Muy del estilo de su director (Tony Kaye, “American History X”) que recurre a
golpes de efecto crudos, viscerales y que funcionan a cualquier nivel.
La reflexión de la película no se sirve en bandeja al
espectador pero está todo tiempo acosándonos en el tránsito entre el falso documental
con el que comienza y la metáfora magistral con la que la película termina.
El oscarizado Adrien Brody hace homenaje a sus dones y los
secundarios, salvo alguna que otra sobreactuación adolescente, están a la
altura.
La desafección, el desapego, el distanciamiento están expuesto con un realismo que algunos
podrán tildar de exagerado pero, a mi criterio, el film sólo suda la cruda realidad.
Y la misma excede a los maestros, a los estudiantes, a los claustros estudiantiles,
a los padres y busca, pretenciosamente, sajar la fibra humana anestesiada de la
sociedad. Lo que sucede en el ámbito educativo no se reduce al ámbito
educativo, lo que sucede en un hogar tampoco se reduce a ello, en última: difícilmente
seamos seres reductibles o nuestras vidas lo sean.
Hay un mundo de ideas, de sentidos que nos acosa. Para bien
o para mal del intérprete, el mundo no espera, no concede.
Notable película, muy recomendable.
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