Hace
algunas semanas nuestra discusión había sido en torno a los límites continentes
de los discursos actuales, principalmente, los discursos politizados, o mejor
dicho interesados que dejan bastante por fuera de sí a la política.
Los
otros límites, como mencionamos en el título de hoy, no podrían ser enunciados
todos específicamente porque no podría acabar la tarea. Esos límites, a los que
me referiré llamándoles “los otros”,
son los límites que tenemos todos pero que, por determinadas cuestiones, estimo
que no son propios de cada uno sino que los describiría más bien como impuestos
o, redundando un poco, postizos.
Los otros
(límites), para no caer en generalizaciones vacuas, podremos encontrarlos en
algunos miedos, en los prejuicios, en la soberbia, en la subestimación, en la
arrogancia y aun en una especie de malentendida valentía. Todos sabemos
básicamente de qué se tratan los prejuicios, de hecho todos los tenemos y
fácilmente podemos identificarlos. Lo mismo pasa con nuestros miedos, todos
conocemos nuestros propios miedos. La soberbia, la arrogancia y la
subestimación de los otros o de uno mismo, son límites distintos. Quizá no los
reconozcamos tan fácilmente, quizá incluso sean capaces anular cualquier
posibilidad de pensamiento crítico sin anunciarse o sin verse identificados
como tales. Cualquiera sea el caso,
estos otros límites, limitan todo aquello cuanto abarcann y, dado el caso, se
trata de nuestra vida, de la vida de cada uno contenida en sus propios límites.
La malentendida valentía, no suscita complejidades, es aquella voluntad del
imbécil que ha creído que ser valiente es hacer cualquier cosa olvidándose de
su propia humanidad o, peor aún, de la humanidad de los otros.
Entre
descripciones, nos alejamos del foco central del artículo, las limitaciones,
cualesquiera sean, están ahí, impidiendo ampliar la perspectiva, mirar desde
otro lado, conocer aquello que se desconoce y, en algún punto muy recóndito y
de ser posible, entender algo.
Pero
esto no es todo, esos límites están ahí, en cada uno, prácticamente acosándonos
como propios pero yo estimo que no son tan propios como creemos. Es decir,
nuestros límites, los otros límites, no son tan nuestros como nosotros los identificamos.
Por esto es que digo que son impuestos, postizos, o importados. Porque son el
producto de una tradición equivocada, sesgada, doctrinal, que se construye
subvirtiéndose, trastornándose (y por qué no trastornando), apresando
pluralidades en límites escuetos, desindividuantes. Que trastornan la
individualidad volviendo al individuo una metáfora de sí mismo, una imagen que
lo identifica pero que no lo contiene. Porque contenerlo significaría destrozar
aquellos límites en los que pretende perpetuárselo. Son los límites de los
otros, son “los otros” volviéndonos
más ellos y menos nosotros, volviéndote mas muchos y menos uno.
¿Qué
es entonces aquello que al pasar llamamos individualidad en los debates
actuales? ¿Cuáles son aquellas voces pretendidamente plurales que presumimos
escuchar? Y por último, ¿estamos realmente encaminados hacia la libertad o nos
hemos quedado vilmente con la palabra bonita y vilmente olvidamos su
significado?
Si
pudiera olvidarme de mí mismo tantas veces como me tengo presente, ya no sería
yo.
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