En un lugar cualquiera, en un día cualquiera, en una
tarde cualquiera. Uno podría dedicarse a casi cualquier cosa pero no lo hace.
Se dedica a algo. Aunque no fuera de tarde y fuera en la plena madrugada,
aunque no hubiera un escritorio repleto de apuntes, aunque el momento no fuera
propicio con lo raro que resultan los momentos propicios.
En un lugar cualquiera, en un día cualquiera, en
una tarde cualquiera. Frente a un escritorio repleto de apuntes pensaba en la
verdad. Sencillamente pensaba en la cuestión de la verdad. Cuando una mosca,
uno de los animales mas desagradables que pueda concebir, sobrevolaba el lugar.
Se asentaba sobre los papeles, sobre mi cabello, sobre mis manos en movimiento
y podía percibir la humedad de sus patas. Lanzaba algunos manotazos al aire
para ahuyentarla por lo menos de encima de mí pero parecía imposible. Iba y
volvía, cuando no se posaba en mis manos, se posaba en mis pies descalzos y
cuando por fin creía que ya habría encontrado algo mejor que hacer, aparecía su
zumbido zumbando y me rozaba el rostro.
Intentaba, por caso, pensar esta cuestión de la
verdad, ¿cómo se vería la verdad? ¿Cómo se sentiría la verdad? Pero la mosca
volvía a la carga obligándome a levantarme de mi comodidad para abrir las
ventanas invitándola cordialmente a salir. No quería, prefería interrumpir
aquello que pretendía pensar: ¿qué es la verdad?
El zumbido mosquivélico volvió a recorrerme los
oídos y de repente el desagradable animal alado se posaba en mi nariz con sus
frías y sucias patas. Pude mirarla a los ojos por un instante antes de intentar
apartarla pero sólo conseguí atrapar mi vieja nariz de siempre, conocida, suave
y nada parecida a una mosca.
El pequeño hexápodo seguía paseándose por entre
mis muebles, mis cosas y mi ser. En un estado creciente de desesperación y
pretendiendo parecer calmado ante la animalesca e invasiva presencia de mi
nuevo enemigo, perdí la calma y comencé a perseguirla intentado no destruir el
desorden que imperaba en el lugar (los desordenes propios siempre suelen ser
alguna forma de orden). Intenté arrinconarla entre mi ser y las ventanas pero
su volar le permitía burlar mi estatura incomparable con el alto de la casa
hasta el techo.
Resignado entonces, volví a mi silla a pensar en
la verdad, ¿de qué se trata la verdad? De pronto la mosca apareció y sin más
preámbulos se asentó sobre mi escritorio precisamente al alcance de mi instinto de exterminio. Fue
entonces cuando volví a pensar en esto de la verdad, ¿cómo hemos llegado a
concebir su existencia? Estiré mi mano rápidamente y atrapé la mosca en mi
mano. No podía sentir su diminuto corazón latir en mi puño pero el zumbido
había desaparecido, no sobrevolaba mis alrededores y lo mas importante, no
estaba mirándome desde la punta de mi nariz.
La mosca estaba en mi puño como tantas otras
cuestiones que pretendemos sean atrapables quizá más sencillamente que una
mosca. Ya no zumbaba el aire, las patas
húmedas ya no intentaban tocarme y yo podía reflexionar a cerca de la verdad
mientras en mi puño moría el impedimento. ¿Cómo será conocer la verdad?
La mosca podría haber volado rápidamente como
tantas veces y salir volando por la ventana, podría estarse haciendo un picnic
en mi jardín mientras yo permanecía apretando el puño y pensando a cerca de la
cuestión de la verdad. Simplemente podría haberse ido, haber desaparecido del
mundo, de mi mundo y sólo bastaba abrir el puño y descubrirlo, pensar un poco
más, escarbar un poco más. Podría haber abierto el puño y descubrir que no
había nada dentro y que no había atrapado a la mosca en mi pretensión de pensar
a cerca de la cuestión de la verdad o bien, siempre podría permanecer empuñando
la agradable sensación de que toda la calma circundante se debía a mi gran
hazaña de atrapar la mosca pensado a cerca de esta cuestión de la verdad.
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