[Primera parte]
El
12 de octubre de 1492, para muchos historiadores, marca el fin de la edad
medieval y el comienzo de la modernidad. Para otros tantos, los principios y los
fines son un poco grises, nadie se durmió el 11 octubre de 1492 en la edad
medieval y se despertó al día siguiente sumido en la modernidad.
Para
nosotros, latinoamericanos, los grises de los principios y los finales se
vieron, desde que el europeo respiró por primera vez nuestro aire, lúgubremente
ennegrecidos.
La
pregunta por quiénes somos, o por quiénes creemos que somos es una pregunta que
sólo puede encontrar respuesta en el atisbo obligado de la búsqueda de una
identidad escindida, radicalmente escindida de sí misma entre el genocidio mas
cruel y alevoso que sufrió la especie humana desde que se tengan registros
históricos y la hecatombe cultural amparada en la evangelización cristiana y la
ilustración de Europa occidental.
Celebrar
“el descubrimiento de América”
significa olvidar, por si fuera poco, que existían, al menos, unos setenta millones de seres humanos que ya
habían descubierto el continente y vivían en él. La designación improvisada en
medio del debate de “encuentro de dos
culturas” o “de dos mundos” fue
un hábil intento de adulterar la historia, dado que ese encuentro no tuvo nada
de protocolar o pacífico como desfachatadamente pretendieron sus teóricos y
difusores.
Se
relacionaron mundos antes desconocidos entre sí, algunos en estadios muy
primitivos de desarrollo, otros más avanzados como los europeos, que ya
conocían la brújula, la pólvora, el papel y la imprenta.
Los
descubrimientos de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de
exterminio, la esclavización de las poblaciones aborígenes, forzadas a trabajar
en el interior de las minas, el comienzo de la conquista y del saqueo de las
mal llamadas “indias”, la conversión del continente africano en cazadero de
esclavos negros, son todos hechos que señalan los albores de la era de
producción capitalista. Las riquezas apresadas fuera de Europa por el robo, la
esclavización y la masacre refluían hacia la metrópolis donde se transformaban
en capital
Se
modificaron las economías cerradas de esos países para constituir un mercado mundial.
El
oro y la plata americanos contribuyeron a formar los primeros grandes capitales
europeos, que activaron la economía y detonaron la Revolución Industrial.
El genocidio de la
invasión y la conquista es el estrato más obscuro y calamitoso de la historia
de la humanidad.
La
situación europea incentivó la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso para las
monarquías. El propio diario de viaje de Colón tiene numerosas referencias a la
obsesiva necesidad de encontrar oro. Los hallazgos de piezas ornamentales y
rituales de los nativos constituyeron la primera fase del saqueo. En las islas
de Cuba, La Española y Puerto Rico en sólo dos o tres años se despojó a los
nativos de todo el oro producido en casi un milenio[1].
Agotada
rápidamente esa fase del saqueo, se pasó a la búsqueda desenfrenada de los
yacimientos, postrando cualquier obstáculo que se erigiera en su camino.
Las
dificultades para la extracción comenzaron a resolverse a partir de los conocimientos
de los propios nativos[2].
Entre
1503 y 1660 salieron desde tierras americanas hacia España, según constancias
Documentadas en Sevilla y Madrid, alrededor de 200 toneladas de oro y 17 mil
toneladas de plata. Considerando una relación de once a uno entre esos dos
metales, se llega a las dos mil toneladas de oro, esta acumulación de envíos
valuados a precios actuales rondarían los 28 mil millones de dólares[3].
Otras
estimaciones mensuran en unas 90 mil toneladas de plata las extraídas de las
entrañas americanas en el lapso comprendido entre 1500 y 1800 y su valuación se
elevaría a unos 120 mil millones de dólares actuales[4].
[1] Pierre Chaund, Seville et l´Atlantique, Paris, 1959.
[2] Luis Vitale. Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina, Tomo I.
Atelí, Punta
Arenas,
1998: “La causa esencial de esta rápida
recolección de metales preciosos fue el grado de adelanto minero–metalúrgico
que habían alcanzado los aborígenes de América Latina. El desarrollo de las
fuerzas productivas autóctonas permitió a los españoles organizar en pocos años
un eficiente sistema de explotación. De no haber contado con aborígenes
expertos en el trabajo minero resultaría inexplicable el hecho de que los
conquistadores, sin técnicos ni personal especializado, hubieran podido
descubrir y explotar los yacimientos mineros, obteniendo en pocas décadas tan
extraordinaria cantidad de metales preciosos. En fin, los indios americanos
proporcionaron los datos para ubicar las minas, oficiaron de técnicos,
especialistas y peones, y aportaron un cierto desarrollo de las fuerzas productivas
que facilitó a los españoles la tarea de la colonización”
[3]
H.J. Hamilton, American Treasure and the
Price Revolution in Spain, Harvard University Cambridge,
USA,
1934.
[4] Pierre Chaund. Seville et l´Atlantique, Paris, 1959.
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