deberá perseguir aquello que es difícil de entender, aquello que nos exige un sacrificio, aun a pesar de las consecuencias, aun a pesar de que aquello con lo que nos topemos pese o no contraiga la alegría del divertimento estéril al que nos tiene tan acostumbrados una gran parte de la sociedad. La búsqueda de aquello que más llama al hombre a ser hombre, de aquello que mejor nos sienta a cada uno, no es una búsqueda feliz ni llena de regocijos, es una búsqueda por algo que no se persigue para algo o como fin de la vida. Se persigue sino como medio de vida.   

jueves, 24 de mayo de 2012

Nuestra revolución


Quizá haya que naufragar en medio de mucha historia o ahogarse en muchas histerias y aun así, jamás conseguiríamos vislumbrar el acontecer de una revolución que luego de que la historia hiciera su revisión, su selección y se contara tanto por necesidad como por auto -  adulación, nos dejara a hoy para análisis el símbolo, pequeño, acotado, quizá imperceptible en la tibieza acostumbrada del estudio mundano que hacemos tan recurrentemente.
De los aconteceres, en general, quedan símbolos que dentro de la totalidad escindida e inenarrable de esta referencia que nos queda destellan, simbolizando el suceso, en este caso histórico, el cual no puede subsumirse en un relato, un discurso, una historia, un hombre, unos hombres, unas mujeres, etc.
Queda entonces la anécdota que habla de la posibilidad, del tiempo y de la circunstancia en la cual convergen estas dos. De lo posible, pensar lo impensado sin equiparar “impensables” a “imposibles” que son cosas bien distintas. Lo impensado ahora refiere a lo nuevo, a lo que no es, a lo no sido, al cambio (real). Del tiempo, decir por supuesto que todo tiempo tiene de distinto a otro precisamente su otredad, su ser otro y que lo posible no pude ser pensado sin ser pensado en un tiempo determinado.
La revolución, nuestra revolución, era un impensado posible, una novedad (real) circunstancialmente realizable por la existencia de una voluntad de cambio.
Entonces intento volver al símbolo, que es bien y pronto lo que tenemos, con lo que contamos. Aunque contemos con historias y discursos miles, hay un símbolo que nos dice algo si lo desnudamos de historias cruzadas, de intereses privados, de causalidades políticas y de casualidades temporales. Queda el símbolo de lo posible y su certeza, del tiempo y de su cambiar y del hombre, los hombres cuyo semblante es la voluntad. Me quedo con esto, con que fue posible porque alguien pensó lo impensado y lo quiso posible, que podría no haber sucedido nunca pero sucedió así.
Entonces respiro profundamente, en mi habitación, en las márgenes del río y todo el aire huele a lo mismo. Todo huele a esa libertad que no tiene precio, que no vale ni siquiera la sangre de todos nuestros muertos y quizá valga mucho más que la sangre de todos nuestros vivos.
Celebremos nuestra revolución, celebrémonos.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Cinema Paradiso


Quizá sea indiscutible el peso de hablar del cine dentro del cine, el peso del homenaje al cine romántico dentro del cine romántico mismo. Entonces uno mira por vigésima vez  Nuovo Cinema Paradiso y no deja de encontrarla tan completa como la vida misma, con tantas expresiones de humanidad en el silencio que no deja de maravillarse. Y cuando suena la música, simplemente se hace la magia, porque es única, es magistral y habla el mismo lenguaje de la película que no es otro que el lenguaje del amor en la simpleza, en la simpleza que tiene el amor cuando es todo lo que importa.
Un pequeño paréntesis para el enorme Philippe Noiret que es de lo mejor que nos ha regalado el cine de cualquier rincón del universo.
Entonces uno mira la película por vigésima primera vez y es mejor todavía y no cansa, ni relaja el sentimiento que traspasa la pantalla mientras el cine romántico actual resulta soso y hasta decrépito, mientras en la actualidad se padece cierta vergüenza a la hora de exponerse hablando de amor. Y el valor de la amistad excede las valoraciones y el valor del amor entre dos amantes excede las palabras.
La mejor de todas, la única que voy a ver veintidós veces y veintitrés y mil veces más.  

martes, 22 de mayo de 2012

El cuidado de uno mismo

Quizá la política sea hoy confundida con el tema en boga en nuestros días, me permito disentir, de política se habla muy poco. Si en cambio, se habla mucho de lo político, del conflicto al cual tampoco hacemos  grandes aproximaciones sino que los protagonistas, por cuestiones de pura incapacidad, prefieren no profundizar.
Personalmente es un tema que me preocupa y ocupa, el de la política y lo político de la política; pero es a partir de esta preocupación, que he decidido postergar alguna reflexión directamente sobre la política, sobre lo político y detenerme en este preocuparse, en este ocuparse.
Siguiendo la misma línea filosófica (y pidiendo por favor que el término no espante a nadie), esta línea que sigue deprendiéndose de una lectura personal de “Ser y tiempo”, libro del cual surge el extraído titular de esta columna (Ser-en-el-mundo) de los cuales me comprometo a dar explicaciones a la posteridad, es que pretendía arrojar un poco de luz sobre esta cuestión de preocuparse, de ocuparse de uno mismo, del cuidado de uno mismo.
Y no es sino a partir de una apreciación personal de una merma constante y evidente en el cuidado del ser que somos cada uno que pretendo presentar esta cuestión.
Decía entonces que el cuidado de un mismo, el cuidado del ser que somos cada uno merma y es difícil creer en primer lugar, que el hombre pueda preocuparse por algo mas que por su propio ser, y en segundo lugar, que exista la posibilidad de un descuido creciente.
Que el hombre pueda ocuparse o preocuparse de cosas ajenas a ese ser que es cada uno es algo que no voy a descubrir, es real, es cotidiano. Descarto que exista la posibilidad de un descuido creciente por la sencilla razón de que el preocuparse, el ocuparse no se trasforman en un descuido, o en una despreocupación sino que el hombre que se preocupa por el hombre, el hombre que se preocupa por su ser, se preocupa en demasía, desde tiempo inmemoriales por aquello que encuentra a la mano,  por cosas, por útiles. Y es por esta actitud del hombre en el mundo, que hablo de una merma en el cuidado, en la ocupación y en la preocupación del hombre por el ser de cada uno.
Hablamos entonces de que el ser ya no se preocupa por el ser, o ya no se preocupa como debiera de su ser, de su ser que se expresa en ser posibilidad e inentendiblemente se preocupa y ocupa de las cosas, de los útiles que son ajenos a ese ser por antonomasia.
Hablamos de cosas y de útiles y nos referimos a cualquier cosa, a las cosas con las que cotidianamente nos relacionamos desde el dinero hasta una casa y no es mi intención poner ningún límite sino ilustrar posibles oscurantismos. Por supuesto, cuando hablamos del ser que se expresa en sus posibilidades o de ser posible, hablamos de cualquier posibilidad de ser en el mundo, de la infinita posibilidad del ser (del hombre) en el mundo.
Dejar de ocuparse de uno mismo y empezar a ocuparse de cosas que nos rodean, de útiles, es el comienzo del fin de la preocupación por las posibilidades de ser de cada uno, de ser cualquier cosa, de asumirse finito pero con infinitas posibilidades.
El hombre sabe que cuenta con tiempo, casi desde edades en las que prima la inconciencia el hombre es capaz de hacer planes, de perseguir fines y, esta es una consideración muy personal, es un despropósito inconmensurable usar el tiempo que el azar ponga a nuestra disposición, para pensar en cosas o peor aun para pensar en acumularlas cuando el hombre que somos cada uno no participa de ese ser de las cosas que sólo son cuando las usamos. Es decir, cosas inanimadas que animamos al uso. Repito e importa poco que suene redundante, ser esto que somos no se acaba o acabará jamás en las cosas, sólo se acaba donde cada uno delimite sus posibilidades.

En el páramo del tiempo

Pensaba en aquellas veces en las que decidimos esperar para hacer algo, esperar para hacer, esperar para actuar. Me encontraba con que en ese hacer o no hacer se va mi vida, o la vida de cualquiera. Me preguntaba, por curiosidad, ¿Qué se da en el no hacer, en el no actuar, en ese esperar?
Sentí que aunque no hiciera, aunque no actuara, mi vida, como la vida de cualquiera, se iba en ello. Puedo entender la carga trágica que toma el decir que la vida se va en no hacer, que la vida se extingue sin dar tregua. Aquí vale la pena extenderse a favor de entender, de lo trágico, dos cuestiones. La primera es deshacernos de aquella asimilación de lo trágico a lo negativo, al sufrimiento. Lo trágico es otra cosa, es la negación de un orden impuesto, de las reglas impuestas, de las formas impuestas. Lo trágico es la afirmación de la pluralidad, del ser posible. La segunda cuestión, que de esta negación de que las cosas sean de una determinada manera y de la afirmación de que el mundo no es de una manera sino que el mundo es sencillamente, se sigue el entender lo trágico no como lo bello ni como lo reconfortante, sino como la inseguridad de vivir una vida en la que no hay certezas, en la que no hay garantías, en la que vivir por vivir se justifican mutuamente. Quizá de aquí, de que no haya un para qué, de que no haya un destino o una forma de vivir, deba desprenderse el impulso o la fuerza por vivir, por vivir lisa y llanamente.
Pero sucede otra cosa, sucede que somos muy temerosos y necesitamos encontrar luces y no sólo luces, luces lindas y despampanantes al final del camino. Tímidamente actuamos, a veces cuando parece no haber otra salida, pero postergamos mucho más  de lo que hacemos sentados en nuestra confortable nube de la eterna ignorancia.    
Esta eterna ignorancia, por supuesto, no es eterna como no lo somos nosotros aunque prácticamente vivamos como si lo fuéramos. A veces el creer en un después nos distrae de un ahora, un ahora recurrente que nos esta pidiendo que seamos eso que somos, pero que seamos ahora porque después no se sabe.
Me detengo entonces, irónicamente, en el páramo del tiempo donde estoy sucediendo, sucediéndome a mi mismo aunque nada suceda y no dejo de encontrarme con mi bondadosa mortalidad que me dice que la enfrente,  que la sufra  pero que no la ignore porque aunque me de algunas ventajas sabe que ya ganó la partida.
Vivamos ahora, después no se sabe.

(13) La raíz y lo originario (el invariable derramarse del andar)


¿Qué habrá en el principio? ¿Cómo es que habremos llegado a esto?
Sin hablar de valores. Nunca importaron, nunca importó lo que no sea propio de cada quién aun en la pretendida importancia. Lo que es de todos por ser de nadie, a nadie debiera importarle.
El tejido de relaciones es tan inmenso y omniabarcante que nos imposibilita el salirnos cual sujetos a mirarlo desde afuera, por arriba o el absurdo que pretendamos. Y el nudo, ciego, ata todo y todo se ata al nudo, duro, sólo como el mismo.  ¿Qué hay allí donde el nudo tiene su ser? Allí donde el nudo tiene su centro, su anudar.
Sospecho que allí, en la raíz, de todo, lo nuestro, esta el arte. Innegable, comprensible y distante, contradictorio, liberal y moralista, omnipotente deidad subestimada: todo lo puede.
El arte como raíz de todo. ¿Qué trasfondo podríamos acusar de no ser artístico?  Si somos nosotros arte que se expresa en todo y aun en la inexpresión cotidiana. Cuánto arte esconde y muestra el silencio, rey de reyes, dios de las preguntas no respondidas que todo lo muestra a los sonidos que todo lo esconden.
Todo artificio se traduce en arte, en capacidad creadora en poder creador y he allí el meollo, he allí la raíz de la posibilidad de todo lo que somos. Allí, donde se despliega el deshacerse del nudo radical, allí estamos, solos con el artificio del pensamiento. A partir de allí todo: todo lo posible.
Me leerán, me pasarán de largo, harán un bollo de mí pero no podrán negarme el ser, ni aquello que abarque, ni aquel pedazo de actualidad que innegablemente describa. Aquel mundo que describo, que puede ser sólo mío pero que sencillamente podría no serlo.
Tal como el tallo, las hojas y las flores se deben a sus adventicios radicales, así nos debemos arte, así me debo a él. Seré y será mi arte o no seremos y, porque seré, seré arte, porque no podría ser otra cosa. 

lunes, 21 de mayo de 2012

El asombro


Me interesaba esta cuestión de preguntarse, de preguntarse cualquier cosa. Y me quedaba una sensación extraña, una sensación poco sensible.
Pensaba entonces en los niños, que preguntan cualquier cosa,  pensaba en esa tremenda capacidad de la curiosidad y de inocencia que les provoca soltar las palabras sin retenerlas mucho tiempo, que les provoca ese pensar libre de respuestas, ese pensar sin haber pensado.
Doy por sentado que todos fuimos niños y que de alguna forma recordaremos esa edad del asombro, ese asombro, que a fuerza de fijar ideas, se extingue. Se diluye en esta maraña confusa que identificamos como pensamiento.
Ya siendo hombres pensamos, y dejamos de hacernos preguntas “fáciles”, “inocentes”, “torpes”. Y afirmamos con una seguridad que asustaría al niño que fuimos.
Pensaba que quizá no haya preguntas “fáciles, “inocentes” o “torpes”, quizá el asombro ante el mundo que nos rodea, aquel que deja de asombrarnos porque nos habituamos a él, sea aquello que nos permitía separarnos a nosotros, a nuestro pensamiento, del resto de las cosas.
Si observamos con detenimiento y postergamos esa afirmación impulsiva que creemos tan verdadera, podremos observar en el niño, en cualquier niño, el brillo del asombro, la magia del enigma del desconocimiento. Aquello que les permite mirar el mundo por primera vez muchas veces, aquello que les posibilita divertirse con eso que a nosotros no tiene tan acostumbrados al aburrimiento.
Descubriremos que es el mismo mundo el que nos asombraba que ese que hoy no nos asombra. Algunos podrán objetar que nosotros hemos cambiado, yo sugeriré que seguramente sí, seguramente hemos cambiado, como cambia el mundo, como cambian los niños, como cambia el asombro. Podremos no asombrarnos de las mismas cosas, pero siempre podremos asombrarnos.
La vida es sorprendente.  Insisto, vivir es de suyo una grata sorpresa, la más grata de todas. Desde que nacer es algo que realmente no podríamos haber esperado.
Lo  que parece realmente importante es qué hacemos con eso, con ese segmento impagable, inconmensurable en cualquier comparación, inaudito.
No sabemos hacia donde vamos, ni si quiera sabemos si vamos hacia algún lado, si tenemos partes, pero me siento en esta silla y estoy mas vivo de lo que he estado siempre. Lo que sea que suceda, sólo sucederá ahora. Nadie jamás estará en este lugar pensando en esto, sólo yo puedo vivir por mí.
Un poco viejo siendo muy joven, he perdido ya cualquier interés por la originalidad. Me estoy moviendo en un terreno sumamente básico, nada hay mas elemental que la vida, por lo que mis pretensiones no suponen lagrimas o exaltaciones, estoy expresando algo muy simple pero que quizá por ser tan simple lo ignoremos o lo desatendemos. 
Podríamos pasarnos la vida persiguiendo una individuación que sólo nos volvería  una célula de una masa aglutinada  e indiscernible.
Esta es mi humilde distinción. Aquí están mis yoes, en un intento utópico de reunirse y redefinir algo que vivo redefiniendo y que, por recurrente que parezca, creo que ahí yace la gracia de la cuestión. En pensar esto, sin tantas extrapolaciones lingüísticas o pretensiones de elevarse a las estrellas, acá, en una silla, en unos quince minutos de realismo mágico. Si, sé  que realidad y magia son contradictorias, pero los hombres somos así.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Bombón, el perro


Cómo extraño verlo acostado en su hueco,
cómo extraño verlo escapar enfurecido,
cómo extraño su necesidad de afecto,
su pelo y su animal irraciocinio.

¿Cómo narrar simplemente una vida simple? ¿Cómo decir mucho cuando no hay tanto que decir y sobran las palabras?
La vida de Juan Villegas es la vida de Juan Villegas como mi vida es la vida de Leonardo Vergara, es simple como la veo a veces y otras veces es un documental sobre la mente hablado en ruso (del cual aclaro, no entiendo una sola palabra).
Hay tantos gestos en esta película que repito: sobran las palabras a veces, en estos casos, en los cuales los ojos y las comisuras de las bocas dicen tanto. En los cuales dice tanto la ausencia de diálogos en el mirarse entre un hombre y la magia de las casualidades, entre un hombre y su perro, entre un perro y su hombre.
El amor es algo extraño, no voy a descubrirlo yo, ni voy a descubrirlo en una película. El amor entre un hombre y un perro es algo complejo que quizá solo pueda narrar el silencio en la quietud de un mirarse conmovido, mas allá del tiempo, mas allá de lo que se sea o se haya dejado se ser. El amor entre un hombre y su perro no es un tema sencillo, el amor no entiende de comparaciones, porque la vida, en su esencia, es incomparable.





martes, 15 de mayo de 2012

Lo “nuevo” y lo nuevo (parte II)


Una vez dejada de lado la discusión “categorial” sobre lo “nuevo” y lo nuevo (lo realmente nuevo), podemos predisponernos, con todas las dificultades que la pre-disposición engendra, a ver qué pasa con lo nuevo, lo nuevo sin comillas.
Podemos, quizá desde una perspectiva filosófica, pararnos en el límite fino entre lo que somos cuando nos enfrentamos al mundo y el mundo al que nos enfrentamos que, estimo, es súbita novedad.
¿Cómo subsumimos entonces esa novedad de mundo que se está derrumbando continuamente encima nuestro mientras nosotros, los inescindibles de nosotros mismos, envejecemos? ¿Cómo subsumimos la novedad ante la necesidad imperiosa de esa paz horrible de la pretensión de un mundo estático, quieto y que no cambie porque deberíamos cambiar a su paso?
El transito de los límites es tan complejo que, por supuesto, no soy yo quien tiene las palabras justas para describirlo. Por caso, siempre me disgustó esta cuestión de las “palabras justas” la cual creo que es una categoría impensable, retórica y mentirosa. Vienen también al caso los estimables “momentos propicios” para algo o para nada. Tal como se dice al uso, “este es el momento justo”. Lamento profundamente no poder hacer concesiones a esas especulaciones temporarias. Mi dilema es que, o bien todos los momentos son propicios, o ninguno lo es. Esto acarrea cierta habilitación para la vida, para vivir porque vivir es ahora y nunca más.
Por supuesto, franqueando lo nuevo, aparece lo nuevo viejo. La muerte, entre otras cosas, es tan nueva como cada beso que se recibe o se roba. La muerte es esa que nos pertenece tanto como no podría pertenecernos nada de todo lo que tenemos en la vida y es nueva, aunque mueran otros, nuestra muerte hasta que ocurre, está sin estrenar.
Seguimos entonces, intentando pararnos en ese límite en el que estamos a veces sin darnos cuenta, entre nosotros anestesiados por nuestros propios mecanismos de estabilización y el mundo que deviene a mano y a contra mano  porque el devenir es posible y lo imposible es lo que nuestro empeño malsano le ha impreso a la magia, a la galera de cual el  elogio del surgir de un conejo es apenas un insulto.

lunes, 7 de mayo de 2012

Moneyball


Entonces, uno se pregunta por el valor de lo que vale, se pregunta por el valor del valor mismo. Por la excusa de la imposición del monto, por la materia, por el costo de la abundante materia que nos circunda.
Omito hablar de actuaciones porque están correctísimas y no vienen al caso. Me merece una breve reseña la intención del autor del libro Michael Lewis, periodista, autor de  Moneyball: The Art of Winning an Unfair Game. Este hombre que en el fondo no discute sólo con el dinero, con la plusvalía, discute con el mundo.
Cuestionarse el valor del dinero es cuestionar al mundo, increparlo, desafiarlo. Aquí uno se olvida del baseball del que logré entender apenas nada. Se olvida de tácticas y quizá si, en algún punto, se maravilla con la estadística, con la apreciación de la regularidad. Pero aquí sucede nuestra contradicción, entre la estadística y las regularidades hay un protagonista que realmente quebranta las especulaciones, las regularidades y el peso de la historia.
El dinero no vale lo que vale, lo sabía, pero no deja de ser interesante verlo plasmado en Hollywood, ver las contradicciones de un mundo material materialista al extremo desdiciéndose quizá en la persecución de seguir vendiendo algo.
Muy, muy, recomendable. Aunque no entiendan el baseball. Tampoco lo entenderán después de ver la película.

sábado, 5 de mayo de 2012

Hamlet




En realidad no hay mucho que decir o siempre lo hay.
Seré breve”, sólo la anécdota: alguna vez cuando estaba en la primaria algún profesor muy optimista puso esta película que venía en dos partes en cinta de video y nunca vimos la segunda. He leído hace apenas unos días el texto de Shakespeare que también había leído con anterioridad.
La película es abrumadora, el diálogo de la obra literaria esta completamente expreso y respetado a rajatabla. Si bien es un video de algo más de cuatro horas, no permite pestañar, no deja bostezar.
¿Qué nos dice una película no tan vieja y quizá si muy impopular? ¿Cómo es posible la lejanía actual del cine de textos tan magníficos como Hamlet?
La cultura en caída libre me causa ciertos espasmos, nostalgia. Lo cierto es que soy joven para añorar lo viejo y más cierto es que no añoro lo viejo sino que añoro, anhelo los contenidos, las formas extinguidas del cine actual. Sufro al cine actual aunque suene tragicómico.
La gente se aburre con puros diálogos, la gente se aburre con películas de más de cuatro horas sin efectos especiales y muy a mi pesar, a mi me aburren los que disfrutan de no disfrutar del arte humano en toda su dimensión.  Me aburro de las costumbres impuestas, de la sucesión de vacuidades coloridas que no dicen nada. Me aburren los aburridos y los ruidos que exaltan a  los aburridos acostumbrados.
Me pierdo entre la crítica cinematográfica y literaria, miro mi Hamlet (libro) que me costó 17$ porque alguien que lo encontró o lo heredó y no lo usó lo estimó inservible. Lo miro entonces y me siento un poco ridículo admirando el libro, quizá también un poco ridículo hablado de películas que creo que merecen la pena ser vistas, disfrutadas y aplaudidas, esta como pocas.

viernes, 4 de mayo de 2012

Lo "nuevo" y lo nuevo



Lo nuevo siempre suscita algún tipo de entusiasmo. La cuestión a cerca de la novedad aparece cuando uno se pregunta qué es lo “nuevo” de la novedad y hasta dónde podemos considerar nuevo lo “nuevo”.
Como decía, entiendo que habitualmente nos entusiasmamos ante la novedad. Pero, ¿cuán novedosas son las novedades?
Es cierto que este mundo conmociona a la mayoría por su permanente capacidad creadora. La cuestión es cuánto hay de creación y cuánto de re-creación.  Es cierta la voluntad de novedad, es inocultable el énfasis mecánico en la caducidad de lo reciente y la necesidad de lo “nuevo” dictada en gran medida por la voracidad consumista que nos caracteriza.
Por eso planteo esta disyuntiva entre lo “nuevo” y lo nuevo, lo realmente nuevo. Es en  este aparejo que considero interesante pensar a cerca de lo “nuevo”. 
Sin más preámbulos, estimo que lo que aparece cotidianamente como novedad no es realmente esto, no es una creación en el sentido fuerte de la palabra. El hombre re-crea permanentemente y se asombra y asombra su poder de re-creación, su poder de re-novación. Las supuestas novedades destellan ante los ojos francamente mercantilizados y el auge por lo “nuevo” sólo tiene de original lo iracundo de la satisfacción de la voluntad de novedad que mueve al mundo actual.
Todo lo viejo se re-nueva, todo lo creado se re-crea y me dispongo a plantear entonces qué sucede con lo nuevo cuando la novedad es real. ¿Qué sucede ante el desconcierto y opaco resplandor de aquello que aparece por primera vez al entendimiento? ¿Cuál es entonces el hábito ante lo ignorado, lo recóndito, lo nuevo?
En la costumbre de llamar novedad a simples o complejas  re-creaciones quizá hemos perdido la significancia de la novedad tal como se expresa. Con cuánta recurrencia se dice novedad a lo de siempre que cambia de color camaleónicamente, con cuánto arrebato se dice nueva a la reproducción inútil de inservibles, de atávicos, de residuos.
La coyuntura entre lo “nuevo” y lo nuevo no es para nada sutil. Por el contrario, es grotesca y, dado lo grotesco, sigo preguntándome: ¿Qué sucede habitualmente frente a la novedad real?  ¿Por qué la pregunta? La cuestión no es sencilla, la admiración habituada y la exaltación acostumbrada ante lo tenido por “nuevo” o “novedoso” abruman bastante el terreno de las preguntas y las cuestiones. Por eso insisto: ¿Qué sucede habitualmente frente a la novedad real? ¿Cómo nos comportamos frente a lo nuevo siendo lo nuevo real completamente desconocido o al menos ignorado?
Es sencillo abrazar los hábitos tenidos, es quizá natural. ¿Qué pasa con aquello que no es habitual? O, aun mas complejo, ¿qué sucede con aquello que florece en el lúgubre desconcierto de lo desconocido?
La novedad en su dimensión real no se trata de una re-novación. Lo nuevo despedaza el correlato con lo viejo, con lo re-novado, con lo re-creado y asusta. Lo nuevo es temible, es una amenaza a la regularidad establecida y entrañada. La temática, por supuesto, no encuentra límites, hablemos de literatura o hablemos de amor, lo nuevo real aterra.

jueves, 3 de mayo de 2012

Ben X



Pasa un tiempo y vuelvo a verla para purgarme un poco, como una especie de suicidio residual, me revivo  con imágenes, como si lo necesitara. Y me quedo en tantas imágenes finales que dan comienzo a tantas ideas simples que sólo sugieren ser plural. En un mundo inundado de reglas superfluas, de denominaciones al uso, de regularidades aburridas, atávicas. Que distintos somos todos y que poco se nota. Esta necesidad voraz por desaparecerse y parecer otro me aburre tanto que no siento nada. Una hoja que se cuele en el viento puede asesinar la esterilidad del mundo de las costumbres. Me detengo entonces a mirar, a husmear en los escondites aburridos, a buscar en lo opaco y encuentro a este Ben que destella, que es él porque simplemente no podría ser otra cosa.
La sociedad está mal, Ben está mal...La sociedad "con las capacidades nor-males" sigue mal, Ben está mucho mejor.
Será interesante el tiempo en el que lleguemos a entender que los parámetros de normalidad no existen y no son sino imposicione asquerosamente absurdas. Si ser normal significa comportarse como se comporta la sociedad actualmente, prefiero ser raro...prefiero ser Ben.

martes, 1 de mayo de 2012

El árbol de la vida

Una poesía maravillosa, un manojo de preguntas existenciales y una clase magistral de fotografía cinematográfica. Brad Pitt sigue confirmándose como el enorme actor que es. Sean Penn, aparece, sólo eso, pero el film no sería lo mismo sin él. Jessica Chastain es bastante más que una hermosa actriz, más que una expresión de ternura en el brillo del turquesa de sus ojos. Aun resuena en mi mente el eco de algunas cuestiones humanamente intratables que esgrime con inigualable gracia mi colega Terrence Malick del cual llevo visto varios films y éste es definitivamente su consagración, aquí dice todo aquello que necesitaba decir.
¿Dónde nos llevan entonces las preguntas? ¿Dónde, de todos los rincones posibles, podrían llevarnos las preguntas por nosotros mismos? Cierto es que quizá cualquier pregunta sea una pregunta por nosotros mismos. Más allá de las respuestas, que desgraciadamente a veces resultan tan necesarias, quiero quedarme con el eco de las preguntas: simples e incontestables que pueden expresarse en imágenes preciosas que no intentan exhibir  respuesta alguna.
Aturden, ahora, en la contemporaneidad del cine las luces y los efectos de sonido que nos suben en autos a velocidades imposibles o el derramamiento insignificante de sexualidad vacua y estéril.
Me quedo con el silencio necesario para pensar, con el sonido que no hace sino de compañía de la poesía que puede esgrimirse a través de una pantalla.
Sin embargo, sigue incomodándome ésta cuestión de definir a la película como no apta para toda clase de público. Me pregunto, ¿qué película lo es? ¿A caso Literna Verde es apta para todo el mundo? Al menos no lo es para mí. Ignoro el momento en el que, seres naturalmente inteligentes, se pretenden consumistas irracionales de imágenes cuyo contenido es al menos banal pero claro, es difícil exceder la opinión.