viernes, 12 de octubre de 2012

¿Podremos sacudirnos el polvo de la historia europea?


[Segunda Parte]

Sin entrar en detalles escabrosos e insoportables para el lector, y sólo por exponer una idea general, comentaré que en el año 1500 la población mundial debía ser de unos 400 millones, de los cuales 80 estaban en las Américas. A mediados del siglo XVI, de esos 80 millones quedaban
10. Por ejemplo, en México: en vísperas de la conquista su población era de unos 25 millones; en el año 1600 era de un millón. Si alguna vez se ha aplicado con precisión a un caso la palabra “genocidio”, es a éste. Es un récord, no sólo en términos relativos (una destrucción del orden del 90% y más), sino también absolutos, puesto que hablamos de una disminución de la población estimada en 70 millones de seres humanos. Ninguna de las grandes matanzas del siglo XX puede compararse con esta hecatombe. Prácticamente, estamos habilitados a dejar de hablar de genocidio y comenzar hablar entonces de catástrofe natural.

Muertos tantos y de tantas maneras aún persisten los estigmas de una sociedad cultural e identitariamente sometida. Desde los albores de la invasión, desde la imposición de un dios “verdadero”, de una lengua “digna”, de una cultura “iluminada”, de una fe “sagrada”. Hasta nuestros días, padecemos el socavo del autoestima producido por la denigración sistemática todo aquello que teníamos por propio. Nuestra cultura, nuestra identidad aún no consigue superar los falsos complejos introducidos en el fondo de nuestra intimidad. Persistimos desgraciadamente en el autoengaño de la iluminación europea, del florecimiento de una cultura que aun en toda su decadencia ponderamos por encima de la nuestra, de la que nos exterminaron, de la que debemos juntar los añicos para reconstruirnos a nosotros mismos. Convirtieron nuestra paz en guerra y nuestros sueños y Dioses en espuma que se llevó el aire contaminado de viruela que trajeron de Europa. Nuestra historia era una historia autentica, hoy debemos refundarla. Destruyeron todo lo que pudieron destruir, hicieron todo el daño que podían hacer. Pero la conciencia latinoamericana no está hecha, no está destruida. Nuestra historia se sigue construyendo sobre cimientos corrompidos es su más básica esencia, cimientos que acarrean las semillas de su propia destrucción. Una realidad no puede terminarse para que otra realidad pueda comenzar, hay una actualidad que asumir. Entiendo que las ideas no deben ser sólo ideas y que el borrón de toda nuestra historia pre-colonial es y será a través de los siglos un crimen que permanecerá impune. No existe pena alguna que compense tal desasosiego y bestialidad. La colonización hispanoamericana fue el asalto más grande en la historia del hombre. Fue un abuso, un robo. Y nos hablaron de ilustración, de cultura, de política. Nos desahuciaron de nosotros mismos, “mana sunquyuk”[1]
La historia se construye desde y a través de los hombres. Tenemos la posibilidad innata que nos legaron del amor a la naturaleza en todas sus versiones, aún pueden florecer las flores que florecieron en antaño si procuramos cuidarlas[2].
El hombre sólo podrá mirarse en el espejo del hombre. Allí, podrá verse a sí mismo, en el otro, en el igual, en el olvidado hermano. Descubrirá, que allí, donde habite la vida, allí, el ser latinoamericano es posible, es posibilidad. De cambio, de comprensión, de identificación del uno con los otros, del uno consigo mismo, del hombre y su pueblo, del pueblo y su historia, la real, la que escribamos, la que contemos nosotros. La que hablará de paraíso y de masacre, de invasión, de humillación, de hijos apátridas, de hijos incultos, de amor, a la vida, extinguida, renacida, de verdad, de nuestra verdad.
De recuperar lo propio, recuperarnos, a nosotros mismos, a cada uno, a nuestra autonomía y a nuestra libertad.
Y comienzo nuevamente, ¿podremos entonces sacudirnos el polvo de la historia europea?  
“¡Nuna chunka quispinqa!”[3]


[1] En Quechua: Despiadados sin corazón.
[2] Del Chilam Balam, libro sagrado de los Mayas, "Cuando los señores blancos llegaron han enseñado el miedo y han venido a mancillar las flores. Para que viviese su flor, han hundido y agotado la flor de los otros. ¡Asaltantes de la vida, ofensores de la noche, verdugos del mundo! No hay verdad en las palabras de los extranjeros."
[3] En Quechua: ¡Conciencia y libertad! 

jueves, 11 de octubre de 2012

¿Podremos sacudirnos el polvo de la historia europea?


[Primera parte]

El 12 de octubre de 1492, para muchos historiadores, marca el fin de la edad medieval y el comienzo de la modernidad. Para otros tantos, los principios y los fines son un poco grises, nadie se durmió el 11 octubre de 1492 en la edad medieval y se despertó al día siguiente sumido en la modernidad.
Para nosotros, latinoamericanos, los grises de los principios y los finales se vieron, desde que el europeo respiró por primera vez nuestro aire, lúgubremente ennegrecidos.
La pregunta por quiénes somos, o por quiénes creemos que somos es una pregunta que sólo puede encontrar respuesta en el atisbo obligado de la búsqueda de una identidad escindida, radicalmente escindida de sí misma entre el genocidio mas cruel y alevoso que sufrió la especie humana desde que se tengan registros históricos y la hecatombe cultural amparada en la evangelización cristiana y la ilustración de Europa occidental.

Celebrar “el descubrimiento de América” significa olvidar, por si fuera poco, que existían, al menos, unos  setenta millones de seres humanos que ya habían descubierto el continente y vivían en él. La designación improvisada en medio del debate de “encuentro de dos culturas” o “de dos mundos” fue un hábil intento de adulterar la historia, dado que ese encuentro no tuvo nada de protocolar o pacífico como desfachatadamente pretendieron sus teóricos y difusores.
Se relacionaron mundos antes desconocidos entre sí, algunos en estadios muy primitivos de desarrollo, otros más avanzados como los europeos, que ya conocían la brújula, la pólvora, el papel y la imprenta.
Los descubrimientos de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, la esclavización de las poblaciones aborígenes, forzadas a trabajar en el interior de las minas, el comienzo de la conquista y del saqueo de las mal llamadas “indias”, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros, son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Las riquezas apresadas fuera de Europa por el robo, la esclavización y la masacre refluían hacia la metrópolis donde se transformaban en capital
Se modificaron las economías cerradas de esos países para constituir un mercado mundial.
El oro y la plata americanos contribuyeron a formar los primeros grandes capitales europeos, que activaron la economía y detonaron la Revolución Industrial.
El genocidio de la invasión y la conquista es el estrato más obscuro y calamitoso de la historia de la humanidad.

La situación europea incentivó la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso para las monarquías. El propio diario de viaje de Colón tiene numerosas referencias a la obsesiva necesidad de encontrar oro. Los hallazgos de piezas ornamentales y rituales de los nativos constituyeron la primera fase del saqueo. En las islas de Cuba, La Española y Puerto Rico en sólo dos o tres años se despojó a los nativos de todo el oro producido en casi un milenio[1].
Agotada rápidamente esa fase del saqueo, se pasó a la búsqueda desenfrenada de los yacimientos, postrando cualquier obstáculo que se erigiera en su camino.
Las dificultades para la extracción comenzaron a resolverse a partir de los conocimientos de los propios nativos[2].
Entre 1503 y 1660 salieron desde tierras americanas hacia España, según constancias Documentadas en Sevilla y Madrid, alrededor de 200 toneladas de oro y 17 mil toneladas de plata. Considerando una relación de once a uno entre esos dos metales, se llega a las dos mil toneladas de oro, esta acumulación de envíos valuados a precios actuales rondarían los 28 mil millones de dólares[3].
Otras estimaciones mensuran en unas 90 mil toneladas de plata las extraídas de las entrañas americanas en el lapso comprendido entre 1500 y 1800 y su valuación se elevaría a unos 120 mil millones de dólares actuales[4].


[1] Pierre Chaund, Seville et l´Atlantique, Paris, 1959.
[2] Luis Vitale. Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina, Tomo I. Atelí, Punta
Arenas, 1998: “La causa esencial de esta rápida recolección de metales preciosos fue el grado de adelanto minero–metalúrgico que habían alcanzado los aborígenes de América Latina. El desarrollo de las fuerzas productivas autóctonas permitió a los españoles organizar en pocos años un eficiente sistema de explotación. De no haber contado con aborígenes expertos en el trabajo minero resultaría inexplicable el hecho de que los conquistadores, sin técnicos ni personal especializado, hubieran podido descubrir y explotar los yacimientos mineros, obteniendo en pocas décadas tan extraordinaria cantidad de metales preciosos. En fin, los indios americanos proporcionaron los datos para ubicar las minas, oficiaron de técnicos, especialistas y peones, y aportaron un cierto desarrollo de las fuerzas productivas que facilitó a los españoles la tarea de la colonización
[3] H.J. Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain, Harvard University Cambridge,
USA, 1934.
[4] Pierre Chaund. Seville et l´Atlantique, Paris, 1959.

martes, 9 de octubre de 2012

Érase un día del Sol

[A cerca de esta fábula: esto es algo que escribí hace varios años, no es objeto de mi orgullo pero es lo que elegí para comenzar a ilustrar el genocidio aborigen en Amércia. No hay fábula alguna, la realidad superó terroríficamente a la ficción.]


La mañana se vislumbraba surcando de claros de luz el horizonte celeste. Gueyel caminaba la costa arrastrando las redes de pesca por la arena húmeda. Los caracoles que le adornaban los tobillos acompañaban el susurro rítmico del mar cálido que acariciaba los pies del  joven pescador. La brisa fresca del alba arrullaba su perfil recio y sus facciones rectas. El pelo castaño grueso, engalanado de plumajes brillantes, volaba libremente como las gaviotas costeras. De talla media, moreno, delgado, Gueyel caminaba por la arena suave cantándole una canción al padre sol.
Se detuvo en seco a mirar las redes que arrastraba y se percató de  que habría que repararlas luego de esta jornada de pesca.
El sol había amanecido al fin y las palmeras dibujaban alas en la playa. El graznar continuo de las gaviotas anticipaba una buena pesca.
Esta mañana Matún le aguardaba en el pequeño peñasco donde hacía dos lunas habían pescado juntos.
Gueyel llevaba casi una hora de camino y su andar era pausado. Se regocijó imaginando la alegría de su amada Liani al verlo llegar más tarde con la pesca del día. Quizá un sabroso marlín, quizá algunos mariscos. Contempló su lanza por un instante e imaginó a un poderoso un marlín atravesado por la punta de esta.
Crecía el ruido de las olas y amanecía Guanahani. La intensidad del viento conseguía agitar las palmeras que despertaban al cantar de las aves silvestres. Gueyel estaba más tranquilo con el sol iluminando sus pequeños pasos.
Una joya del mar resplandecía entre algunas piedras ordinarias. Gueyel se inclinó a recogerla y contempló el mar a través de ella. El color café le recordó los ojos de su pequeño Hura. La guardó entonces entre sus partes para dársela como obsequio al pequeño. Imaginaba a su hijo ya despierto con los primeros rayos de sol, miró entonces al sol fijamente y pudo imaginarse a su criatura jugando con caracoles claros.
Descubrió el peñasco al abrirse el mar y divisó a Matún que estaba cantando en la orilla. Se apresuró entonces  a llegar hasta el sitio y saludó cordialmente a su compañero.

- In lak’ech[1].- Dijo cordialmente Gueyel.
- In lak’ech.- Contestó a viva voz Matún mientras se ponía de pie y luego ambos se estrecharon en un abrazo.

Se demoraron después dibujando la matanza del vigoroso “pez espada” en la arena antes de comenzar la pesca. Matún comentó que había soñado la muerte del marlín en su lanza y Gueyel le explicó que él lo había imaginado también.
Se introdujeron mar adentro cerca del peñasco que rompía las olas con las redes y las lanzas en mano.
Desde la orilla podían verse los manatíes jugar mar adentro.
Los dos taínos se concentraron en la pesca. Rara vez los peces grandes se acercaban a la orilla pero alguna vez sucedía.
Pasó largo rato, Gueyel y Matún permanecían inmóviles sobre el peñasco. De repente, Matún dio un grito y se lanzó agua. Gueyel intentaba encontrar el motivo hasta que vio un  marlín azulado luchando contra la corriente a unos metros del peñasco. Se lanzó entonces también al agua y nadó algunos metros detrás de Matún. Cuando por fin se acercó, Matún ya había lanzado su red sobre el pequeño marlín que debía pesar por lo menos cien kilogramos. Se apresuró Gueyel a clavar su lanza en el cuerpo de la bestia que sacudía la cola y el pico intentando librarse de las redes. Sospechó él, que si ambos tiraban de las redes el pez no opondría mucha resistencia. Se alzó entonces por encima del agua mientras Matún seguía sosteniendo la red por dos extremos y tiró también de la red mientras clavaba con la lanza al incontenible hijo del mar. En un segundo intento, atravesó al animal por la cabeza y éste murió al instante. Matún sonrió alegremente y Gueyel estaba estupefacto ante su primer marlín muerto. Recordó por un instante a su padre, gran pescador que hoy habitaba las estrellas.
Arrastraron el pescado hasta la playa y con una piedra puntuda lo dividieron a la mitad. Había sido la mejor de las pescas con Matún. Se despidieron y se saludaron varias veces hasta que dejaron de verse las sombras.
Gueyel caminaba orgulloso de su cacería con las redes amarradas a la cintura y el pescado amarrado a las redes.  Cantaba ahora una canción al mar que lo había honrado con el marlín.
El sol había bajado levemente anunciando la caída de la tarde, rayos naranja amarillentos se diluían en el interminable celeste de la masa acuosa. La brisa era más cálida que en la mañana temprana.
Cuando se acercaba al poblado, vio que algunos corrían hacia la playa grande cargando alimentos, joyas y vasijas de todo tipo. Se apresuró a llegar hasta su hogar y una vez que estuvo allí, no encontró a Liani o a Hura en los alrededores. Sintió algo extraño en su interior y de repente, su hermano Ciba lo tocó por detrás.  Éste vivía en la casa de junto y le explicó que su mujer e hijo habían salido a ofrendar al hombre blanco que venía de los cielos a la playa grande. Le sugirió que, además del pescado que traía, cargara las joyas que guardaba en su habitación para ofrendarlas también.
Gueyel entró a su casa y cogió apenas unas vasijas de barro pequeñas. Cargó todo en sus redes pero para cuando salió afuera su hermano Ciba no estaba allí.
Corrió entonces rabiosamente por la arboleda hacia la playa grande a recibir al hombre de los cielos. Detuvo la carrera por un instante a pensarse hombre de aquí, hombre de Guanahani y no podía imaginar un hombre de los cielos, el que los hombres fueran sólo hombres, en el amor como en la guerra pobló su pensamiento. Miró las redes que colgaban de su cintura perdiéndose en la tierra negra del bosque. Este era su pescado, al que el mismo había dado muerte y las vasijas eran de su amada Liani.
Recordó luego la sabia palabra de su hermano mayor Ciba a quien respetaba inobjetablemente. Quitó entonces sus complejos del asunto y prosiguió la corrida hasta la playa grande.
Al llegar a la playa, tropezó en la arena húmeda  y cayo de rodillas. Las vasijas que traía quedaron desparramadas por doquier y las redes en las que había amarrado el pescado se habían rajado. Cuando estaba poniéndose pie, vio la playa teñida de sangre y tantos hombres muertos como si el mismo Hunhau los hubiera matado. Divisó entonces tres enormes barcas en las orillas de la playa y corrió hacia allí. El hombre del cielo lucia barbas mugrientas y atravesaba por el medio con hojas brillantes a sus hermanos taínos.
Montados en bestias de cuatro patas, pasaban por encima de la gente, arrancaban ropas y cortaban en pedazos.
Gueyel, temblando, se acercó un poco más a la atrocidad. Vio entonces como un hombre del cielo violaba a su amada Liani que gritaba su nombre pidiendo auxilio. Gritó y lloró tanto su mujer que el hombre del cielo le cortó la cabeza para que ya no lo hiciera.
Fue entonces que Gueyel pudo ver a su más querido Hura atravesado junto a otras criaturas por una lanza brillante, todos sin vida, todos bañados en sus propias sangres.
Corrió entonces  el nativo hasta aquel hombre que reía a carcajadas mientras abanicaba la lanza en la estaban clavadas las criaturas.
El hombre del cielo lo miró fijamente y Gueyel se detuvo en seco:

-¿Por qué hombre blanco? ¿Por qué hombre malo? – Preguntó el inocente aborigen mientras veía morir masacrado a su pueblo, mientras veía teñirse de carmesí su amada Guanahani.

El hombre malo dio un grito y Gueyel pensó en huir al bosque. Echó una carrera veloz para salir de la playa pero sus piernas no eran tan fuertes y se cansaba rápidamente. Cuando había abandonado las arenas, sintió que unas bestias gigantes lo perseguían, podía sentir sus respiraciones detrás de él.
Ni bien entrando al bosque, el cansado aborigen tropezó con unas plantas rastreras y lo rodearon las bestias peludas montadas por los hombres asesinos. Dos de los tres que lo rodearon se bajaron de sus bestias y le apresaron las manos. Luego, tirando por el extremo de las presas pretendieron que el aborigen caminara.
Gueyel se negó a caminar, uno de los hombres se acercó y con una hoja brillante le arrancó una oreja. Los otros dos se reían a carcajadas. El hombre le señaló el camino y amenazó con arrancarle la nariz si no obedecía. Gueyel, enmudecido por el dolor, puso todo su empeño en permanecer inamovible a pesar de los tirones. El hombre que le había arrancado una oreja se acercó ahora y le arrancó entonces la nariz. El rostro de Gueyel se empapaba en sangre que se entremezclaba con febriles lágrimas pero aun así permanecía inmóvil a los tirones.
La sangre del hijo volvía a la tierra madre y el padre sol se marchaba para no ver la masacre de sus herederos.
Los otros hombres, que reían a carcajadas al verle desangrar el rostro, se bajaron también de sus bestias y amarraron al delgado aborigen por las piernas. Luego amarraron los extremos de las cuerdas a las bestias y comenzaron a tirar del cuerpo del nativo en direcciones distintas.
Gueyel[2], sostenido en el aire por la tensión de las cuerdas, sentía como su cuerpo se cortaba por dentro y recordaba, mientras el sol de la tarde se colaba por sus pestañas negras; el rostro de su más amado Hura jugando con caracoles claros y los senos de su amada Liani alimentado a la criatura.


[1] In lak’ech (saludo en lengua taína) significa: Yo soy tu otro tú.
[2] Gueyel (en lengua taína): Hijo del sol.

sábado, 6 de octubre de 2012

La educación enajenada



Es poco discutible que de los diálogos surjan muchas de las cosas más interesantes en las cuales podríamos pensar. Yo hablaba “con” porque generalmente hablo “con” y sucedía algo curioso.
Entre diálogo, resultaba que “con” había egresado de sus estudios y no se sentía identificado con ese egreso. No sentía que su yo se correspondiera con ese ser egresado.
Es extraño. Esta sensación me llevó a plantearme dos cosas. La primera, gira en torno a la educación, en torno a pensar: ¿cuán enajenada está nuestra educación? ¿Cuán des-identificada con quien se educa?
Además, hay algo que siempre me hizo ruido en torno a la educación, particularmente la universitaria, y es esta noción de “carrera universitaria”. Esta noción que, desde su interpretación sencilla, sugiere que se trata de llegar, de correr y llegar. Buscaba, entre tanto, qué le deparábamos a las vocaciones (ese hacer en cual nos sentimos realizados sea lo que sea que hagamos).
Quizá lo que suceda, entre muchísimas cosas, sea que mucho de aquello que somos, con lo cual nos identificamos y en lo cual nos realizamos, quede suspendido mientras esa “carrera”, mientras esa corrida, sea por el título que sea. Quizá caemos en la dificultad lógica de que, luego de dejarnos a un lado para correr, nos cueste encontrarnos en eso que hemos llegado a ser.
¿Hasta que punto podríamos hablar de identificación entre vocaciones y profesiones? ¿Le suelta la mano la profesión a la realización del yo en torno a su ser, a su ser eso que es y ninguna otra cosa? ¿Cuánto nos dedicamos a nosotros mientras nos dedicamos a lo que sea que nos dediquemos?

En medio de esta desambiguación identitaria, no puedo evitar llenarme de incertidumbres. Lo cual me lleva a plantear esta segunda consideración: la de ser uno, o ninguno, o todos.
Cuán extraño es el sabor del desconocimiento en vías del reconocimiento de lo obscuro, lo plural, de un yo cuya unidad se cae de a pedazos a cada instante de vida.
El ser posible se despliega apenas y se expresa en esa capacidad del protagonista de flotar por encima de un mundo adaptado a las identidades “únicas” y a las conductas “apropiadas”. Sólo locos o esquizofrénicos gozan de la libertad para romper públicamente los órdenes establecidos y pretendidos de una sociedad que en la superficie sólo acusa pobreza.
Ante la posibilidad de la de-mencia, de que la mente se aleje inexorablemente de todo y de nada, pero bienvenida sea la introducción a la etimología de las palabras que desconocemos y tan fácilmente descalificamos.
Del mundo de las preguntas, estimo que la más recurrente es por quiénes somos y cuánto ignoramos de esa unidad que se presenta como un cuerpo (uno) y la mente que lo piensa que difícilmente pudiéramos encasillar en algo tan sencillo como un trozo carnal. Quiénes no somos es otra pregunta y lo certero es que no basta una vida para contestar las preguntas.
Los límites, los pretendidos, no están tan bien dibujados por el aburrido instinto moral y cada vez que el trazo es débil, el instinto real, el natural, desdibuja esa normalidad dejando que el monstruo sea por un breve periodo de tiempo.
Quiénes somos y quiénes no, me recuerdan un poco a “Uno, ninguno y cien mil” (“Uno nessuno e centomila”, 1926) de Luigi Pirandello y a esa escandalosa escena inicial en la que Vitángelo Moscarda se encuentra frente al espejo mirándose la nariz y cuyo proceso de des-identificación se inicia a partir de decirle a su mujer que deje de usar ese apodo que acostumbraba a usar con él. Brillantemente dirá luego:

un nombre no es sino esto, una inscripción funeraria. Corresponde a los muertos. A quien ha terminado yo estoy vivo y no acabo. La vida no acaba. La vida no sabe de nombres.”  

Hemos venido a la vida precipitándonos sin un nombre (uno) y una identidad (una). Pero aquí estamos, preguntándonos por nosotros mismos en la dificultad de esquivar las preguntas que no sean nuestras, las impuestas. Quien sepa del sabor de la desambiguación de esa identidad aparentemente fina y escueta, sabrá de qué intento hablar aquí.
Entonces quizá comprenda que yoes hay muchos, tantos como nosotros posibles.


A “con”, que seguramente estará enojado, 

Ilustración - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)

jueves, 20 de septiembre de 2012

Una noción de libertad


Nos inundan con información, actual e histórica mal contada y tan plagada de intenciones egoístas, auto-interesadas que ni siquiera le cabe caer bajo la categoría “información”.
El fascismo, sea de extrema derecha, sea de extrema izquierda (porque no existen ni existirán los fascismos moderados), se llevan al diablo aquello que cualquier individuo pueda concebir como su libertad.
Siempre habrá oligarcas, ricachones socialmente inconscientes (o conscientes sólo de sus propias narices). Pero la ausencia de conciencia social no es un problema de clases, no hay que ser pobre para percibir políticamente el mundo. No es la mirada de una clase y no la otra, la que habilita una realidad política. Porque no existe una “realidad política”.
Desgraciadamente, estimo que existe un pequeño rincón de la libertad del cual los más vastos  estratos de la sociedad no conocen, no gozan. Por esto algunos individuos se toman en serio su individualidad y defienden ese rincón de libertad en cuanto lo ven saboteado o saboteado para los demás. Pensar una libertad individual no implica una simpatía con el capitalismo  bárbaro que gobierna al mundo, no implica tampoco el hecho de quedarnos mirándonos las narices mientras la ausencia de justicia social se devora a niños que jamás cumplirán tiernos 12 años, 11 o 10. Que se morirán de hambre sin haberse expresado jamás, sin ser posibles. Pensar una libertad individual es haber entendido antes que no sería posible si no es compartida. ¿Por qué metemos la solidaridad en el medio? Vivimos en una sociedad bastante bien definida en cuanto a clases, está claro a quien le sobra y a quien le falta. Tampoco se trata de hacerse el Robin Hood, hay leyes que posibilitan un accionar coherente y si no las hubiera, pueden consensuarse.
A mi libertad no le conviene  que otro presunto “libre” no goce de la libertad de igual manera, eso me enfrenta, nos enfrenta, crea recelos, resentimientos. Cuando alguien siente la libertad, cuando alguien se siente libre, no puede sino querer para los demás aquel goce superior. Porque es la libertad lo que posibilita una conciencia política y no cuánto pueda o no pueda acumular monetariamente. Si no soy libre, toda “conciencia” viene dictaminada por la necesidad más pura y dura. Es porque soy libre que me hiere la indigencia y asquea la opulencia oligarca o la corruptela miserable de quienes manejan al estado nacional y otras instituciones.
Hay que persistir en preguntarse si la lucha o el enfrentamiento de clases son necesarios en pos de asegurar la gobernabilidad o en persecución de cualquier ambición política. Hay que persistir en preguntarse a quién le sirve enemistarse con muchos que cargan con una culpa inconsciente de haber nacido con mas suerte y no saben nada de hambrunas, de dormir bajo un techo de cartón o de vivir sin ninguna clase de proyecto. Porque hay que tenerlos bien puestos para levantarse todos los días a pensar sólo en hoy y secarse las lágrimas en los rincones por no poder pensar en mañana.
Entonces, ¿qué? ¿Nos anulamos unos a otros? El estado nacional tiene todas las herramientas a su disposición para llevar adelante un ideal socialista sin generar desde su seno violencia alguna. Es una decisión política hacerlo por una u otra vía.
Se ensanchan las brechas entre los que pueden y los que no. Hoy es más grande que hace mucho tiempo el número de personas que no podrá leer lo que estoy escribiendo ahora.
Intento salvaguardar algo que se está diluyendo o lo están diluyendo en una disputa que se intensifica en tanto se vacía de contenidos. No podemos pensar todos lo mismo, no debemos pensar todos lo mismo. Algo estaría funcionando terroríficamente si así fuera. La libertad individual no tiene precio, no es un accésit económico, no es una posibilidad económica. La libertad individual es la libertad de todos (pensada para cada uno). Eso es libertad y no la marcha obsecuente detrás de discursos chatos y provocadores que auguran libertades que políticamente no se persiguen.
Ser libre se traduce en poder ser yo y esto no tiene nada que ver con tener millones de hectáreas en el sur o infinidad de inmuebles a nombre de algún amigo. La vida es tan corta y rica en la simpleza que sigue sorprendiéndome por qué algunos acumulan tanto. Tampoco podemos hacernos los tontos e ignorar que la nueva clase rica de nuestro país es la clase gobernante. ¿Merecen menos? Claro que merecen menos, hay otros que merecen más y la libertad es repartir. Pero no solidarizarse, la solidaridad es otra cosa. Esto es una cuestión de justicia y de libertad.
Nadie necesita naturalmente nadar en la abundancia para realizarse, es un artificio demasiado humano aquella persecución de la riqueza por la riqueza misma. Los individuos no necesitan realizarse, merecen realizarse porque es lo único que puede hacerse con esta vida. 

Imagen - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)

martes, 18 de septiembre de 2012

Reconstruction (2003)




Estimo que el título es una enorme ironía. Por caso, ¿cómo re-construimos nada? Sin ser tan pretencioso, ¿cómo construimos algo? ¿Cómo nos construimos?
El azar esta al mando en la cinta, me agrada que así sea. Tengo cierta patología con el azar  que me horroriza/ fascina en la misma medida. El azar, ya sea en la película o si nos escapamos de ella suscita preguntas: graciosas, dramáticas, terroríficas, etc.
¿Por qué detenernos allí? ¿Por qué no saludar? ¿Por qué hacerlo? ¿Por qué cruzamos la calle a mitad de la cuadra? ¿Por qué no dijimos que sí? Y si dijimos que sí, ¿por qué entonces no dijimos que no? A veces hurgamos un cajón de saldos editoriales en una feria y damos con “la joya” hecha papel, ¿cuántas manos pasaron por allí sin percatarse de “la joya”? Y en la circunstancia fastidiosa de no encontrar nada en el cajón de saldos, ¿Por qué se llevaron todo lo interesante y uno llega a revolver sólo lo inútil?
Hay una circunstancia tiempo-espacial que nos excede, estimo. Esto me lleva a re-planteos insondables, retóricos, a cerca de la incumbencia de la casualidad en mi insignificante vida. ¿Por qué gobierna el caos? Y si no gobernara el caos, que es lo mismo que una total y completa anarquía cósmica, ¿Qué? ¿El destino? He comido muchas papas fritas en mi vida pero la del destino y los hilos celestiales de las marionetas no me cierran, me indigestan.
Ahora bien, cuando todo se da de la mejor de las maneras posibles, ¿es el destino? Cuando no, ¿la fatal casualidad? O ¿es al revés? ¿Es una cuestión de simpatía? ¿Si somos ordenados o simpatizamos con el orden nos cae mejor el destino y lo contrario: si somos desordenados y simpatizamos con cierta beta anárquica nos engancha el imponderable azar?  
Tómese cualquier  vida por caso, una vidita. Un día porque sí, como hace muchas cosas que hace, deja un comentario en una página que se ocupa de libros. Ni si quiera recuerda el nombre de la página. Alguien pasa unos quince minutos después, alguien que tampoco recuerda el nombre de la página, y le resultan simpáticos sus comentarios y su cara. Lo agrega a sus amigos, no hablan hasta pasado un mes. Le habla y se enamora, ¿azar? ¿destino?
Cuánto y cómo nos construimos de nuestras creencias. Cuántos pretendidos viajes de ida y de vuelta al pasado, al presente próximo o a un futuro incierto, ¿o determinado?
Notable película, inmensamente más compleja que su superficie fácil.

Las manzanas de Adam (2005)




Es curioso cuánto nos parecemos a metáforas, del tipo que sean. Tiene varios mensajes esta película. Por lo cual, quizá admita más de una revisión y si así lo fuera, esta reseña sería toda una impertinencia. No me caracteriza la pertinencia ergo voy a soltarme a pensar brevemente en esta cinta.
Siempre concebí a los hombres como posibles, de casi cualquier cosa, como posibilidad de lo impensado aun. Algunas lecturas y estudios a lo largo de mi corta vida me sugieren que esto que yo anunciaba inocentemente con lo posible, cuadraba fácilmente en una noción de voluntad. Filosóficamente, es la voluntad la expresión de los hombres. Aun deambulo considerando y reconsiderando detalles. No me gusta creerme todo lo que leo.
¿Qué sucedía en este mundo cerrado? ¿Qué sucede, en tanto y en cuanto sucede algo, con estos personajes tan diversos?
Una sola palabra, una solita. Un acto mínimo, quizá casi imperceptible, pueden destorcer al mundo, al mundillo en el cual nos encontremos. Un soplo fugaz de existencia puede aniquilar una voluntad y re-crear una voluntad nueva.
¿Quién es el malo? ¿Quién es el bueno? ¿Quién el ladrón? ¿Quién la inmoral? ¿Quién el terrorista?
Rótulos, rótulos y más rótulos que no reflejas ni remotamente la complejidad de la mente humana, de la voluntad, del devenir del mundo, ni de nada.
La escena final es enorme, es trituradora, aun sonrío.
Notable película. 

Neuronas y creencias


En principio pensaba en las creencias, de hecho hablaba sobre ello brevemente. Con alguien, con otro interlocutor. A veces hablo conmigo mismo pero suelen ser discusiones interminables. Prefiero hablar con otras personas, los otros en algún momento se cansan o se van. Conmigo es otra cosa, siempre estoy donde sea que esté.
La cuestión es que pensar en las creencias, me llevó a pensar en la capacidad para creer. Porque uno no cree lisa y llanamente en algo aunque muchas veces así lo parezca. Uno es capacitado, de las maneras más y menos pensadas, para creer en algo. Luego, cree.
Pensar en estás capacidades me llevó a pensar en neuronas y, como ignoro cuántas tengo, se me ocurrió utilizar un número simbólico. A partir de ese momento altanero decidí que tenía 4 neuronas. Sí, 4. El 4 es un lindo número pensé, de hecho hasta me parece estéticamente una linda figura. Admíreselo: 4.
Por lo tanto, 4 neuronas. Una de ellas situada en cada ángulo de mi cuadrada cabeza. Dispuestas así, podríamos tranquilamente hablar de una conformación geométrica y formalmente ideal. Advierto que siempre me gustaron más lo números pares. Últimamente voy encontrándole la gracia a cualquier número. Quizá el que me gustaran más los pares podría deberse a cierta vocación de paridad, de ¿equilibrio? Quizá sólo se deba a la insipiencia de cierto romanticismo diluido en aguas cuánticas. Veámoslo, es romántico lo par, en la disparidad hay un tragicismo tangible: alguien pierde, alguien se queda solo, alguien no baila, etc. Lo par hace juego con esas novelas al uso que nunca pasan de moda, las de la tele que no las veo pero permítaseme presumir un poco. En las novelas todos empiezan solos o casi todos (los protagonistas principales pueden estar eventualmente comprometidos) pero al final indefectiblemente nadie se queda sin pareja. Recuerdo nítidamente a mi madre y a mi abuela especulando sobre quién se iba a quedar con quien al final de cada tira.
Lo curioso son mis 4 neuronas y mi capacidad para creer en ello. Aparece simpático, es un número relativamente sencillo de manejar y suena bien. “Bien”, es extraño como un calificativo moral pudo volverse estético: cantar bien, escribir bien, actuar (teatralmente) bien, etc. Cómo la estética se constituye en un “bien”.
Por cierto, suena bien, el 4 suena bien para mí y lo creo. ¿De qué se trata entonces esta capacidad de creer? Estimo que existe un constituyente intelectual en toda creencia más allá de la obsecuencia o el fundamentalismo con el cual se la crea. Por caso, ¿cómo llegamos a cuestionarnos cosas? ¿Por qué llegamos a hacerlo? ¿Advertimos que el cuestionar cualquier creencia tenida es lógicamente un cuestionarnos a nosotros mismos?
Por qué creer en mis 4 neuronas, por qué no 5 o 6, por qué no estimar 100 mil millones sólo en cerebro y quizá 100 mil millones más diseminadas por el resto del cuerpo. El número, en particular, no hace la diferencia sino mi capacidad para creer en él. Nótese que estamos en un campo científico y que bajo ninguna circunstancia pretendo rebatir estudios de campo ahora. Las neuronas, mis neuronas, son una ilustración inocente. Hay mucho, demasiado, de capacidad y de capacitar-se para creer y esto no es un juego de palabras inocente: ¿por qué el 4? ¿Por qué dios?¿Por qué uno? ¿Por qué el lenguaje? ¿Por qué la realidad, la política, la ciencia o el arte? ¿Por qué lo que sea? Las cuestiones, como sea que se las ponga, re-crean (que se vea el uso literal de la palabra olvidado en los albores de la histórica re-creación del lenguaje).
“Creo” que la seguimos después...

Imagen - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)

sábado, 15 de septiembre de 2012

Un método peligroso (2011)



Me tomado un par de días para reseñar esta película. Creo que tiene cosas interesantes y cosas originales. De las originales, el abordaje de la vida de un personaje ya abordado en el cine pero con una lineal pretensión cinematográfica.
Este film muestra otras intenciones sobre todo el poner sobre la mesa ciertas discusiones centrales de psicoanálisis en su gesta. Mi crítica es que sólo se queda en la superficie de las discusiones. No me considero ni un estudioso, ni un conocedor de la obra de Freud pero creo que podría haberse profundizado más en torno a las discusiones y sobre todo en la constitución del personaje de Mortensen  que al final me terminó pareciendo un tanto timorato.
La salvedad que debo hacer es que quizá una mayor profundidad hubiera producido un película un tanto menos comercial que la que acabo de ver y por tanto, hubiera repelido a unos cuantos espectadores que ya siendo como es la consideraron aburrida o sosa, cosa que no me pareció.
En fin, creo que lo más interesante son las intensiones que no llegan a concretarse. Asumo que los mandamientos del cine actual no lo permiten pero me hubiera gustado mayor profundidad en el eje psicológico que es el fondo y principio de la película. Keira Knightley supera sus antipáticas actuaciones de siempre y Fassbender se me presenta como una estrella en ascenso.
Por supuesto, recomiendo verla y juzgarla por si mismos. No es para nada un desperdicio.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Beautiful girls (1996)



Creí que tendría mucho para decir. Pero me invade un mutismo que generalmente sólo me invade cuando siento que la película lo ha dicho todo. Acabo de verla por segunda vez. La había visto hace un par de años y la había calificado con un “7” pero siempre persistía en mi memoria como algo entrañable: Portman me deja sin habla, es gestualmente perfecta. Hutton está por lejos en su mejor rol y el resto acompaña perfectamente. El guion es magnífico e ignoro qué le sucedió luego de este filme a Ted Demme.
Pero claro, imposible no quedarse con los sueños rotos de los personajes. Ya lo diría “alguien” (no sé quién): los sueños, sueños son.  Y se queda un Hutton prendado de esa niña que encarna todo lo que siempre soñó con esos tiernos trece años. Qué locura, qué maravilla. Cuán distintos terminan resultándonos: la vida a los pretextos,  los “amores” ideales al amor.
Esta es una película revulsiva. Ni me considero una persona muy arrepentida de haber o no haber hecho pero esta cinta conmueve.

Una chica linda puede provocarte mareos. Como cuando bebes whisky con Coca-Cola. Puede hacerte sentir bien, repleto de lo mejor que conoce el hombre, de promesas. La promesa de un día mejor. La promesa de una mayor esperanza. La promesa de un nuevo mañana. Ese aura particular puede hallarse en los andares de una chica linda. En su sonrisa y su alma. En el modo en que hace que parezca que todo en la vida va a salir bien. Una mujer hermosa es todopoderosa  y eso es tan bueno como el amor. Tan bueno como el amor.

Quizá todos seamos promesas incumplidas en algún punto. Sólo tenemos una promesa certera que vamos a cumplir.
Conclusión: no hay conclusión. Las historias, que no son realmente historias, se están escribiendo en medio del éter y el agua que pasa debajo; en medio de un naufragio espacio-temporal que abruma, que desconcierta pero en el que innegablemente vale la pena perderse.
¿Por qué no esperar? ¿Por qué no actuar? ¿Por qué Portman nació tanto después? ¿Por  qué Hutton no se convirtió en el pervertido del barrio? Los momentos “propicios”, como las ideas “verdaderas” no existen. Sólo estamos aquí y ahora.

jueves, 13 de septiembre de 2012

El niño del libro de dinosaurios

¿Quién era? ¿Quién soy? Aun Puedo verme pasar ante mí mismo embarrado de mugre del patio, entrando a la casa sin limpiarme los pies y escucho a mi vieja gritando. Voy directo a la heladera a buscar un poco de agua. Vuelvo a salir afuera y mi vieja vuelve a gritarme por la mugre que llevo encima. Busco al perro por todo el patio, lo llamo, sale de la pieza del fondo y corre hacia mí como si no me viera hace siglos. Acababa de irme adentro, a tomar agua. Estaba de vuelta ante el perro que me miraba y de repente, había olvidado qué venía a hacer afuera. Ya estoy grande para jugar como un niño. Pero vi a lo lejos, desparramados, algunos muñecos de Los Caballeros del Zodiaco, corro, me tiro un panzazo a la tierra y Grecia es un poroto al lado de mi santuario de rasti. Agarro la manguera porque hacen falta algunos pantanos y lleno de barro la galería por la que ayer habían pasado el trapo. 
Mi vieja me pregunta si estoy usando la manguera, le contesto que sí y me grita que ya que estoy, me ponga a bañar al perro. El perro me mira deprimido y se fuga a la pieza debajo de un canasto. Yo sigo acá, jugando a la guerra con las manos pequeñas metidas en el barro. Ya estoy grande para jugar en el barro. Me levanto y me enjuago con la manguera un poco los brazos, ya escucho los gritos de mi vieja sin escucharlos, las zapatillas están inmundas y la galería ha quedado un espanto.
Me detengo un instante a no pensar y voy chapoteando hasta la pieza a sacar el perro de abajo del canasto. No esta, miro a mis pies engrandecidos y entonces sin una sola gota de barro.  Mis manos, mirándome y recordándome que soy un hombre y que estoy grande para andar jugando.
Salgo de la pieza, pensando, dónde me habré ido cuando crecí, cuánto me extraño. 
¿Por qué uno no piensa, cuando es un niño, que va a ser un grande? Quizá en un movimiento pretensioso de la mente, siendo adulto,  uno pueda pensarse un poco más viejo, un poco más viejo y un poco más viejo. Quizá podamos fantasear con el paso del tiempo aunque mal no sea que termine convirtiéndose en la peor de las pesadillas.
Ayer recordé algo que había olvidado. El recuerdo trajo consigo un inentendible entusiasmo. Es, ante todo, una virtual pavada.  Recordé un viejo libro de dinosaurios que me regalaron mis padres. Era de esos en los cuales las ilustraciones tienen movimiento, uno tiraba de unas “banditas” y los dinosaurios se movían. Era un libro espectacular, ignoro qué habrá sido de él. Sería hipócrita de mi parte el no asumir que me fascinaría tenerlo en mis manos ahora, no por el libro, sino por mí.
Es cierto que los mas grandes siempre repiten: “cuando tengas mi edad vas a entender muchas cosas”. He alcanzado, afortunadamente, la edad de muchos que ahora son mucho más grandes y aun no consigo entender casi nada. Porque uno no piensa, cuando es un niño, que va ser un grande y crece. Ve marchitarse y florecer tantas veces las mismas flores y se queda, va quedándose en cada descubrimiento. De repente, está acá o no está, porque está en todos lados con la mente volando tan lejos que ningún espacio podría ser una cárcel y ningún tiempo podría volverse límite.
Porque uno no piensa, cuando es un niño, que va a ser un grande y pierde los libros de los dinosaurios. 

Un triceratops  Lucecita, gracias...

Imagen - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)

martes, 11 de septiembre de 2012

Humanos demasiado humanos

Breve aclaración: el texto a continuación es un palabra breve, inocente, que escribiera hace ya varios años en el día del fallecimiento de un maestro que tuve en Primer año de la Escuela Secundaria. Hoy que estoy tan lejos y tan cerca de aquel lugar recuerdo a mi maestro, a los maestros y cada uno que me marcó. ¿Qué es educar? ¿Qué es enseñar? Miro al futuro y temo que mi voluntad exceda mi capacidad...


                                                                         "Vengo de todos los tiempos y de todos los caminos
con las manos henchidas de sembrar esperanzas
y una sed de infinito en el fondo del alma.
He transitado la senda de aquel niño sonriente,
de aquel joven rebelde que gustó de mi cáliz en el noble
y sublime altar de las aulas."

Prof. Ramón Ferrante Díaz



He concebido la educación como una especie de capacidad o arte de poner alas a los seres. Hoy se ha marchado a otro cielo un ponedor de alas enigmático, se ha marchado a otro cielo el Señor Profesor Ramón Ferrante Díaz. Se ha marchado uno de los grandes soñadores del sueño Normalista, uno de los pregoneros mas locuaces del fuego sagrado de la educación publica. Se ha marchado un luchador en silencio, un luchador sin escándalos, un luchador sin luchas falsas, se ha marchado un idealista de simples ideales.
Los hombres no nos hacemos hombres en un momento repentino, los hombres nos hacemos hombres en el camino y “el Negro” dibujaba caminos.
Rindo homenaje al humanismo en el barullo neoliberalista insípido, rindo homenaje al esfuerzo real por lo práctico y a la docencia en la práctica formadora de ciudadanos y de personas.
Podrán discutirlo pero jamás podrán negarlo. Como no podrán negarme a mí el más grato recuerdo que la educación me ha dado. Tenía yo 12 años, la mitad de los que ahora tengo, y cursaba primer año en un aturdimiento complejo como es el pasaje del primario al secundario. El Señor Díaz, porque para mí siempre fue y será el Señor Díaz, era mi profesor de Formación ética y ciudadana. Estábamos en una prueba escrita, con todo lo que eso implicaba y el Señor se dispuso a dictar las preguntas. Por desgracia no recuerdo las dos primeras pero recuerdo que eran tres. La ultima pregunta la recuerdo perfectamente, él tosió un poco antes de alzar esa voz omniabarcante y justiciera y dictó: “Soy persona porque… Completen…” nos dijo. Quizá sólo fui yo, quizá ni él mismo se dio cuenta de lo que estaba haciendo, para mí, mas allá de la amistad, fue la mejor enseñanza que me dejó la escuela. Completé esos intimidantes puntos suspensivos y al día de hoy podría citar palabra por palabra mi vieja respuesta. Puedo presumir también de que, si tuviera que contestar hoy, mi respuesta seguiría siendo bastante similar en cuanto a contenido.
El motivo de mi homenaje nace de una profunda angustia que encuentra consuelo en el ser del Señor Díaz que me dejó, o más bien, nos dejó algo.
Se ha perdido la esencia, se ha perdido el ímpetu. Él fue el visionario, que desde la humildad y la simpleza, pudo ver más que el resto, pudo, en el brumamiento modernista, poner la ética, la poética y la política en una misma línea. Pudo educar donde muy pocos educan. Pudo dejar recuerdos que el tiempo volátil no se devora, pudo, en la histeria cotidiana, establecer un sentimiento y ennoblecer al hombre.
Ese día supe, sin saberlo. Hoy lo sé, sabiéndolo. Supe que fuera lo que fuera yo quería ser eso, yo quería, y quiero, porque aprendí de la única prédica que pone al hombre por encima del hombre, aprendí de la prédica del ejemplo. Esa que define a los humanos demasiado humanos.



Mi afectuoso saludo a todos aquellos que educan,

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Detachment (2011)



Muy del estilo de su director (Tony Kaye, “American History X”) que recurre a golpes de efecto crudos, viscerales y que funcionan a cualquier nivel.
La reflexión de la película no se sirve en bandeja al espectador pero está todo tiempo acosándonos en el tránsito entre el falso documental con el que comienza y la metáfora magistral con la que la película termina.
El oscarizado Adrien Brody hace homenaje a sus dones y los secundarios, salvo alguna que otra sobreactuación adolescente, están a la altura.
La desafección, el desapego, el distanciamiento  están expuesto con un realismo que algunos podrán tildar de exagerado pero, a mi criterio, el film sólo suda la cruda realidad. Y la misma excede a los maestros, a los estudiantes, a los claustros estudiantiles, a los padres y busca, pretenciosamente, sajar la fibra humana anestesiada de la sociedad. Lo que sucede en el ámbito educativo no se reduce al ámbito educativo, lo que sucede en un hogar tampoco se reduce a ello, en última: difícilmente seamos seres reductibles o nuestras vidas lo sean.
Hay un mundo de ideas, de sentidos que nos acosa. Para bien o para mal del intérprete, el mundo no espera, no concede.
Notable película, muy recomendable.

El ser y los miedos otra vez


En la introducción al tópico miedoso había terminado la columna con una serie de preguntas que considero interesante retomar:

“¿Cómo vivir entonces con nosotros mismos? Es rara la pregunta, porque fácil o difícilmente lo hacemos. ¿Cómo vivir los miedos? ¿Cómo sufrir-se sin caer bajo connotaciones que, por donde se las mire, representan concepciones desarraigadas de cualquier posible perspectiva humana?” (En “El ser y los miedos”)

En principio, estimo que todos somos seres condicionados. En general, manejamos un concepto de libertad que tiene poco que ver con la condición real del ser humano. Quizá la cuestión no pasa por estar liberados de cualquier condicionamiento (lo cual creo que es sencillamente imposible), sino por la posibilidad de un reconocimiento de esos condicionamientos. En primer lugar, por una ontología básica, reconocer lo que sea que nos afecte es reconocernos a nosotros mismos. En segundo lugar, la posibilidad que brinda ese reconocimiento es precisamente la de reconocer-nos en aquello que está condicionándonos. Porque si bien los miedos y las condiciones son nuestras, no es menos cierto que muchas veces hay razones externas que afectan ese ser-en-condición. Están los otros, somos con otros y la afección es ineludible. Lo inolvidable en este aspecto, es que los otros son también un yo, un uno, un condicionado-condicionante. Así es que se entreteje esta complejidad de afecciones que se disparan en todas las direcciones.
Ahora bien, quizá la posibilidad del reconocimiento nos permita discernir cuáles son nuestras condiciones (nuestra condición) y qué sucede con aquello que aparece afectándonos. No porque podamos evitarlo, entiendo que no compete a una decisión. Sino porque en el discernimiento seguramente se manifestará al menos más claramente aquello que somos, aquello que queremos y aquello que nuestras propias condiciones nos están impidiendo ser.
Ser es ser-en-condición pero lo remarcable aquí es que las condiciones no son sólo externas. Hay un ser (uno) capaz de engendrar condiciones propias de un vivir que no es individual.
Ahora bien, entiendo que la posibilidad de superar-se tiene bastante que ver con una voluntad de hacerlo. No a pasos agigantados que al más mínimo topetazo retrocedan más de lo que hipotéticamente se avance. Me simpatiza la idea de los pasos pequeños pero firmes, lúcidos, prudentes.
¿Qué serán la firmeza, la lucidez o la prudencia? Por ahora retóricas preguntas o preguntas para uno.
A la larga, los miedos o las condiciones no desaparecen, van cambiando,  y estimo que en condiciones ideales un ser in-condicionado no se parecería en nada a un ser humano. 

Imagen - Fluorencia Carrizo