domingo, 15 de abril de 2012

(14) Una consideración a propósito de las moscas y la verdad


En un lugar cualquiera, en un día cualquiera, en una tarde cualquiera. Uno podría dedicarse a casi cualquier cosa pero no lo hace. Se dedica a algo. Aunque no fuera de tarde y fuera en la plena madrugada, aunque no hubiera un escritorio repleto de apuntes, aunque el momento no fuera propicio con lo raro que resultan los momentos propicios.
En un lugar cualquiera, en un día cualquiera, en una tarde cualquiera. Frente a un escritorio repleto de apuntes pensaba en la verdad. Sencillamente pensaba en la cuestión de la verdad. Cuando una mosca, uno de los animales mas desagradables que pueda concebir, sobrevolaba el lugar. Se asentaba sobre los papeles, sobre mi cabello, sobre mis manos en movimiento y podía percibir la humedad de sus patas. Lanzaba algunos manotazos al aire para ahuyentarla por lo menos de encima de mí pero parecía imposible. Iba y volvía, cuando no se posaba en mis manos, se posaba en mis pies descalzos y cuando por fin creía que ya habría encontrado algo mejor que hacer, aparecía su zumbido zumbando y me rozaba el rostro.
Intentaba, por caso, pensar esta cuestión de la verdad, ¿cómo se vería la verdad? ¿Cómo se sentiría la verdad? Pero la mosca volvía a la carga obligándome a levantarme de mi comodidad para abrir las ventanas invitándola cordialmente a salir. No quería, prefería interrumpir aquello que pretendía pensar: ¿qué es la verdad?
El zumbido mosquivélico volvió a recorrerme los oídos y de repente el desagradable animal alado se posaba en mi nariz con sus frías y sucias patas. Pude mirarla a los ojos por un instante antes de intentar apartarla pero sólo conseguí atrapar mi vieja nariz de siempre, conocida, suave y nada parecida a una mosca.
El pequeño hexápodo seguía paseándose por entre mis muebles, mis cosas y mi ser. En un estado creciente de desesperación y pretendiendo parecer calmado ante la animalesca e invasiva presencia de mi nuevo enemigo, perdí la calma y comencé a perseguirla intentado no destruir el desorden que imperaba en el lugar (los desordenes propios siempre suelen ser alguna forma de orden). Intenté arrinconarla entre mi ser y las ventanas pero su volar le permitía burlar mi estatura incomparable con el alto de la casa hasta el techo.
Resignado entonces, volví a mi silla a pensar en la verdad, ¿de qué se trata la verdad? De pronto la mosca apareció y sin más preámbulos se asentó sobre mi escritorio precisamente al  alcance de mi instinto de exterminio. Fue entonces cuando volví a pensar en esto de la verdad, ¿cómo hemos llegado a concebir su existencia? Estiré mi mano rápidamente y atrapé la mosca en mi mano. No podía sentir su diminuto corazón latir en mi puño pero el zumbido había desaparecido, no sobrevolaba mis alrededores y lo mas importante, no estaba mirándome desde la punta de mi nariz.
La mosca estaba en mi puño como tantas otras cuestiones que pretendemos sean atrapables quizá más sencillamente que una mosca.  Ya no zumbaba el aire, las patas húmedas ya no intentaban tocarme y yo podía reflexionar a cerca de la verdad mientras en mi puño moría el impedimento. ¿Cómo será conocer la verdad?
La mosca podría haber volado rápidamente como tantas veces y salir volando por la ventana, podría estarse haciendo un picnic en mi jardín mientras yo permanecía apretando el puño y pensando a cerca de la cuestión de la verdad. Simplemente podría haberse ido, haber desaparecido del mundo, de mi mundo y sólo bastaba abrir el puño y descubrirlo, pensar un poco más, escarbar un poco más. Podría haber abierto el puño y descubrir que no había nada dentro y que no había atrapado a la mosca en mi pretensión de pensar a cerca de la cuestión de la verdad o bien, siempre podría permanecer empuñando la agradable sensación de que toda la calma circundante se debía a mi gran hazaña de atrapar la mosca pensado a cerca de esta cuestión de la verdad.

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