martes, 11 de septiembre de 2012

Humanos demasiado humanos

Breve aclaración: el texto a continuación es un palabra breve, inocente, que escribiera hace ya varios años en el día del fallecimiento de un maestro que tuve en Primer año de la Escuela Secundaria. Hoy que estoy tan lejos y tan cerca de aquel lugar recuerdo a mi maestro, a los maestros y cada uno que me marcó. ¿Qué es educar? ¿Qué es enseñar? Miro al futuro y temo que mi voluntad exceda mi capacidad...


                                                                         "Vengo de todos los tiempos y de todos los caminos
con las manos henchidas de sembrar esperanzas
y una sed de infinito en el fondo del alma.
He transitado la senda de aquel niño sonriente,
de aquel joven rebelde que gustó de mi cáliz en el noble
y sublime altar de las aulas."

Prof. Ramón Ferrante Díaz



He concebido la educación como una especie de capacidad o arte de poner alas a los seres. Hoy se ha marchado a otro cielo un ponedor de alas enigmático, se ha marchado a otro cielo el Señor Profesor Ramón Ferrante Díaz. Se ha marchado uno de los grandes soñadores del sueño Normalista, uno de los pregoneros mas locuaces del fuego sagrado de la educación publica. Se ha marchado un luchador en silencio, un luchador sin escándalos, un luchador sin luchas falsas, se ha marchado un idealista de simples ideales.
Los hombres no nos hacemos hombres en un momento repentino, los hombres nos hacemos hombres en el camino y “el Negro” dibujaba caminos.
Rindo homenaje al humanismo en el barullo neoliberalista insípido, rindo homenaje al esfuerzo real por lo práctico y a la docencia en la práctica formadora de ciudadanos y de personas.
Podrán discutirlo pero jamás podrán negarlo. Como no podrán negarme a mí el más grato recuerdo que la educación me ha dado. Tenía yo 12 años, la mitad de los que ahora tengo, y cursaba primer año en un aturdimiento complejo como es el pasaje del primario al secundario. El Señor Díaz, porque para mí siempre fue y será el Señor Díaz, era mi profesor de Formación ética y ciudadana. Estábamos en una prueba escrita, con todo lo que eso implicaba y el Señor se dispuso a dictar las preguntas. Por desgracia no recuerdo las dos primeras pero recuerdo que eran tres. La ultima pregunta la recuerdo perfectamente, él tosió un poco antes de alzar esa voz omniabarcante y justiciera y dictó: “Soy persona porque… Completen…” nos dijo. Quizá sólo fui yo, quizá ni él mismo se dio cuenta de lo que estaba haciendo, para mí, mas allá de la amistad, fue la mejor enseñanza que me dejó la escuela. Completé esos intimidantes puntos suspensivos y al día de hoy podría citar palabra por palabra mi vieja respuesta. Puedo presumir también de que, si tuviera que contestar hoy, mi respuesta seguiría siendo bastante similar en cuanto a contenido.
El motivo de mi homenaje nace de una profunda angustia que encuentra consuelo en el ser del Señor Díaz que me dejó, o más bien, nos dejó algo.
Se ha perdido la esencia, se ha perdido el ímpetu. Él fue el visionario, que desde la humildad y la simpleza, pudo ver más que el resto, pudo, en el brumamiento modernista, poner la ética, la poética y la política en una misma línea. Pudo educar donde muy pocos educan. Pudo dejar recuerdos que el tiempo volátil no se devora, pudo, en la histeria cotidiana, establecer un sentimiento y ennoblecer al hombre.
Ese día supe, sin saberlo. Hoy lo sé, sabiéndolo. Supe que fuera lo que fuera yo quería ser eso, yo quería, y quiero, porque aprendí de la única prédica que pone al hombre por encima del hombre, aprendí de la prédica del ejemplo. Esa que define a los humanos demasiado humanos.



Mi afectuoso saludo a todos aquellos que educan,

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