Mi
vieja me pregunta si estoy usando la manguera, le contesto que sí y me grita
que ya que estoy, me ponga a bañar al perro. El perro me mira deprimido y se
fuga a la pieza debajo de un canasto. Yo sigo acá, jugando a la guerra con las
manos pequeñas metidas en el barro. Ya estoy grande para jugar en el barro. Me
levanto y me enjuago con la manguera un poco los brazos, ya escucho los gritos
de mi vieja sin escucharlos, las zapatillas están inmundas y la galería ha
quedado un espanto.
Me
detengo un instante a no pensar y voy chapoteando hasta la pieza a sacar el
perro de abajo del canasto. No esta, miro a mis pies engrandecidos y entonces sin
una sola gota de barro. Mis manos, mirándome
y recordándome que soy un hombre y que estoy grande para andar jugando.
Salgo
de la pieza, pensando, dónde me habré ido cuando crecí, cuánto me extraño.
¿Por
qué uno no piensa, cuando es un niño, que va a ser un grande? Quizá en un
movimiento pretensioso de la mente, siendo adulto, uno pueda pensarse un poco más viejo, un poco
más viejo y un poco más viejo. Quizá podamos fantasear con el paso del tiempo
aunque mal no sea que termine convirtiéndose en la peor de las pesadillas.
Ayer
recordé algo que había olvidado. El recuerdo trajo consigo un inentendible
entusiasmo. Es, ante todo, una virtual pavada. Recordé un viejo libro de dinosaurios que me
regalaron mis padres. Era de esos en los cuales las ilustraciones tienen movimiento,
uno tiraba de unas “banditas” y los dinosaurios se movían. Era un libro
espectacular, ignoro qué habrá sido de él. Sería hipócrita de mi parte el no
asumir que me fascinaría tenerlo en mis manos ahora, no por el libro, sino por mí.
Es
cierto que los mas grandes siempre repiten: “cuando tengas mi edad vas a entender muchas cosas”. He alcanzado,
afortunadamente, la edad de muchos que ahora son mucho más grandes y aun no
consigo entender casi nada. Porque uno no piensa, cuando es un niño, que va ser
un grande y crece. Ve marchitarse y florecer tantas veces las mismas flores y se
queda, va quedándose en cada descubrimiento. De repente, está acá o no está,
porque está en todos lados con la mente volando tan lejos que ningún espacio
podría ser una cárcel y ningún tiempo podría volverse límite.
Porque
uno no piensa, cuando es un niño, que va a ser un grande y pierde los libros de
los dinosaurios.
Un triceratops Lucecita, gracias...
Imagen - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)
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