Tengo
una recurrencia muy fuerte a abrumarme por “cosas pequeñas”, por “detalles”
dirían algunos, pero la cuestión es quién está capacitado para definir el peso
de las circunstancias. Quién, en su ignorancia, puede adjetivar “detallismos” o
“pequeñez” a aquello que me abruma y tanto así que me excede.
Es
cierto que vivimos una vida compleja y atiborrada de sucesiones momentáneas que
no dan tregua si uno pretende vivirla intensamente. Todo está ahí y, de
repente, todo no está. Todo cambia y hay otro todo inaprehensible que se nos
está escapando como se nos escapa el tiempo o nos rehúyen los detalles, los
gestos, el significado de las palabras, los sentimientos y las poesías.
Sin
querer y con cierta envidia recuerdo al “boludo” de la Balada del boludo de Isidoro Blaisten (1933-2004) que usaba el
corazón de corbata y lo llevaba bajo la lluvia aunque se mojara. Cuánto se nos
queda en ese no mirar las estrellas para abajo, en ese no mirar la lluvia desde
arriba. Cuánto en pos de no ser unos “boludos”
como diría mi estimado.
Y
estamos, sumidos en esa epopeya trágica que nos olvida tanto como nos olvidemos
de eso, de aquello, de esto otro, de nosotros. De esa astucia intratable que
teníamos cuando llegamos al mundo y decíamos nuestras primeras palabras,
robábamos nuestros primeros besos o nos desvelábamos las primeras veces.
Me
asusta la vida pero me asusta bastante más la muerte. Inevitable la segunda,
sólo puedo entretejer una interesante dialéctica con la primera, que está ahí ininterrumpidamente
reclamando-se, reclamando-me.
Ser,
haber sido, ser nuevamente y seres futuros. ¿Cómo separamos tajantemente
aquello que concebimos como sido y nos ha acarreado y viceversa hasta este ser
actual? ¿Cómo acuchillamos una identidad pretendidamente continua? ¿Cómo
desgajarnos como a una simple naranja cuando apenas podemos concebirnos uno
mientras nos miramos inocentemente a un espejo?
Somos,
es una certeza física y hasta matemática, fuimos y podemos exceder ese estado
psicológico que nos posiciona en retrospectiva acudiendo a la póstuma
materialización de nuestro ser pasado en una fotografía. Seremos, al menos por
ahora, ahora, ahora y quizá en esa añoranza humana de existir un ratito más.
¿Fuimos
niños? ¿Somos adultos? ¿Seremos viejitos? Prefiero abstraerme hasta, por lo
menos, sentir lo contrario.
¿Será
que va quebrándose esa identidad y estamos tan lejos mi yo de mis otros yoes?
Hasta la palabra “identidad” nos sugiere continuidad, nos sugiere que somos ese
uno “idéntico” a si mismo y hasta nos documentan con un D.N.I. (prohibido
cambiar debería decir, prohibido volverse adulto debería decir, prohibido dejar
de sonreír, prohibido volverse un espasmo, prohibido hacerse viejo y sentir
nostalgia, prohibido vivir).
Me
quito todos los sombreros que jamás usé ante la vida que me abruma y me invita
todo el tiempo.
Agarro
este corazón de metáforas para ensuciarlo, mojarlo, jugar con él y tanto más.
El
tiempo pasa para nosotros, pero ¿qué sabrá la vida del tiempo?
muy bueno hijo
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