¿Cómo
quitar el polvo viejo de lo viejo? El
preguntar y preguntarse a veces parece un incesante e inacabable quehacer. Qué
hacer con esto o lo otro entre tantas cosas. Qué hacer con las formas, con los “cómo”
o con algunas simpáticas vestiduras lingüísticas.
¿Cómo
fantasear o imaginar que lo viejo o lo heredado no está allí? ¿Cómo cuestionar “innegables”
sin cuestionarnos ni ser tenidos por objeto de nuestras ensimismadas cuestiones?
Desempolvar
la mente, olvidar lo probado por probado u olvidar lo sólido por añejo no
parece reducirse a negar nada. Se trata mas bien de llenar e invadir todo de
cuestiones, de invadirnos de cuestiones: de amenazas, de pequeñas y sutiles
amenazas a los ropajes de los que suele disfrazar todo el lenguaje, a la bruma
en la bruma de la solidez de lo fijado, a las monstruosas metáforas del yo con
las que nos acostumbramos a vivir y sin las cuales nos sería complicado
hacerlo.
¿Cómo
cuestionar historias que funcionan? Cómo cuestionar engranajes aceitados y
fundantes olvidadamente fundados por una gama interminable de un mismo “como
si”.
Sin
saber en qué consista la apertura, deambulamos en la penumbra, a la sombra de
las preguntas que hacemos no porque el querer se haya encaprichado sino porque
a veces el preguntar no es sólo preguntar sino preguntarse. Porque a menudo el
preguntarse sin responderse hiere y no hiere provocando dolores o hemorragias
sino a lo concebido, a lo creído, a lo tenido por cierto, a lo pretendidamente
o presumidamente real. El preguntarse derrama sal sobre lo dulcemente
aprendido, sobre lo dulce e inocentemente fijado en la ignorancia, la
distracción o el desocupamiento de si. La sal, como todos sabemos, corroe
aquello que toca, los esquemas, los prejuicios, los preconceptos: todos cada
vez más salados van volviéndose también más intragables. Uno ya no atraca ideas
como dulces sino que las escarba cual hombre que se hubiera envenenado alguna
vez.
Sólo
imaginar, sólo fantasear deshacerse de lo viejo y heredado. Entorpecer el
aprendizaje con dudas, entorpecerse un poco con dudas, preguntar, preguntarse
aunque debamos caer en la abstracción de ser objeto del cuestionarse mismo.
¿Cómo
fantasear sin fantasía? ¿Cómo disolverse o reinventarse en el huido presente?
¿Cómo disolverse o reinventarse en la huida feroz de un yo que supera las
metáforas actuales y crudamente susurra burlas a si mismo?
En
la monotonía del reflejo del verso cotidiano se oculta ensombrecida la rareza
de un yo pretendidamente conocido que sólo se nos esconde, donde sea, donde no
lo buscaríamos nunca, donde podríamos buscarlo siempre.
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