martes, 24 de abril de 2012

El artilugio de la conquista




Quizá en el mismo juego lingüístico, hablar de conquista esconda cierta propensión a un querer apropiarse del otro, a volver nuestro al otro, a volver nuestro  al conquistado.
Lo recurrente en la conquista es la dificultad y quizá, también sea la dificultad lo encantador del ritual.
Lo cierto es que, manifestadas las intenciones reales, queda poco por delante o más bien nada. Sin embargo, es aquí donde comienza la epopeya  inenarrable del conquistador. Es sino aquí donde este ser que ha entregado todas sus armas, pretende ganar una escaramuza dialógica que lo tiene como gran candidato a la crítica. Sucede entonces que sólo articula lo que puede y quizá nada de todo aquello que quiere, aquí poder es un poder nada y querer es un querer todo.  Se dan entonces las condiciones para la contienda siendo las únicas condiciones que jamás habría elegido, de haber podido elegir. Tal es que, en un decir vacilante, sugerente, uno puede volverse todo aquello que creía no ser, un decidor trivial que se contenta con esconder en el silencio y en la simulación (absurda luego de confesarse enamorado) las únicas intenciones reales que le llagan la carne y le mortifican la conciencia.
Comienza entonces, a contentarse con gestos e indirectas que no satisfacen en nada sus ansias románticas frustradas por la distancia insalvable entre el esclavo del deseo y la musa de ese deseo. Necesita, imperiosamente, coincidir, dónde sea, en lo que sea para dejar esta sensación horrible de que es el único sintiente, el único embobado, el único embriagado hasta en el sueño.
El agonista  de profunda fe en la desconcertante indiferencia, se ha perdido. Se ha perdido a sí mismo, al menos hasta que ella le devuelva ese que él era consintiendo cierto acercamiento o termine por cansarlo.
Es entonces que uno se pregunta por lo que simboliza el arte galante de la conquista entre dos amantes frente a tamaño mundo poblado de una masa heterogénea de impensados e impensables sucesos por descarte atribuidos al malicioso azar.
Dónde descansa el ensueño a realizarse en esa conquista, dónde la magia que no aparece sino hasta el instante preciso en el que nada, ni lo dicho, ni lo hecho, parecen no tener relevancia.
En este poder y querer apuñalándose mutuamente donde nos llueven fragmentos de nosotros mismos, un beso aniquila los pretéritos, abruma por mágico y real y destroza los mundos paralelos al menos por ese instante en el que nos ahogamos de realidad.
Un beso, que no acaba con la conquista pero nos posiciona en el terreno real de la conquista donde al menos podamos ser aquello que creíamos que éramos  y no esa caricatura obsecuente obligada a reprimir todo lo que necesita, un beso. Que lo erotice, lo desnude, lo fastidie pero que traspase ese témpano traslucido que brilla entre los dos.

martes, 17 de abril de 2012

¿Qué tenemos? (Parte III)



Entonces, ¿qué tenemos?
A menudo reviso más de un diario y en general me tomo el trabajo de leer un poco de cada uno. La lógica sugiere que los diarios nacionales deberían hablar de la nación, de la única nación de la que pueden hablar, la Argentina.
Es general y viejo el hecho de que estos ideólogos vestidos de papel hablen como quieran de lo que quieran. Es raro, uno supone detrás de toda información una búsqueda de la verdad y se encuentra con una construcción de la verdad que da pavor. Me quedo preguntándome, aunque a veces no necesite preguntarme tanto porque la realidad ficticia suele caerse a pedazos al mínimo soplo de la realidad que nadie quiere describir, de la que nadie quiere hablar, de la que nadie pretende informar.
Hemos recuperado el 51% de YPF (porcentaje accionario correspondiente a Repsol). Y aquí me interesa hacer un paréntesis, porque no es lo mismo decir “recuperamos” YPF que decir “expropiamos YPF y España advierte posibles represalias” (sic.) como sugestivamente anuncian La Nación y el Clarín. La recuperación de YPF es un hecho histórico, el control del poder energético debe ser nacional. Aplaudo pero el ruido de los aplausos no me borra la memoria. Cuando el gobierno nacional menemista privatizó, entre tantas cosas, YPF, fue el gobierno de Santa Cruz, kirschnerista, el principal aliado de la nación para lograr el cometido. Con Kirschner en la presidencia, a la empresa privada se le renovaron las licencias para la explotación por 20 años sin evaluar la conducta y desempeño de la misma en las últimas décadas. Un verdadero grotesco.
Tema aparte me impele la actualidad a hablar de vicepresidente Amado Boudou, una vergüenza nacional brillantemente expuesta por Lanata en su primer programa (todos los domingos a las 23 por canal 13). Un caso grave de corrupción que están intentando tapar con un dedo. Alguien me debe, nos debe una severa explicación.
Sobradas muestras de una crisis evidente de seriedad, de ética periodística descarriada. No voy a perder el tiempo hablando de TN o de 6,7,8. El primero dejó de hacer periodismo hace tiempo y el segundo jamás hizo periodismo (raya el ridículo hablar de periodismo y nombrar a 6,7,8 pero yo no me desdigo y si me equivoco sé reconocerlo.
¿Qué tenemos? Al perecer, tenemos tantos países como diarios o, peor aún, tantos países como periodistas.
Ya debe ser hora de salir a ver qué pasa, hacia dónde vamos sin connotaciones metafísicas, hacia dónde vamos todos porque lo niegue quien lo niegue, Página 12, Crónica o Ambito Financiero, el país es uno solo aunque quieran vendernos otra cosa.
Muchos diran que es inevitable recurrir al capital financiero internacional para nuestro desarrollo energetico; yo digo que esto es una posición facilista y finalmente cobarde en un pais que se desangra pagando anualmente alrededor de u$s 15.000 millones de deuda externa ( odiosa e ilegitima) que podrian estar al servicio de nuestros desarrollos estrategicos. Suspender hoy el pago de esa deuda es el verdadero acto de soberanía.

domingo, 15 de abril de 2012

(14) Una consideración a propósito de las moscas y la verdad


En un lugar cualquiera, en un día cualquiera, en una tarde cualquiera. Uno podría dedicarse a casi cualquier cosa pero no lo hace. Se dedica a algo. Aunque no fuera de tarde y fuera en la plena madrugada, aunque no hubiera un escritorio repleto de apuntes, aunque el momento no fuera propicio con lo raro que resultan los momentos propicios.
En un lugar cualquiera, en un día cualquiera, en una tarde cualquiera. Frente a un escritorio repleto de apuntes pensaba en la verdad. Sencillamente pensaba en la cuestión de la verdad. Cuando una mosca, uno de los animales mas desagradables que pueda concebir, sobrevolaba el lugar. Se asentaba sobre los papeles, sobre mi cabello, sobre mis manos en movimiento y podía percibir la humedad de sus patas. Lanzaba algunos manotazos al aire para ahuyentarla por lo menos de encima de mí pero parecía imposible. Iba y volvía, cuando no se posaba en mis manos, se posaba en mis pies descalzos y cuando por fin creía que ya habría encontrado algo mejor que hacer, aparecía su zumbido zumbando y me rozaba el rostro.
Intentaba, por caso, pensar esta cuestión de la verdad, ¿cómo se vería la verdad? ¿Cómo se sentiría la verdad? Pero la mosca volvía a la carga obligándome a levantarme de mi comodidad para abrir las ventanas invitándola cordialmente a salir. No quería, prefería interrumpir aquello que pretendía pensar: ¿qué es la verdad?
El zumbido mosquivélico volvió a recorrerme los oídos y de repente el desagradable animal alado se posaba en mi nariz con sus frías y sucias patas. Pude mirarla a los ojos por un instante antes de intentar apartarla pero sólo conseguí atrapar mi vieja nariz de siempre, conocida, suave y nada parecida a una mosca.
El pequeño hexápodo seguía paseándose por entre mis muebles, mis cosas y mi ser. En un estado creciente de desesperación y pretendiendo parecer calmado ante la animalesca e invasiva presencia de mi nuevo enemigo, perdí la calma y comencé a perseguirla intentado no destruir el desorden que imperaba en el lugar (los desordenes propios siempre suelen ser alguna forma de orden). Intenté arrinconarla entre mi ser y las ventanas pero su volar le permitía burlar mi estatura incomparable con el alto de la casa hasta el techo.
Resignado entonces, volví a mi silla a pensar en la verdad, ¿de qué se trata la verdad? De pronto la mosca apareció y sin más preámbulos se asentó sobre mi escritorio precisamente al  alcance de mi instinto de exterminio. Fue entonces cuando volví a pensar en esto de la verdad, ¿cómo hemos llegado a concebir su existencia? Estiré mi mano rápidamente y atrapé la mosca en mi mano. No podía sentir su diminuto corazón latir en mi puño pero el zumbido había desaparecido, no sobrevolaba mis alrededores y lo mas importante, no estaba mirándome desde la punta de mi nariz.
La mosca estaba en mi puño como tantas otras cuestiones que pretendemos sean atrapables quizá más sencillamente que una mosca.  Ya no zumbaba el aire, las patas húmedas ya no intentaban tocarme y yo podía reflexionar a cerca de la verdad mientras en mi puño moría el impedimento. ¿Cómo será conocer la verdad?
La mosca podría haber volado rápidamente como tantas veces y salir volando por la ventana, podría estarse haciendo un picnic en mi jardín mientras yo permanecía apretando el puño y pensando a cerca de la cuestión de la verdad. Simplemente podría haberse ido, haber desaparecido del mundo, de mi mundo y sólo bastaba abrir el puño y descubrirlo, pensar un poco más, escarbar un poco más. Podría haber abierto el puño y descubrir que no había nada dentro y que no había atrapado a la mosca en mi pretensión de pensar a cerca de la cuestión de la verdad o bien, siempre podría permanecer empuñando la agradable sensación de que toda la calma circundante se debía a mi gran hazaña de atrapar la mosca pensado a cerca de esta cuestión de la verdad.

sábado, 14 de abril de 2012

Una vez



El estrépito cotidiano ahoga la sensibilidad impidiendo siniestramente la floración artística constituyente del ser que somos, del ser que deviene, del ser en el que nos convertimos.
Poco importan miserias si el artista desdobla los símbolos reclusión efímeros volviéndoles libertad que puede sonar en algunas notas, descubrirse detrás de alguna sonrisa.
Once es una expresión mínima de libertad que ridiculiza las costumbres y el costumbrismo cinematográfico de hacer siempre lo mismo con diferente vestuario.
Con una guitarra rotosa y un pianito de juguete puede mandar uno a volar todos los sueños frustrados de un masacote de seres que ya no sueñan, que se duermen y no miran por las ventanas del pluri-verso que los conmina a ejercerse, a hacerse cada instante como si fuera el primero.
Una vez, quizá simboliza que no existen segundas veces o, esta es al menos, la magia que el título de la película me sugiere personalmente. Interesante el ocurrir de las primeras veces, el asombro en su máxima expresión canalizándose en el nervio musical que los interpretes viven.

viernes, 13 de abril de 2012

El hombre de al lado


¿Qué somos? ¿En qué nos hemos convertido? ¿Dónde queda el hombre que nacemos cuando nos volvemos una casa, un auto o una ventana?
La metáfora del mundo engloba cuestiones que por cotidianas han hecho carne en la carne misma, en lo contingente, en la cosa precaria. La cosa, no-pensable, no-sensible, que parece haber acaparado al cuidado del mundo y  al elogio de los mundos personales. Insisto, ¿cómo, de repente, nos volvemos una ventana? ¿Cómo nos sumergimos en esa escala de valores que nos pone por debajo de todo mientras adulamos las vestiduras andrajosas que encarnan la frivolidad y acusan la falta de conciencia crítica que por ausente parece incuestionable?
Me aburre el mundo y tanto me divierte Víctor (Daniel Araos), un a-normal. Mi aplauso para él personaje, mi aplauso para los directores por la temática in-tratable e in-tratada en el cine en general y en el cine argentino en particular.
¿Qué es la libertad? Quizá sólo sea aquello que persiste en negarse a ser, quizá sea un intento por abandonar todo aquello que seguramente seríamos para convertirnos en aquello que mas hubiéramos sido, quizá sea Víctor (Daniel Araos).
La película es genial. No tiene desperdicio, vivimos, y cuanto "mejor" vivimos, vivimos peor.

Alguna vez cuando Alejandro Magno volvía de sus exitosas campañas de guerra, se encontró a Diógenes Laercio que yacía tirado, desnudo, sobre una piedra.

- Pídeme lo que quieras Diógenes, yo te lo daré. - Exclamó Alejandro.

A lo que Diógenes respondio:

- Entonces apártate, que me tapas el sol.

jueves, 12 de abril de 2012

Vergüenza


Las adicciones consumen a los adictos. Quizá la pregunta sea ¿a quién? O ¿a qué? Lo claro luego de preguntarse es que nadie, ni nada es consumido. La reconstrucción del yo encarna una vorágine que aparece como la tortura de ser lo que se es.
El monstruo humano, la monstruosa humanidad sólo se expresan en otras formas, siempre han estado ahí, jamás se vistió de cordero el lobo: sólo cambiaron las presas.
Shame es una película que de ser erótica no lograría su cometido. Es en cambio bastante sexual, ni la más sexual, ni la menos. Sólo bastante sexual.
Lo curioso es que sigo preguntándome por la traducción del título, “Vergüenza”, ¿de qué? De ser aquello que se es. Yace entonces en ese ser autentico la tortura por la autenticidad, la tortura por no ser los otros, por parecer los otros pero sólo de lejos, sólo hasta que un destello de intimidad es provocado a salir.
No me detengo a hablar de actores o del director en particular, el sólo hecho de esmerarme en escribir una palabra ya supone que el conjunto a funcionado. Shame es una película directa aún en las distracciones que pueda producir la oscuridad del pasado de sus personajes, es visceral aunque Mulligan ablande las vigas del cine entonando “New York, New York”.
Las cárceles que nos inventamos en el hábito se diluyen cuando la humanidad se nos escapa por los poros.

martes, 10 de abril de 2012

¿Qué tenemos? (Parte II)


Cuánto y qué sencillamente nos acostumbramos a tanto. A reírnos como debe uno reírse y de lo que debe uno reírse, a llorar (con vergüenza) cuando se debe llorar y cómo se debe llorar, a pensar lo que se debe pensar y cuándo se  debe pensar, etc., etc., etc. Me llegaría la muerte antes de que terminara de enumerar tantas formas acostumbradas que nos someten/sometemos cotidianamente.
El preguntarse por qué tenemos es una intención de preguntarse mas allá de todo lo que tenemos o lo considerado por tenido.
Una protesta por la vacuidad actual de contenidos en donde sea (no sólo en televisión abierta) no se reduce una queja contra la aparición de un seno a las tres de la tarde. Ni quiero y pretendo alejarme lo mas posible, de un discurso moralista. No pretendo demonizar la desnudez humana que de varias formas ha sido demonizada a lo largo de la historia y en la actualidad por los ejemplares desnudistas que de humanidad apenas conservan rasgos. El que aparezca un seno u otro atributo humano en televisión es un mero acontecer. Mi pregunta apunta al por qué de este acontecer, por qué aparece un seno en pantalla  (o un par dado el caso de no querer desnaturalizar la realidad).
Este “por qué” no esquiva preguntar también ¿por qué tenemos lo que tenemos? Quizá sólo redundar en esta pregunta nos acerque apenas a un atisbo de respuesta  con cual podremos, en principio, respondernos a nosotros mismos algo a cerca de nosotros. Quizá buscar culpables sea un grosero error, queda en cada uno.
Veo, trato de ver todo aunque a veces (aun ruidoso, aun colorido, aun extravagante, aun popular) me supera el aburrimiento: mirando, leyendo, escuchando aquello que mecánicamente escuchan todos y todos deben escuchar para cerrar el círculo capitalista de las modas. La necesidad gregaria obnubila a los acostumbrados a todo y desacostumbrados a ser. Qué somos no es una pregunta que me ocupe pero aun en ausencia de respuestas, me parece una buena pregunta.
Hay tantas preguntas que a veces me molesta no hacérmelas todas aunque no sea capaz de responder ninguna. Esta mañana me preguntaba ¿de qué estarían hechos los besos que importan tanto? Aun no me he atrevido a comenzar una respuesta, sigue la pregunta encarnándose, incorporándose. Podría amanecer tanto preguntándome como me duermo preguntándome.
¿Qué tenemos entonces? No es una pregunta fácil, ni de una, ni de dos columnas, ni de todas las columnas.
Qué tenemos que nos acompañe donde vayamos, que nos lleve a donde vayamos y que posiblemente nos espere allí donde sea que vayamos. ¿Qué tenemos que no tangamos por pura casualidad, fortuna o aun por una  inconsistente idea de destino? Quizá esté evaporándose con el aliento, quizá se escapa como el aire cuando intentamos apresarlo entre los dedos. Lo ínfimo y absurdamente terminal persiste en subrayar lo que tenemos.

¿Qué tenemos?


Me aturde un poco en la actualidad la apología del goce, el hedonismo sistematizado que puebla casi todas las aristas de nuestras vidas. Me aturde también un poco la carga sexual existente en todo, la ausencia de sensualidad entre otras ausencias que, como poco, consiguen que nos ausentemos nosotros mismos. En última, me aturden la vacuidad de contenidos y la vacuidad de los discursos políticos al uso. Pero el título de hoy nos sugiere pensar en otra cosa. Nos sugiere pensar en qué tenemos. Para nada pretendo anular lo dicho anteriormente. Al contrario, el preguntarse por el qué tenemos no es sólo una pregunta en singular sino también en plural y no es para nada un preguntarse personalmente sino también un preguntarse por ese mundo que pretenden vendernos tan a menudo.
Qué tenemos entonces más allá de las cosas que puedan acumularse en nuestro haber, más allá de tanto nostálgico pasado y aún mas allá de los sentimientos fáciles, graciosos o burlistas de esta humanidad que se diluye entre tanto materialismo insípido. 
Quizá nos hemos acostumbrado a perseguir aquello que nos hace bien sin haber definido antes qué sea aquello que tan bien nos hace. Pero rara vez cuestionamos a las costumbres, rara vez cuestionamos algún sendero transitado y sugestivamente transitado por nosotros mismos.
No quisiera robarles el mérito a quienes roban carcajadas o sonrisas (que son cosas bien distintas) pero no podría negarles el mérito tampoco aquellos que arrancan las mas amargas lágrimas. Es en la costumbre que también hemos olvidado que aquel brillante astro que todo lo ilumina no es sino absolutamente el creador de todas las sombras de nuestro mundo de imágenes.
No me detengo sino sólo un instante a mirar las fotos del mundo, que son todas las que todos tenemos, ni más ni menos. A veces esas imágenes se llenan de tanto que oso preguntarme por la gente y me admiro en la desdicha de que a veces haya tantas cosas entre nosotros, tantas interrupciones para aquello que percibo como ininterrumpible. Sufro por ello, sin acongojo ni degradaciones a lo sufrido. También es humano sufrir y quizá entre tanto olvido nos hayamos olvidado de ello.

lunes, 9 de abril de 2012

El libre albedrío


¿Qué esperaba? ¿Qué esperábamos de una película de este tamaño? ¿Esperábamos que no fuera lo que es?
Hablar de realidad quizá ahora sea hablar mal. Quizá hablar de individuos sea de suyo un error. El monstruo humano asusta sin asustar, sin hacer nada para ello. Pero a veces la diversidad, la pluralidad salen afuera a romper las reglas. A decirnos que la perfección, lo moralmente correcto y el propio poder de la voluntad son patrañas de un mundo de ficción que nos muestra sólo lo que queremos ver. Quizá cada quien sea un mundo y concediéndoseme esto, se cae a pedazos la abstracción que suscita el concepto de “normalidad”.
Ni estoy manifestando comprensión o apoyo a la causa del protagonista, ni me identifico con él. Creo que no podría comprender. Porque lo que somos a veces es simplemente incomprensible aunque esto hiera nuestras pretensiones de saber de los otros, de ponernos en el lugar del otro (con lo absurdo que esto suena) o comprender al otro (y esto me suena francamente imposible).
La pregunta por el otro aparece como una incógnita pero difícilmente aprendemos a vivir con preguntas sin respuesta. Por ello respondemos, por nosotros y por lo demás sin saber mucho y generalmente sin saber nada. La cotidianeidad no acostumbra a encontrar amor detrás de una comprensión real de aquel espectro infinito que somos cada uno. Creo que en esta cinta algo así sucede. Ojalá la “disfruten” (por supuesto, disfrutar no implica experimentar agrado, alegría o felicidad. “Disfruten” de la naturalidad que traspasa la pantalla y nos pregunta más allá de la posibilidad de dar respuestas).

Intocable

Hace mucho tiempo que no escribía una crítica, nada me lo inspiraba. Veo mucho cine, de muchas épocas, de diversos lugares.
Me atrevo a decir que todavía queda mucho buen cine por el mundo, cine actual, cine para ver.
Lo que me pasó con Intouchables fue que no que no quería que termine. Estaba realmente metido en la historia, en la amistad, en la calidez. Había llegado, en la medida de las posibilidades a entrañar a estos personajes tan diferentes como complementarios. Ya lo dijera aún en mis inmensas diferencias con Osho, un título de uno de sus libros “Los opuestos complementarios”. Quizá aquí, en esta historia, funcionó. Me enternecieron ambos por razones muy distantes pero atadas causalmente.
François Cluzet me ha gustado más aquí que en otro par de películas que he visto y no porque no me hubiera gustado antes sino porque aquí está perfecto. A Omar Sy tendré que seguirlo para tener una opinión más interesante aunque me ha dejado una buena impresión.
A veces no dimensionamos lo difícil que puede ser plasmar sensibilidad sin ser soso, sensiblero o melodramático en exceso. Esta cinta es bella por muchas cosas pero principalmente por su naturalidad y su natural sutileza. La naturalidad nos ha acostumbrado a su ausencia en el cine contemporáneo y la sutileza nos lleva a preguntas como: ¿suti… qué?
Mi aplauso Olivier Nakache y Eric Toledano (directores y guionistas) que desconocía. Mi aplauso para algo que debería ser habitual en el cine humano pero que la irónica deshumanización cotidiana ha vuelto una excepción de la regla.

jueves, 5 de abril de 2012

(12) Tempo (Tiempo)


  

“...Y aquel que camina una sola legua sin amor, camina

[amortajado hacia su propio funeral.

Tú y yo, sin un céntimo, podemos comprar el pico más alto

[de la sierra;

y el fulgor de una pupila

y un guisante en su vaina

humillan toda la sabiduría del mundo,...”



Walt Whitman



El tiempo fluye incesantemente y alguna vez quizá nos percatamos de ello: del cambiar permanente del todo, del cambiar permanente del uno, del imponente cambiar del flujo mundanal que nos abarca como se abarca a si mismo.
Existe ese momento en el cual el intérprete que somos pierde la consonancia habitual que lo habituaba al cambio irrefrenable de aquello que llamamos mundo. Se aparece entonces a si mismo como una disonancia, como una pregunta por si que no consiste en responderse sino sólo en preguntarse y, con ello, una apertura y, con ello, una posibilidad y, con todo, el inexcusable pensarse: en relación, al todo y al cambio omniabarcante que nos habita, que vive en nuestro distraído cambiar.
La apertura desbordará los ánimos, la posibilidad no conocerá límites y quizá los límites desconozcan imposibles.
Cambiará la incandescencia que cubre el todo: brillaran opacos y se opacarán aquellos que fueran brillantes.
El hábito perecerá en un guerra violenta que atentará contra la identidad de aquel habituado, perecerá sólo en la medida que pueda ser de otra manera. Aquella armonía entrañable del pasado enfermará al presente que no tiene  nada delante y que sólo contempla el todo. Allí, donde sólo parece aparecer la obscuridad de lo desconocido habitará entonces la luz de lo posible y allí, donde sólo parecía aparecer destellante el amable recuerdo, no habrá sino polvos grises del pasado, de lo sido, de aquello que jamás admitirá posibilidades o aperturas o preguntas.
Los pasos en la obscuridad no resultarán sencillos, ¿cuándo acaso fue sencillo caminar en la penumbra? ¿Cuándo acaso fue confiable o armonioso lo desconocido?
Lo posible sólo se realizará en lo pensado.
La vida, pequeña, insólita y opacada por la inmensidad del mundo puede quizá ponerse mas allá de la inconmensurabilidad inexpresable de aquello que en la redundancia se concibe como mundo.
La mirada del que cambia brillará allí donde aquello que estaba más allá de si mismo se realice, donde aquello que el pasado volvía imposible se hiciera posible en un intuitivo y desconocido presente.
Ahora la brisa tiene otro aroma, siempre lo tuvo. Ahora el que respira, el que se llena el cuerpo de lo nuevo por posible respira nuevamente.

(11) Fuga II (Diálogo)



Pronunciar una palabra simple al infinito intentando jugar el juego de vestir los sentimientos de sonidos comprensibles. Escribir una palabra al aire para que flote allí adornando aquello que no concebía, aquello que jamás habría imaginado, aquello que era tan simple imaginar ahora.
¿Cómo pensar los impensables? ¿Cómo pensar lo pensado por lo que no somos cuando esto es desvelado por el lenguaje que lo ultraja de aquello por lo cual ha nacido?
En la imposibilidad de retener nada seguirá fugándose lo propio, lo incomprensible para el uno y seguirá encontrándose con la fuga de lo incompresible del otro. Se detendrán aquellos prófugos de bella presencia y desnaturalizado sentido y habitarán habituando: lo bello a lo real, lo inconcebible a lo compartido.
Me preguntaba por entenderse. No por entenderme  sino por entender lo que no soy, lo otro, lo desconocido. Me preguntaba de qué se trata esto de entenderse, esto de derrochar el lenguaje y los sonidos propios al silencio ajeno, esto de llenar los silencios voluntarios de signos prestados, de signos regalados, encomendados al cuidado mas delicado de aquello que del otro atrapamos en el comunicarnos.
Pensaba en el juego fascinante de desembellecer las brumas personales para compartirlas, en los disfraces de lógica obligados en los cuales nos vemos envueltos para mostrarnos. Cuánto debemos quizá alejarnos de nosotros mismos si de verdad pretendemos acercarnos a aquello que no somos.
Quizá en el medio obscurecido por la claridad pretendida se diluyan placer en tortura y viceversa: placer por lo sentido y tortura por lo expresado; tortura por lo sentido y placer por lo expresado. En las redundancias, en las ficciones, un abismo inexcusable entre los que se aman, se estiman, se admiran o se ensayan. Una guerra fría de lo desconocido le permite al “por conocer” sentir que dará batalla, mas no le será posible: se veda a sí mismo y veda a lo otro.
La ilusión subsiste abismos y guerras. El éxtasis del placer y la tortura sucediéndose a si mismos  es demasiado para dejarlo. Las preguntas caerán al vacío lleno de todo lo que resuena, lleno de todo lo que murmura. Sólo azar y movimiento, sólo eso y nosotros llamándole mundo.
Las palabras flotarán en la costumbre más sólo flotaran en ese cause. Los amantes, los estimados, los admirados o los ensayistas de si flotarán también sólo en ese cause. El cause flotará en la tragicidad de lo expresado por lo sentido, de lo necesario por hastío, de lo bello por lo desembellecido.   
La palabra del uno y del otro deambulará intentando dar pellizcos a la realidad de lo sentido mas sólo palpará el aire insípido que deja una huella vaporosa en la bruma, la huella de una nube que se llevara el viento hacia ninguna parte.
La palabra del uno y el otro deambulará buscándose en esa creación en que consiste interpretarse.
La palabra a secas, la que no es ni el uno ni el otro desaparecerá en la estela que dibuje el sentimiento que se olvida de si para expresarse: la expresión placentera que tortura, la expresión torturante que da placer.

miércoles, 4 de abril de 2012

(10) Obertura II



¿Cómo quitar el polvo viejo de lo viejo?  El preguntar y preguntarse a veces parece un incesante e inacabable quehacer. Qué hacer con esto o lo otro entre tantas cosas. Qué hacer con las formas, con los “cómo” o con algunas simpáticas vestiduras lingüísticas.
¿Cómo fantasear o imaginar que lo viejo o lo heredado no está allí? ¿Cómo cuestionar “innegables” sin cuestionarnos ni ser tenidos por objeto de nuestras ensimismadas cuestiones?
Desempolvar la mente, olvidar lo probado por probado u olvidar lo sólido por añejo no parece reducirse a negar nada. Se trata mas bien de llenar e invadir todo de cuestiones, de invadirnos de cuestiones: de amenazas, de pequeñas y sutiles amenazas a los ropajes de los que suele disfrazar todo el lenguaje, a la bruma en la bruma de la solidez de lo fijado, a las monstruosas metáforas del yo con las que nos acostumbramos a vivir y sin las cuales nos sería complicado hacerlo.
¿Cómo cuestionar historias que funcionan? Cómo cuestionar engranajes aceitados y fundantes olvidadamente fundados por una gama interminable de un mismo “como si”.
Sin saber en qué consista la apertura, deambulamos en la penumbra, a la sombra de las preguntas que hacemos no porque el querer se haya encaprichado sino porque a veces el preguntar no es sólo preguntar sino preguntarse. Porque a menudo el preguntarse sin responderse hiere y no hiere provocando dolores o hemorragias sino a lo concebido, a lo creído, a lo tenido por cierto, a lo pretendidamente o presumidamente real. El preguntarse derrama sal sobre lo dulcemente aprendido, sobre lo dulce e inocentemente fijado en la ignorancia, la distracción o el desocupamiento de si. La sal, como todos sabemos, corroe aquello que toca, los esquemas, los prejuicios, los preconceptos: todos cada vez más salados van volviéndose también más intragables. Uno ya no atraca ideas como dulces sino que las escarba cual hombre que se hubiera envenenado alguna vez.
Sólo imaginar, sólo fantasear deshacerse de lo viejo y heredado. Entorpecer el aprendizaje con dudas, entorpecerse un poco con dudas, preguntar, preguntarse aunque debamos caer en la abstracción de ser objeto del cuestionarse mismo.
¿Cómo fantasear sin fantasía? ¿Cómo disolverse o reinventarse en el huido presente? ¿Cómo disolverse o reinventarse en la huida feroz de un yo que supera las metáforas actuales y crudamente susurra burlas a si mismo?
En la monotonía del reflejo del verso cotidiano se oculta ensombrecida la rareza de un yo pretendidamente conocido que sólo se nos esconde, donde sea, donde no lo buscaríamos nunca, donde podríamos buscarlo siempre.

(9) Disonancias (Los inaceptables)



En la espectral diferencia están aquellos que vuelan con nosotros y a aquellos incontables que vuelan sin nosotros. Las diferencias se adueñan de aquello que llamamos “igual”, de aquello que denominamos “normal” y de aquello que juzgamos “común”. No queda nada sino la diferencia que reinaba desde un principio ahora imponiéndose con crudeza a las mentes capaces de sopesar aquello que les sobreviene antes de si quiera emitir un sonido.
Vuelan entonces los diferentes por diferentes caminos, sin caminos vuelan hacia donde sólo las posibilidades y el azar caprichosísimo se lo permitan.
Sin embargo, existirán diferentes que persistirán en llamar “igual”, en denominar “normal” y en juzgar “común”. Que pretenderán, desde una soberbia espeluznante y una imbecilidad somnífera, “aceptar” a aquellos que no vuelen “sus” vuelos, que no sigan “sus” rastros o pretendan sólo volar sus vuelos.
Volarán entonces soñando vestirse en ropas que jamás les regalarán, se soñarán acariciando la caricia que no habrán dado jamás y anhelarán besar los labios de la libertad y la posibilidad de lo amado, la posibilidad de si; que lo encarna, lo lastima mientras pide, exige salir a gritarse a si misma, a cantarse la dulce melodía del amor a la diferencia, del amor de los cómo quienes a los cómo cuales.
Anhelará pintarse y pintar el mundo de esa sonrisa real oculta detrás del espejismo de las sombrías proyecciones ajenas, de los otros y la tortura de los otros torturantes del ser imposibilitado. Torturantes olvidados de su propia libertad, sumidos en jaulas de prejuicio olvidados de posibilidad mientras señalan “inaceptables”.
Se verán los “inaceptables” erigidos por sobre las cárceles del mundo en las que encerraran todos, se oirán las risas vibrar en el aire teñido moralidad indeleble y reirán también a la ironía.
La asfixia social de las diferencias encontrará su fin cuando los “inaceptables” logren respirar su propio aire, el que respiran todos ignorándose diferentes de cada quien como de cada cual.
Será sencillo descubrir otro en el otro y no esperar de él nada que no sea él mismo.
El espectro imaginario de lo pretendidamente conocido por igual naufragará en la penumbra sombría de la mentira, del fingir habitual del mundo que no conoce a sus seres y de seres que desconocen sus posibilidades.
Las estelas en los cielos se dibujarán del brillo propio de cada destello, los caminos los caminarán aquellos que al menos lo intenten y la vida, es su cúmulo metafórico de necedades, los aguardará a todos.
Resonará en última instancia una cuestión final, ¿qué destella cuando destella el todo ante el ser que se enamora del mundo? A veces sólo lo discontinuo, lo caótico y lo mágico de la diferencia.

lunes, 2 de abril de 2012

(8) Silencios II (Los imposibles II)

En la penumbra más obscura o en un silencio aturdidor habita. Concibiendo el brillo y claridad en otras formas, en otras cosas. Puede detenerse a amar en la diferencia en la que todos amamos, puede sentir de otra forma, seguramente, aquello que todos sentimos. Quizá proyecte al futuro como todos inocentemente lo hacemos. Está ahí, como cada uno, como cada quién con un nombre, una historia, una vida pasada pero, por sobre todo, presente, latente, potente como la posibilidad inescindible que anida en cada uno: amar, ser, permanecer y pertenecer.
Sujeto por los mismos lazos, las mismas ataduras, volviéndose imposible sólo por ignorar posibilidades, volviéndose silencio sólo por ignorar posibilidades. No puede negarse a si mismo aunque el mundo lo niegue, no puede negarse porque late en sí y es en sí aquello que todos somos y que en la redundancia del asentimiento a la enajenación rutinaria olvidamos.
¿Cómo me olvido de mí? ¿Cuánto me olvido de mí en cuanto me olvido de él? Volverá a alzar la mano en son de paz aunque el mundo fríamente le haga una guerra, volverá a alzar las manos aunque las manos cercanas se escondan en la tumba del olvido. Del olvido del otro y del olvido de mi.
Preguntará pacíficamente, obstinadamente, humilladamente: ¿quién es entonces el distinto? Si hablamos escucha. Sólo si oímos, entonces habla. Nos ve, en la horrible necesidad de vernos aunque no nos pueda ver. ¿Lo escuchamos, acaso, cuando no habla? ¿Lo vemos en la ceguera patológica que el trajín pretende sumergirnos y muy amablemente le cedemos el pensar para que el mercado lo meta en una cubeta?
Está donde todos estamos, mirando aunque no vea, escuchando aun en el silencio de muerte que es posibilidad común.    
Es porque somos los otros que somos ciegos aunque destellen los objetos brillantes ante nuestra vista, sordos, aunque podamos oír el ruido insufrible que actualmente llamamos música.
Está ahí, preguntándose por si mismo, preguntándose: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo los que ven serán más ciegos que él? ¿Hasta cuándo aquellos que oyen serán tanto más sordos que él?
¿Quién es el distinto? Creo que nadie escapa a la agraciada diferencia, a la maravillosa y mágica diferencia.
La discapacidad le escapa a la ceguera, la sordera o el retraso mental pero no le escapa al mundo.
Él está ahí preguntándose y yo estoy preguntándome con él: ¿quién es el discapacitado?

(7) Silencios (Los imposibles)



Sólo alza las manos mostrando lo que tiene, un poco de nada y nada de algo. Buscando el asentimiento, la simpatía, persigue con la mirada la mirada del que no asiente, del que no saluda ni simpatiza. Se desgarra entre sus manos ese trozo de ternura  mercantil que lo tiene por dueño, dueño de nada, ignorándose dueño de si.
Vuelve a alzar las manos y el mundo parece un ciego soberbio donde lo que no se ve no existe, un sordo irrespetuoso donde tampoco existe aquello que no puede oírse.  Esta, donde nadie quiere estar, olvidándose de si como se olvida todo. Habita en el rincón de los olvidos imposibles. ¿Cómo olvidarlo si no ha existido para el mundo?
Alza las manos nuevamente y el mundo pasa, mientras pasan sin pasar las manos alzadas, agitando aquello que tienen de si, que ignorándose dueñas, dan, buscando automáticamente el asentimiento forzado, sin simpatía, simpatizando irónicamente con la antipatía intragable del mundo que lo enajena, le quita y lo ignora.
Volverá a alzar esas manos vacías de llenas, llenas de nada, de opresión, de imposibilidad, de pasividad ante la sola posibilidad de lo imposible. Vacías de si entregaran aquello que son, aquello  que han llegado a ser a aquello que no serán nunca: antipatía pánfila y espeluznante. Aquellas manos horribles que se desangran sin dueño se quedaran esperando que, luego de quitarles todo lo que son,  sigan quitándoles disfrazando la quita de moneda que compra. Abrazaran aquello que los profana y volverán por inercia a la tierra, a mancillar la flor que cultiven. El mundo: ciego, soberbio, sordo e irrespetuoso seguirá olvidando imposibles.
¿Seguirán entonces alzando las manos a la antipatía pánfila y espeluznante? ¿Seguirán pendientes del asentimiento soberbio e irrespetuoso del mundo sin percatarse de ser dueños de si? ¿Sin percatarse de  ser dueños de las vértebras que sostienen el artilugio monstruoso y siniestro que ignora desde la conciencia y la arrogancia?
Todo sueño comienza y todo sueño debe terminar, sueñen dioses o demonios, o los unos disfrazados de los otros. Los sueños terminan y a veces las peores pesadillas comienzan al despertar. Y los soñantes, que son los dormidos, no siempre serán pesadillas las que habrán de soñar.

(6) Preludio II (Por aquello de andar descalzo)

Me encontraba con la virtud de aquellos capaces de andar descalzos, en la arena, la calle, la casa, en el verano o en el invierno. Con esa capacidad de no calzarse nada, de no estar hecho para nada, de no tener moldes o estructuras de las cuales y por las cuales estamos terroríficamente determinados. Me asombraba de aquellos capaces de salirse de las rutinas, de los compromisos. De aquellos capaces de quitarse las pesadas mochilas del pasado, del futuro, que se desnudan al presente, que miran fijamente al presente y sonríen, sin porqués premeditados ni preconcebidos. Que sonríen al aire, al sol, a la mañana, a si mismos. Que pueden quitarse aquellos pesados zapatos viejos de los años que se cumplen banalmente, de las canas que aparecen temerarias en la juventud profanada por la inconciencia amada y libre.
Vivir descalzo, descalzarse apenas un instante, a penas un instante que no es menos que una vida, ni más que un segundo. 
¿Cómo quitarse un par de zapatos? ¿Cómo no quitarse un par de zapatos si parece una tarea tan sencilla? Quitarse aquello que uno es pero no es, aquello que somos y no somos nosotros y quedarnos entonces con nosotros mismos,  sin zapatos, ni pasados, ni futuros, ni nada que nos ate o nos cohíba, ni nada que no sea aquello mismo que nosotros somos.
En el afán de calzarnos, ponemos tanto que apenas pueden verse los pies empequeñecidos al final de todos los tapujos, de todos los velos que cubren aquello somos, que acarreamos o posponemos pero que no podemos olvidar detrás de ningún disfraz, precisamente porque esta detrás, sosteniendo todo el cúmulo de artilugios que se nos parecen mucho sólo porque nosotros nos volvimos parecidos a ellos.
Vivir descalzos pero no como si nada sino como si todo, como si de estar ahí, simplemente de estar ahí  se tratara la cosa o aquello que creamos que de algo se trate.
Quizá si me haya pasado toda la tarde mirándome los pies aunque descalzarse no se trate de esto, quizá esté sumamente vestido sentado en un escritorio oscuro del cual el sol se haya olvido por un momento, independientemente de la circunstancia, admito que la letras me hacen sentir bastante descalzo, me llevan de la playa a la montaña sin escalas,  sin recetas. Luego, estamos allí mis pies y yo, mi libertad y yo, mi pasión y yo siendo uno solo por algún instante. 

(5) Concierto



Quizá el firmamento sea por excelencia el símbolo del infinito, seguramente, aun más allá de cualquier fotografía astronómica. Quizá esta infinitud sólo se deba a la finitud de nuestro conocimiento, quizá aquello que llamamos infinito tenga sus propios límites y lo infinito sea una fantasía ridícula.
Vivimos. Nacemos y morimos, pero cuando nacemos, nace, con nosotros,  esa magia imperceptible de lo posible, de lo amable. Y es en esta amabilidad que somos, engendrando amor del único infinito posible, real, abrumador, paralizador, escalofriante de ser todo aquello que somos, fuimos y seremos por al menos un instante de presente, un instante de vida. Ser todos, ninguno y uno mismo, ser en su máxima expresión, naciendo para ser todo aquello que sea posible.
El nacimiento de un hijo nos puebla de una incertidumbre encarnada que sólo nos sacude esa vez en la vida: qué será… quién será… quién seré cuando él sea… el nudo no suelta, como no se suelta  la vida hasta probado aquello que era probable, como no se suelta la mano de alguien a quien se ama después de haberla tomado por primera vez aun habiéndola soltado.
Nacemos y morimos, pero cuando nacemos, algo nace en aquellos que nacieron antes, algo nuevo, algo aterradoramente fuerte y aterradoramente hermoso. Simple, como la vida y mágico como la magia que sólo tiene la incertidumbre de ese ser nuevo, destellante, amado aun en el desconocimiento y quizá, en todos los aúnes. Es de padres deshacerse un poco del padre y hacerse más del hijo, más del amor al otro que es otra forma de amor a uno mismo.
Aquellos que nacen también son allí donde aman y, donde sean amados, serán entonces mucho más. El amor entre padres e hijos no sólo se siente, puede verse en la oscuridad y oírse en el silencio, puede tocarse allí donde los dedos pequeños desgarran la inmensidad del aire del mundo que los espera y les reclama que sean.

(4) Fuga (el intelectual)


¿En qué pensamos cuando hablamos de intelectualidad? ¿Cómo construimos y descontruimos aquella pretendida construcción que denominamos intelectual? ¿Dónde descansa la significación trivial del intelectual o el intelectual marginal? ¿Cómo descubrimos la no-vela en la desavenencia disfrazada ampulosamente de lógica, conocimiento o verdad?
Estimo, en principio, que pensar en intelectualidad o intelectuales, aunque entiendo que no puede pensarse lo uno sin lo otro, nos lleva recurrentemente a pensar los entramados complejos de los cuales suele vestirse la realidad cuando es pensada por algunas mentes. A menudo también, la evidencia de la complejidad es sospechada por aquellos que sospechan, no sólo de las vestiduras simples o al uso, sino también de aquellas que se presumen complejas para cuyo desnudamiento basta una mente sola, que no es una, ni muchas, ni todas, ni ninguna.

Quizá, también, pensar en intelectualidad o intelectuales, nos sitúa y los sitúa separados abismalmente aun en la metáfora de encontrarnos lógicamente parecidos.
Pensar en intelectuales es pensar en una forma especial de sospecha. No implica teñirse de incredulidad ni bañarse en oscuras aguas de soberbia. Si resulta, en cambio, ciertamente inescindible de volitivos guiños aristocráticos que pueden o no explicar algún grado de marginalidad. La noción de marginalidad implica en primer lugar, el placer de no dar nada por sentado, sacudir y desestabilizar las convenciones. Un intelectual está fundamentalmente por el conocimiento y la libertad (y nunca por el temor infundido desde posiciones de fuerza). En segundo lugar, su tendencia a ver las cosas no como irreversibles y permanentes; sino en su devenir, preguntarse cómo han llegado a esa situación y cómo podrían comportarse en el futuro. Por último, está su cualidad de no aferrarse a lo que perdió en el pasado; sino adaptar su insatisfacción a las nuevas circunstancias. Esta marginalidad puede entenderse como un pertenecer a ningún lugar sino pertenecerse, manteniéndose en el camino sin detenerse en ninguna morada, buscando, sospechando.
El intelectual encarna la sospecha y la sospecha se encarna en el intelectual, lo hiere. La sospecha hace en el intelectual lo que intelectual le hace a la cultura, a la moral y a la sociedad, la hiere.
¿Qué es un intelectual? ¿Qué es un intelectual marginal? Podremos pensar respuestas para la primera de las preguntas. Para la segunda, sólo decir que intelectualidad implica marginalidad, implica la sospecha y la búsqueda desvelada por aquello por lo que en la introducción sugería que hiere al intelectual.
¿Qué es un intelectual? La pregunta cobra tal abstracción que queda la interrogación de preguntarse por lo preguntado y el intelectual se me aparece como la pregunta para la cual por virtud no existe una respuesta concreta, bella o lógica sino una allanada en las márgenes, infeliz, oscura y recurrente a sí misma.

(3) Gatos azules transitando la filigrana del cielo

Pienso e intento una reflexión de fin de año. Me encuentro con la dificultad casi insuperable de reflexionar cada día que pasa, con la no reflexión de cada día, con la ausencia casi absoluta de la reflexión acerca del estar, el permanecer o el pertenecer mismo. Coincidirán todos en que el tiempo pasa cada vez más rápidamente y, quizá, en vez de tratar de contrarrestar la enajenación que produce tal ajetreo, nos dejamos arrastrar a esas velocidades enajenantes del presente, del estar ahí, viviendo, sumidos en cada instante en el que inconscientemente morimos un poco.
La salvedad de los lectores es que estamos a tiempo de tanto, a tiempo de tanto tiempo. Por eso la reflexión me lleva a las pasiones y las posibilidades, a eso que nos constituye que a veces necesita espabilarse, actualizarse, saberse, pensarse. Pasiones y posibilidades, amores e incertidumbres. Incertidumbres que aparecen denostando a cualquier determinismo, que nos alientan: no hay nada escrito, nada planeado. En esa incertidumbre anida el vivir por el vivir mismo, el amor a la vida y a aquellos vivientes.
Me detengo un instante y me sobrevienen nostálgicamente aquellos que vivieron, aquellos que amaron y que transitaron mágicamente la filigrana del cielo. La nostalgia eclipsa y me traslada a lugares intransitados, cómo sabrían los asados del abuelo que ni si quiera conocí, cómo sabría la tarta de manzanas de la abuela que no pudo ser. Recuerdo, tibiamente, las manos frías de mi abuelo que no se fue hace tanto y sin embargo, tanto hace. Todos viven donde amaron y donde amemos viviremos, seguramente, cuando ya no vivamos.
Las fiestas tienen mucho de esto y mucho de otras cosas, de tantas que no alcanzan diarios enteros. Por eso quiero volver a las pasiones, a las más sanguíneas, quizá efímeras, pero, probablemente, lo más real de nosotros mismos. Somos reales allí donde nuestras pasiones aparecen con todos sus nudos, donde los atisbos de ser, permanecer y pertenecer suelen volverse más evidentes.
Me detengo a pensar pero no me detengo como quien detuviera el motor del mundo para verlo como a una pintura terminada, me detengo y mi vieja querida barre la cocina, mi viejo querido persigue por el campo algún ternero para curarlo y el ventilador produce ese zumbido que vuelve soportable el calor de mil grados de la siesta de mi hermoso Villa Dolores. Y estoy, mientras leo y releo de principio a fin, respirando. No sé qué haré mañana, ni siquiera sé qué voy a hacer cuando termine lo que estoy haciendo, pero esta no es la incertidumbre de la que hablaba. La incertidumbre de la que hablo es aquella que nos susurra suavemente que todo es posible y no sólo aquello que nos hace felices, sino todo.
Las fiestas tienen, como decía, un poco de todo y no todo nos llena de regocijo, la vida tampoco se trata de llenarse de regocijo, se trata de vivir y no estoy descubriendo nada nuevo. Cuando hablo de “vivir”, hablo de vivir simplemente, de vivir allí donde amamos, allí, donde desnudos de todo el trajín materialista y exuberante, somos nosotros mismos.
No deseo felicidades porque sencillamente no creo en ellas, les deseo conciencia y todo el amor del mundo.

(2) Obertura


Disfraces de uno y otros disfrazando lo mismo. Por doquier, aglutinándose, separándose de aquello a lo que también pertenecen. Somnolientos para amar. Despabilados quizá para todo lo demás.   Aburridos e histéricos gestos de cabotaje, de relleno, abundan.
Personificando la coseidad ordinarísima de cada cosa, deshumanizando a la muerte, accidentándola, quitándonos la mortalidad como quien se sacude el polvo de un abrigo.

Pasando sin pasar, pasando de lejos. Mirándose frente a frente con el suceso como extraños, apurados por mirar y mirar otra cosa, apurados porque pase aquello que ya pasó. Apurándose, quizá más que el tiempo mismo. 
El amor se presenta entonces como el remedio sanador de aquella enfermedad que somos, de la impasiva guerra propia por sobrevivirnos, sacrificando y sacrificándonos, allí donde pretendemos anestesiar el torbellino pasional que anida en nuestro existir. Desnudos y cubriéndonos las pieles metafóricas e insensibles que nos cubren y disfrazan de individuos. Que nos esconden, nos ocultan. De la vida posible, del momento, del sentido simple. En un trasfondo utópico de una realidad incognoscible en la imaginación, en el misterio. Turbado, superfluo, mítico. Despiadado, descarnizado, enemigo del momento, del instante, de la coyuntura imperceptible del presente magnético y  del magnetismo del uno y el otro.
Un beso es suficiente para aniquilar por demás a los enfermizos mecanismos de deshumanización y desocialización que nos pervierten a cada instante. Para aniquilar la sugerencia fagocitosa de que la sonrisa depende de la cosa y que la cosa en la pretenden convertirnos, depende de todas las cosas que podamos reunir.
Enajenándonos, aun ante la sospecha de la enajenación, accediendo el mercado de lo fútil y lo obsceno, futilizándonos obscenamente.
Un beso basta para detener la tortura del pertenecer o del no pertenecer, para ser el todo cuando el todo mismo es. Basta para volver el mundo hacia donde sea que suceda, para volver al presente, a la humanidad compartida y por qué no mágica.
Un gesto de amor puede ser, de todo lo que hagamos, quizá aquello que le dé al todo un sentido, quizá aquello por lo cual ganemos esa guerra visceral por sobrevivirnos aun cuando nuestra existencia se desvanezca en un horizonte muy cercano. Un gesto cualquiera puede desestabilizar la maquinaria siniestra de la modernidad que nos cuenta en números, como quien  cuenta tornillos y tuercas.
¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? Quizá sea momento de curarse aquella enfermedad de mirar tanto más allá de uno mismo, estamos uno al lado del otro, tocándonos sin tocarnos, mirándonos sin mirarnos.

(1) Preludio


“Sólo sé que no sé nada” resuena tímidamente en una actualidad aturdida de tantos “conocimientos” y de tanta “información”. Cuán frágiles pueden ser esos supuestos “conocimientos” y esas supuestas “informaciones”, cuán débiles pueden ser nuestras creencias si las sometemos apenas a nuestro propio juicio.
Cuánta más oscuridad que luz sembramos simpatizando con presumidos conocimientos e informaciones cuando alzamos la mirada por encima del todo discriminando aquello que parece cierto y ocultamos la gran masa mágica de la diversidad de nosotros mismos. Cuánto nos ocultamos a nosotros mismos. Ciertamente, nos ocultamos tanto que olvidamos dónde nos habremos quedado, dónde habrá quedado aquella simpatía por un sujeto tan plural como el inconcebible mundo mismo. Dónde habremos encontrado esa  necesidad de empequeñecer o menguar esa aura indefinida cambiándola por la banalidad de lo concreto, lo rápido y lo material.
En qué rincón de la conciencia duerme ella misma pretendiéndose tan despierta como está de adormecida, habituada, a pasar, a ver pasar, a dejar pasar, sin preguntar ni preguntarse por todo y por sí misma.
El nudo a desatar es un nudo ciego, podremos intentar por medio de la técnica (vieja costumbre), podremos intentar por medio de la razón (sana costumbre). Pero el nudo no suelta. La maravillosa utopía del conocer descansa en la improbabilidad certera y elegante que con delicadeza nos sugiere que pensemos un poco más, un poco más que de costumbre, un poco más que nosotros mismos.
Que entendamos, que el entender, es un nudo que inventamos nosotros, en el que anudamos todo de la forma que nos pareció más bonita. Pero no es más que esto, un acuerdo, un pacto implícito para vivir más cómodos y con menos miedos, a cada cosa, a cada incertidumbre, a nosotros mismos saliendo de las tinieblas de la razón y volviéndonos mundo sin ser parte, siendo todo. Y el miedo como siempre triunfa un poco más, encontrándonos sentados o de pie, seleccionando “información”, pretendiéndonos “informados” e “informantes” de una realidad que tiene tantos colores que no alcanzan los números que hemos inventado para contarlos.
Y me detengo, ahora, este presente tan pasado a esperar, a pensar un poco más, no para entender, sólo pensar me ocupa.