lunes, 2 de abril de 2012

(4) Fuga (el intelectual)


¿En qué pensamos cuando hablamos de intelectualidad? ¿Cómo construimos y descontruimos aquella pretendida construcción que denominamos intelectual? ¿Dónde descansa la significación trivial del intelectual o el intelectual marginal? ¿Cómo descubrimos la no-vela en la desavenencia disfrazada ampulosamente de lógica, conocimiento o verdad?
Estimo, en principio, que pensar en intelectualidad o intelectuales, aunque entiendo que no puede pensarse lo uno sin lo otro, nos lleva recurrentemente a pensar los entramados complejos de los cuales suele vestirse la realidad cuando es pensada por algunas mentes. A menudo también, la evidencia de la complejidad es sospechada por aquellos que sospechan, no sólo de las vestiduras simples o al uso, sino también de aquellas que se presumen complejas para cuyo desnudamiento basta una mente sola, que no es una, ni muchas, ni todas, ni ninguna.

Quizá, también, pensar en intelectualidad o intelectuales, nos sitúa y los sitúa separados abismalmente aun en la metáfora de encontrarnos lógicamente parecidos.
Pensar en intelectuales es pensar en una forma especial de sospecha. No implica teñirse de incredulidad ni bañarse en oscuras aguas de soberbia. Si resulta, en cambio, ciertamente inescindible de volitivos guiños aristocráticos que pueden o no explicar algún grado de marginalidad. La noción de marginalidad implica en primer lugar, el placer de no dar nada por sentado, sacudir y desestabilizar las convenciones. Un intelectual está fundamentalmente por el conocimiento y la libertad (y nunca por el temor infundido desde posiciones de fuerza). En segundo lugar, su tendencia a ver las cosas no como irreversibles y permanentes; sino en su devenir, preguntarse cómo han llegado a esa situación y cómo podrían comportarse en el futuro. Por último, está su cualidad de no aferrarse a lo que perdió en el pasado; sino adaptar su insatisfacción a las nuevas circunstancias. Esta marginalidad puede entenderse como un pertenecer a ningún lugar sino pertenecerse, manteniéndose en el camino sin detenerse en ninguna morada, buscando, sospechando.
El intelectual encarna la sospecha y la sospecha se encarna en el intelectual, lo hiere. La sospecha hace en el intelectual lo que intelectual le hace a la cultura, a la moral y a la sociedad, la hiere.
¿Qué es un intelectual? ¿Qué es un intelectual marginal? Podremos pensar respuestas para la primera de las preguntas. Para la segunda, sólo decir que intelectualidad implica marginalidad, implica la sospecha y la búsqueda desvelada por aquello por lo que en la introducción sugería que hiere al intelectual.
¿Qué es un intelectual? La pregunta cobra tal abstracción que queda la interrogación de preguntarse por lo preguntado y el intelectual se me aparece como la pregunta para la cual por virtud no existe una respuesta concreta, bella o lógica sino una allanada en las márgenes, infeliz, oscura y recurrente a sí misma.

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