Anoche leía una definición de escritor muy
poética pero que me sería difícil afirmar como cierta. En realidad, creo que me
sería difícil afirmar como cierta casi cualquier cosa. La definición, bella en
su definir, sugería que ser escritor era tener el don de leer la hoja en
blanco. Identificado con la vocación,
uno no puede sino suspirar profundamente antes tales palabras. Pero, ¿es
eso lo que hacemos? ¿Tenemos el don de leer en las hojas en blanco? Y por
último, ¿qué será aquello que al paso llamamos dones?
Me quedo entonces por ese breve instante que
separa el texto del adefesio literario mirando la hoja en blanco que no dice
sino sólo muchas preguntas que aun no he escrito.
Creo que esta hoja a medias llena, a medias en
blanco se parece a mí y, a medida que va llenándose, va volviéndose eso que fui
en un instante de este tiempo inmenso y continuamente pretérito.
Justamente anoche, que leía definiciones, leía
canciones y leía Para mi es algo más
de Nicola di Bari que comienza diciendo “Para
ti /el cielo azul de la noche, /es tan solo un color. /Y basta. /Para mí, /es
volver a pensar, /en un viejo dolor/que mata.” No podía sino perderme entre
los versos y las estrofas impregnados de una vena romántica como pocas y pensar
que no sólo para el que ama, sino también para el que tiene en frente las hojas
en blanco es que todo, absolutamente todo es
algo mas. Por esto es que ninguna definición podría ser lo suficientemente
extensa u omni-comprehensiva de aquello que lo hace a uno un escritor.

Pensaba entonces esta cuestión de los dones. Lo
cierto es que no consigo dirimir si son reales o imaginarios, no consigo
separarlos de las necesidades, o simplemente separarlos de la vida como una
expresión en cualquiera de sus ámbitos. Si es que tuviera un don, creo que me
inclinaría mas a pensar que tengo el don de la necesidad vital de hacer
exactamente esto que estoy haciendo ahora porque realizarlo es realizarme,
porque escribir es escribirme.
Aun desgaritando de poesía a la prosa, es la
sangre de quien escribe la que queda en cada frase, en cada verso, en cada
estrofa. La sangre, el aire y la vida se van quedando instanciados entre medio
de aquellos que sudan, sufren y mueren y entre medio de aquellos que ven sudar,
ven sufrir, ven morir y mueren.
Qué de las lunas, los soles, las mañanas, las
tardes o las noches. Qué del amor, los besos o el sexo. Qué de la muerte, el
tiempo y la distancia si nadie los dijera. Quizá aun serían lo que son si nadie
los expresara, estarían ahí o al menos no podría negárseles el haber estado.
Pero qué si nadie hubiera imaginado una boa habiéndose devorado a un elefante,
qué si nadie hubiera pretendido bajar al mismísimo infierno a buscar su fe
perdida, qué si nadie hubiera encontrado poesía en el silencio que para muchos
dice nada y sin embargo, tanto dice. Sólo me invade la injusticia de haber hecho tres
reseñas, tres nostálgicas e inolvidables reseñas.
Me abrumo, solo, es de día, hay un vaso bebido de
jugo de naranjas sobre la mesa y el cadáver de una manzana que teme ser
arrojado a la obscuridad.
Feliz día a todos los que escriben
13/06/2012
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