lunes, 9 de abril de 2012

El libre albedrío


¿Qué esperaba? ¿Qué esperábamos de una película de este tamaño? ¿Esperábamos que no fuera lo que es?
Hablar de realidad quizá ahora sea hablar mal. Quizá hablar de individuos sea de suyo un error. El monstruo humano asusta sin asustar, sin hacer nada para ello. Pero a veces la diversidad, la pluralidad salen afuera a romper las reglas. A decirnos que la perfección, lo moralmente correcto y el propio poder de la voluntad son patrañas de un mundo de ficción que nos muestra sólo lo que queremos ver. Quizá cada quien sea un mundo y concediéndoseme esto, se cae a pedazos la abstracción que suscita el concepto de “normalidad”.
Ni estoy manifestando comprensión o apoyo a la causa del protagonista, ni me identifico con él. Creo que no podría comprender. Porque lo que somos a veces es simplemente incomprensible aunque esto hiera nuestras pretensiones de saber de los otros, de ponernos en el lugar del otro (con lo absurdo que esto suena) o comprender al otro (y esto me suena francamente imposible).
La pregunta por el otro aparece como una incógnita pero difícilmente aprendemos a vivir con preguntas sin respuesta. Por ello respondemos, por nosotros y por lo demás sin saber mucho y generalmente sin saber nada. La cotidianeidad no acostumbra a encontrar amor detrás de una comprensión real de aquel espectro infinito que somos cada uno. Creo que en esta cinta algo así sucede. Ojalá la “disfruten” (por supuesto, disfrutar no implica experimentar agrado, alegría o felicidad. “Disfruten” de la naturalidad que traspasa la pantalla y nos pregunta más allá de la posibilidad de dar respuestas).

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