Lo nuevo siempre suscita algún tipo de
entusiasmo. La cuestión a cerca de la novedad aparece cuando uno se pregunta qué
es lo “nuevo” de la novedad y hasta dónde podemos considerar nuevo lo “nuevo”.
Como decía, entiendo que habitualmente nos entusiasmamos
ante la novedad. Pero, ¿cuán novedosas son las novedades?
Es cierto que este mundo conmociona a la mayoría por
su permanente capacidad creadora. La cuestión es cuánto hay de creación y
cuánto de re-creación. Es cierta la voluntad
de novedad, es inocultable el énfasis mecánico en la caducidad de lo reciente y
la necesidad de lo “nuevo” dictada en gran medida por la voracidad consumista
que nos caracteriza.
Por eso planteo esta disyuntiva entre lo “nuevo”
y lo nuevo, lo realmente nuevo. Es en
este aparejo que considero interesante pensar a cerca de lo “nuevo”.
Sin más preámbulos, estimo que lo que aparece cotidianamente como novedad no es realmente esto, no es una creación en el sentido fuerte de la palabra. El hombre re-crea permanentemente y se asombra y asombra su poder de re-creación, su poder de re-novación. Las supuestas novedades destellan ante los ojos francamente mercantilizados y el auge por lo “nuevo” sólo tiene de original lo iracundo de la satisfacción de la voluntad de novedad que mueve al mundo actual.
Sin más preámbulos, estimo que lo que aparece cotidianamente como novedad no es realmente esto, no es una creación en el sentido fuerte de la palabra. El hombre re-crea permanentemente y se asombra y asombra su poder de re-creación, su poder de re-novación. Las supuestas novedades destellan ante los ojos francamente mercantilizados y el auge por lo “nuevo” sólo tiene de original lo iracundo de la satisfacción de la voluntad de novedad que mueve al mundo actual.
Todo lo viejo se re-nueva, todo lo creado se
re-crea y me dispongo a plantear entonces qué sucede con lo nuevo cuando la
novedad es real. ¿Qué sucede ante el desconcierto y opaco resplandor de aquello
que aparece por primera vez al entendimiento? ¿Cuál es entonces el hábito ante
lo ignorado, lo recóndito, lo nuevo?
En la costumbre de llamar novedad a simples o
complejas re-creaciones quizá hemos
perdido la significancia de la novedad tal como se expresa. Con cuánta
recurrencia se dice novedad a lo de siempre que cambia de color
camaleónicamente, con cuánto arrebato se dice nueva a la reproducción inútil de inservibles, de atávicos, de residuos.
La coyuntura entre lo “nuevo” y lo nuevo no es
para nada sutil. Por el contrario, es grotesca y, dado lo grotesco, sigo preguntándome:
¿Qué sucede habitualmente frente a la novedad real? ¿Por qué la pregunta? La cuestión no es
sencilla, la admiración habituada y la exaltación acostumbrada ante lo tenido
por “nuevo” o “novedoso” abruman bastante el terreno de las preguntas y las
cuestiones. Por eso insisto: ¿Qué sucede habitualmente frente a la novedad real?
¿Cómo nos comportamos frente a lo nuevo siendo lo nuevo real completamente
desconocido o al menos ignorado?
Es sencillo abrazar los hábitos tenidos, es quizá
natural. ¿Qué pasa con aquello que no es habitual? O, aun mas complejo, ¿qué
sucede con aquello que florece en el lúgubre desconcierto de lo desconocido?
La novedad en su dimensión real no se trata de
una re-novación. Lo nuevo despedaza el correlato con lo viejo, con lo re-novado, con lo
re-creado y asusta. Lo nuevo es temible, es una amenaza a la regularidad
establecida y entrañada. La temática, por supuesto, no encuentra límites,
hablemos de literatura o hablemos de amor, lo nuevo real aterra.
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