“...Y aquel que camina
una sola legua sin amor, camina
[amortajado hacia su
propio funeral.
Tú y yo, sin un céntimo,
podemos comprar el pico más alto
[de la sierra;
y el fulgor de una pupila
y un guisante en su vaina
humillan toda la
sabiduría del mundo,...”
Walt Whitman
El
tiempo fluye incesantemente y alguna vez quizá nos percatamos de ello: del
cambiar permanente del todo, del cambiar permanente del uno, del imponente
cambiar del flujo mundanal que nos abarca como se abarca a si mismo.
Existe
ese momento en el cual el intérprete que somos pierde la consonancia habitual
que lo habituaba al cambio irrefrenable de aquello que llamamos mundo. Se
aparece entonces a si mismo como una disonancia, como una pregunta por si que
no consiste en responderse sino sólo en preguntarse y, con ello, una apertura
y, con ello, una posibilidad y, con todo, el inexcusable pensarse: en relación,
al todo y al cambio omniabarcante que nos habita, que vive en nuestro distraído
cambiar.
La
apertura desbordará los ánimos, la posibilidad no conocerá límites y quizá los
límites desconozcan imposibles.
Cambiará
la incandescencia que cubre el todo: brillaran opacos y se opacarán aquellos
que fueran brillantes.
El
hábito perecerá en un guerra violenta que atentará contra la identidad de aquel
habituado, perecerá sólo en la medida que pueda ser de otra manera. Aquella
armonía entrañable del pasado enfermará al presente que no tiene nada delante y que sólo contempla el todo.
Allí, donde sólo parece aparecer la obscuridad de lo desconocido habitará
entonces la luz de lo posible y allí, donde sólo parecía aparecer destellante
el amable recuerdo, no habrá sino polvos grises del pasado, de lo sido, de
aquello que jamás admitirá posibilidades o aperturas o preguntas.
Los
pasos en la obscuridad no resultarán sencillos, ¿cuándo acaso fue sencillo
caminar en la penumbra? ¿Cuándo acaso fue confiable o armonioso lo desconocido?
Lo
posible sólo se realizará en lo pensado.
La
vida, pequeña, insólita y opacada por la inmensidad del mundo puede quizá
ponerse mas allá de la inconmensurabilidad inexpresable de aquello que en la
redundancia se concibe como mundo.
La
mirada del que cambia brillará allí donde aquello que estaba más allá de si
mismo se realice, donde aquello que el pasado volvía imposible se hiciera
posible en un intuitivo y desconocido presente.
Ahora
la brisa tiene otro aroma, siempre lo tuvo. Ahora el que respira, el que se
llena el cuerpo de lo nuevo por posible respira nuevamente.
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