Quizá
la política sea hoy confundida con el tema en boga en nuestros días, me permito
disentir, de política se habla muy poco. Si en cambio, se habla mucho de lo
político, del conflicto al cual tampoco hacemos
grandes aproximaciones sino que los protagonistas, por cuestiones de
pura incapacidad, prefieren no profundizar.
Personalmente
es un tema que me preocupa y ocupa, el de la política y lo político de la
política; pero es a partir de esta preocupación, que he decidido postergar
alguna reflexión directamente sobre la política, sobre lo político y detenerme
en este preocuparse, en este ocuparse.
Siguiendo
la misma línea filosófica (y pidiendo por favor que el término no espante a
nadie), esta línea que sigue deprendiéndose de una lectura personal de “Ser y tiempo”, libro del cual surge el
extraído titular de esta columna (Ser-en-el-mundo)
de los cuales me comprometo a dar explicaciones a la posteridad, es que
pretendía arrojar un poco de luz sobre esta cuestión de preocuparse, de
ocuparse de uno mismo, del cuidado de uno mismo.
Y
no es sino a partir de una apreciación personal de una merma constante y
evidente en el cuidado del ser que somos cada uno que pretendo presentar esta
cuestión.
Decía
entonces que el cuidado de un mismo, el cuidado del ser que somos cada uno
merma y es difícil creer en primer lugar, que el hombre pueda preocuparse por
algo mas que por su propio ser, y en segundo lugar, que exista la posibilidad
de un descuido creciente.
Que
el hombre pueda ocuparse o preocuparse de cosas ajenas a ese ser que es cada
uno es algo que no voy a descubrir, es real, es cotidiano. Descarto que exista
la posibilidad de un descuido creciente por la sencilla razón de que el
preocuparse, el ocuparse no se trasforman en un descuido, o en una
despreocupación sino que el hombre que se preocupa por el hombre, el hombre que
se preocupa por su ser, se preocupa en demasía, desde tiempo inmemoriales por
aquello que encuentra a la mano, por
cosas, por útiles. Y es por esta actitud del hombre en el mundo, que hablo de
una merma en el cuidado, en la ocupación y en la preocupación del hombre por el
ser de cada uno.
Hablamos
entonces de que el ser ya no se preocupa por el ser, o ya no se preocupa como
debiera de su ser, de su ser que se expresa en ser posibilidad e
inentendiblemente se preocupa y ocupa de las cosas, de los útiles que son
ajenos a ese ser por antonomasia.
Hablamos
de cosas y de útiles y nos referimos a cualquier cosa, a las cosas con las que
cotidianamente nos relacionamos desde el dinero hasta una casa y no es mi
intención poner ningún límite sino ilustrar posibles oscurantismos. Por supuesto,
cuando hablamos del ser que se expresa en sus posibilidades o de ser posible,
hablamos de cualquier posibilidad de ser en el mundo, de la infinita
posibilidad del ser (del hombre) en el mundo.
Dejar
de ocuparse de uno mismo y empezar a ocuparse de cosas que nos rodean, de
útiles, es el comienzo del fin de la preocupación por las posibilidades de ser
de cada uno, de ser cualquier cosa, de asumirse finito pero con infinitas
posibilidades.
El
hombre sabe que cuenta con tiempo, casi desde edades en las que prima la
inconciencia el hombre es capaz de hacer planes, de perseguir fines y, esta es
una consideración muy personal, es un despropósito inconmensurable usar el
tiempo que el azar ponga a nuestra disposición, para pensar en cosas o peor aun
para pensar en acumularlas cuando el hombre que somos cada uno no participa de
ese ser de las cosas que sólo son cuando las usamos. Es decir, cosas inanimadas
que animamos al uso. Repito e importa poco que suene redundante, ser esto que
somos no se acaba o acabará jamás en las cosas, sólo se acaba donde cada uno
delimite sus posibilidades.
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