Es poco discutible que de los
diálogos surjan muchas de las cosas más interesantes en las cuales podríamos
pensar. Yo hablaba “con” porque generalmente hablo “con” y sucedía algo
curioso.
Entre diálogo, resultaba que
“con” había egresado de sus estudios y no se sentía identificado con ese
egreso. No sentía que su yo se correspondiera con ese ser egresado.
Es extraño. Esta sensación me
llevó a plantearme dos cosas. La primera, gira en torno a la educación, en
torno a pensar: ¿cuán enajenada está nuestra educación? ¿Cuán des-identificada
con quien se educa?
Además, hay algo que siempre
me hizo ruido en torno a la educación, particularmente la universitaria, y es
esta noción de “carrera universitaria”. Esta noción que, desde su
interpretación sencilla, sugiere que se trata de llegar, de correr y llegar.
Buscaba, entre tanto, qué le deparábamos a las vocaciones (ese hacer en cual
nos sentimos realizados sea lo que sea que hagamos).
Quizá lo que suceda, entre
muchísimas cosas, sea que mucho de aquello que somos, con lo cual nos
identificamos y en lo cual nos realizamos, quede suspendido mientras esa “carrera”,
mientras esa corrida, sea por el título que sea. Quizá caemos en la dificultad
lógica de que, luego de dejarnos a un lado para correr, nos cueste encontrarnos
en eso que hemos llegado a ser.
¿Hasta que punto podríamos
hablar de identificación entre vocaciones y profesiones? ¿Le suelta la mano la
profesión a la realización del yo en torno a su ser, a su ser eso que es y
ninguna otra cosa? ¿Cuánto nos dedicamos a nosotros mientras nos dedicamos a lo
que sea que nos dediquemos?
En medio de esta
desambiguación identitaria, no puedo evitar llenarme de incertidumbres. Lo cual
me lleva a plantear esta segunda consideración: la de ser uno, o ninguno, o
todos.
Cuán extraño es el sabor del
desconocimiento en vías del reconocimiento de lo obscuro, lo plural, de un yo
cuya unidad se cae de a pedazos a cada instante de vida.
El ser posible se despliega
apenas y se expresa en esa capacidad del protagonista de flotar por encima de
un mundo adaptado a las identidades “únicas” y a las conductas “apropiadas”.
Sólo locos o esquizofrénicos gozan de la libertad para romper públicamente los
órdenes establecidos y pretendidos de una sociedad que en la superficie sólo
acusa pobreza.
Ante la posibilidad de la
de-mencia, de que la mente se aleje inexorablemente de todo y de nada, pero
bienvenida sea la introducción a la etimología de las palabras que desconocemos
y tan fácilmente descalificamos.
Del mundo de las preguntas,
estimo que la más recurrente es por quiénes somos y cuánto ignoramos de esa
unidad que se presenta como un cuerpo (uno) y la mente que lo piensa que
difícilmente pudiéramos encasillar en algo tan sencillo como un trozo carnal.
Quiénes no somos es otra pregunta y lo certero es que no basta una vida para
contestar las preguntas.
Los límites, los pretendidos,
no están tan bien dibujados por el aburrido instinto moral y cada vez que el
trazo es débil, el instinto real, el natural, desdibuja esa normalidad dejando
que el monstruo sea por un breve periodo de tiempo.
Quiénes somos y quiénes no, me
recuerdan un poco a “Uno, ninguno y cien mil” (“Uno nessuno e
centomila”, 1926) de Luigi Pirandello y a esa escandalosa escena inicial en
la que Vitángelo Moscarda se encuentra frente al espejo mirándose la nariz y
cuyo proceso de des-identificación se inicia a partir de decirle a su mujer que
deje de usar ese apodo que acostumbraba a usar con él. Brillantemente dirá
luego:
“un nombre no es sino esto,
una inscripción funeraria. Corresponde a los muertos. A quien ha terminado yo
estoy vivo y no acabo. La vida no acaba. La vida no sabe de nombres.”
Hemos venido a la vida
precipitándonos sin un nombre (uno) y una identidad (una). Pero aquí estamos,
preguntándonos por nosotros mismos en la dificultad de esquivar las preguntas
que no sean nuestras, las impuestas. Quien sepa del sabor de la desambiguación
de esa identidad aparentemente fina y escueta, sabrá de qué intento hablar
aquí.
Entonces quizá comprenda que
yoes hay muchos, tantos como nosotros posibles.
A
“con”, que seguramente estará enojado,
Ilustración - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)
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