sábado, 14 de abril de 2012

Una vez



El estrépito cotidiano ahoga la sensibilidad impidiendo siniestramente la floración artística constituyente del ser que somos, del ser que deviene, del ser en el que nos convertimos.
Poco importan miserias si el artista desdobla los símbolos reclusión efímeros volviéndoles libertad que puede sonar en algunas notas, descubrirse detrás de alguna sonrisa.
Once es una expresión mínima de libertad que ridiculiza las costumbres y el costumbrismo cinematográfico de hacer siempre lo mismo con diferente vestuario.
Con una guitarra rotosa y un pianito de juguete puede mandar uno a volar todos los sueños frustrados de un masacote de seres que ya no sueñan, que se duermen y no miran por las ventanas del pluri-verso que los conmina a ejercerse, a hacerse cada instante como si fuera el primero.
Una vez, quizá simboliza que no existen segundas veces o, esta es al menos, la magia que el título de la película me sugiere personalmente. Interesante el ocurrir de las primeras veces, el asombro en su máxima expresión canalizándose en el nervio musical que los interpretes viven.

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