Cuánto
y qué sencillamente nos acostumbramos a tanto. A reírnos como debe uno reírse y
de lo que debe uno reírse, a llorar (con vergüenza) cuando se debe llorar y
cómo se debe llorar, a pensar lo que se debe pensar y cuándo se debe pensar, etc., etc., etc. Me llegaría la
muerte antes de que terminara de enumerar tantas formas acostumbradas que nos
someten/sometemos cotidianamente.
El
preguntarse por qué tenemos es una intención de preguntarse mas allá de todo lo
que tenemos o lo considerado por tenido. Una protesta por la vacuidad actual de contenidos en donde sea (no sólo en televisión abierta) no se reduce una queja contra la aparición de un seno a las tres de la tarde. Ni quiero y pretendo alejarme lo mas posible, de un discurso moralista. No pretendo demonizar la desnudez humana que de varias formas ha sido demonizada a lo largo de la historia y en la actualidad por los ejemplares desnudistas que de humanidad apenas conservan rasgos. El que aparezca un seno u otro atributo humano en televisión es un mero acontecer. Mi pregunta apunta al por qué de este acontecer, por qué aparece un seno en pantalla (o un par dado el caso de no querer desnaturalizar la realidad).
Este
“por qué” no esquiva preguntar también ¿por qué tenemos lo que tenemos? Quizá
sólo redundar en esta pregunta nos acerque apenas a un atisbo de respuesta con cual podremos, en principio, respondernos
a nosotros mismos algo a cerca de nosotros. Quizá buscar culpables sea un
grosero error, queda en cada uno.
Veo,
trato de ver todo aunque a veces (aun ruidoso, aun colorido, aun extravagante,
aun popular) me supera el aburrimiento: mirando, leyendo, escuchando aquello
que mecánicamente escuchan todos y todos deben escuchar para cerrar el círculo
capitalista de las modas. La necesidad gregaria obnubila a los acostumbrados a
todo y desacostumbrados a ser. Qué somos no es una pregunta que me ocupe pero aun
en ausencia de respuestas, me parece una buena pregunta.
Hay
tantas preguntas que a veces me molesta no hacérmelas todas aunque no sea capaz
de responder ninguna. Esta mañana me preguntaba ¿de qué estarían hechos los
besos que importan tanto? Aun no me he atrevido a comenzar una respuesta, sigue
la pregunta encarnándose, incorporándose. Podría amanecer tanto preguntándome
como me duermo preguntándome.
¿Qué
tenemos entonces? No es una pregunta fácil, ni de una, ni de dos columnas, ni
de todas las columnas.
Qué
tenemos que nos acompañe donde vayamos, que nos lleve a donde vayamos y que
posiblemente nos espere allí donde sea que vayamos. ¿Qué tenemos que no
tangamos por pura casualidad, fortuna o aun por una inconsistente idea de destino? Quizá esté
evaporándose con el aliento, quizá se escapa como el aire cuando intentamos
apresarlo entre los dedos. Lo ínfimo y absurdamente terminal persiste en
subrayar lo que tenemos.
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