Estimo, en principio, que pensar en intelectualidad o intelectuales, aunque entiendo que no puede pensarse lo uno sin lo otro, nos lleva recurrentemente a pensar los entramados complejos de los cuales suele vestirse la realidad cuando es pensada por algunas mentes. A menudo también, la evidencia de la complejidad es sospechada por aquellos que sospechan, no sólo de las vestiduras simples o al uso, sino también de aquellas que se presumen complejas para cuyo desnudamiento basta una mente sola, que no es una, ni muchas, ni todas, ni ninguna.
Quizá, también, pensar en intelectualidad o intelectuales, nos sitúa y los sitúa separados abismalmente aun en la metáfora de encontrarnos lógicamente parecidos.

El intelectual encarna la sospecha y la sospecha se encarna en el intelectual, lo hiere. La sospecha hace en el intelectual lo que intelectual le hace a la cultura, a la moral y a la sociedad, la hiere.
¿Qué es un intelectual? ¿Qué es un intelectual marginal? Podremos pensar respuestas para la primera de las preguntas. Para la segunda, sólo decir que intelectualidad implica marginalidad, implica la sospecha y la búsqueda desvelada por aquello por lo que en la introducción sugería que hiere al intelectual.
¿Qué es un intelectual? La pregunta cobra tal abstracción que queda la interrogación de preguntarse por lo preguntado y el intelectual se me aparece como la pregunta para la cual por virtud no existe una respuesta concreta, bella o lógica sino una allanada en las márgenes, infeliz, oscura y recurrente a sí misma.
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