Quizá haya que naufragar en medio de mucha
historia o ahogarse en muchas histerias y aun así, jamás conseguiríamos
vislumbrar el acontecer de una revolución que luego de que la historia hiciera
su revisión, su selección y se contara tanto por necesidad como por auto - adulación, nos dejara a hoy para análisis el
símbolo, pequeño, acotado, quizá imperceptible en la tibieza acostumbrada del
estudio mundano que hacemos tan recurrentemente.
De los aconteceres, en general, quedan símbolos
que dentro de la totalidad escindida e inenarrable de esta referencia que nos
queda destellan, simbolizando el suceso, en este caso histórico, el cual no
puede subsumirse en un relato, un discurso, una historia, un hombre, unos
hombres, unas mujeres, etc.
Queda entonces la anécdota que habla de la
posibilidad, del tiempo y de la circunstancia en la cual convergen estas dos.
De lo posible, pensar lo impensado sin equiparar “impensables” a “imposibles”
que son cosas bien distintas. Lo impensado ahora refiere a lo nuevo, a lo que
no es, a lo no sido, al cambio (real). Del tiempo, decir por supuesto que todo
tiempo tiene de distinto a otro precisamente su otredad, su ser otro y que lo
posible no pude ser pensado sin ser pensado en un tiempo determinado.
La revolución, nuestra revolución, era un
impensado posible, una novedad (real) circunstancialmente realizable por la
existencia de una voluntad de cambio.
Entonces intento volver al símbolo, que es bien y
pronto lo que tenemos, con lo que contamos. Aunque contemos con historias y
discursos miles, hay un símbolo que nos dice algo si lo desnudamos de historias
cruzadas, de intereses privados, de causalidades políticas y de casualidades
temporales. Queda el símbolo de lo posible y su certeza, del tiempo y de su
cambiar y del hombre, los hombres cuyo semblante es la voluntad. Me quedo con
esto, con que fue posible porque alguien pensó lo impensado y lo quiso posible,
que podría no haber sucedido nunca pero sucedió así.
Entonces respiro profundamente, en mi habitación,
en las márgenes del río y todo el aire huele a lo mismo. Todo huele a esa
libertad que no tiene precio, que no vale ni siquiera la sangre de todos
nuestros muertos y quizá valga mucho más que la sangre de todos nuestros vivos.
Celebremos nuestra revolución, celebrémonos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario