jueves, 13 de septiembre de 2012

El niño del libro de dinosaurios

¿Quién era? ¿Quién soy? Aun Puedo verme pasar ante mí mismo embarrado de mugre del patio, entrando a la casa sin limpiarme los pies y escucho a mi vieja gritando. Voy directo a la heladera a buscar un poco de agua. Vuelvo a salir afuera y mi vieja vuelve a gritarme por la mugre que llevo encima. Busco al perro por todo el patio, lo llamo, sale de la pieza del fondo y corre hacia mí como si no me viera hace siglos. Acababa de irme adentro, a tomar agua. Estaba de vuelta ante el perro que me miraba y de repente, había olvidado qué venía a hacer afuera. Ya estoy grande para jugar como un niño. Pero vi a lo lejos, desparramados, algunos muñecos de Los Caballeros del Zodiaco, corro, me tiro un panzazo a la tierra y Grecia es un poroto al lado de mi santuario de rasti. Agarro la manguera porque hacen falta algunos pantanos y lleno de barro la galería por la que ayer habían pasado el trapo. 
Mi vieja me pregunta si estoy usando la manguera, le contesto que sí y me grita que ya que estoy, me ponga a bañar al perro. El perro me mira deprimido y se fuga a la pieza debajo de un canasto. Yo sigo acá, jugando a la guerra con las manos pequeñas metidas en el barro. Ya estoy grande para jugar en el barro. Me levanto y me enjuago con la manguera un poco los brazos, ya escucho los gritos de mi vieja sin escucharlos, las zapatillas están inmundas y la galería ha quedado un espanto.
Me detengo un instante a no pensar y voy chapoteando hasta la pieza a sacar el perro de abajo del canasto. No esta, miro a mis pies engrandecidos y entonces sin una sola gota de barro.  Mis manos, mirándome y recordándome que soy un hombre y que estoy grande para andar jugando.
Salgo de la pieza, pensando, dónde me habré ido cuando crecí, cuánto me extraño. 
¿Por qué uno no piensa, cuando es un niño, que va a ser un grande? Quizá en un movimiento pretensioso de la mente, siendo adulto,  uno pueda pensarse un poco más viejo, un poco más viejo y un poco más viejo. Quizá podamos fantasear con el paso del tiempo aunque mal no sea que termine convirtiéndose en la peor de las pesadillas.
Ayer recordé algo que había olvidado. El recuerdo trajo consigo un inentendible entusiasmo. Es, ante todo, una virtual pavada.  Recordé un viejo libro de dinosaurios que me regalaron mis padres. Era de esos en los cuales las ilustraciones tienen movimiento, uno tiraba de unas “banditas” y los dinosaurios se movían. Era un libro espectacular, ignoro qué habrá sido de él. Sería hipócrita de mi parte el no asumir que me fascinaría tenerlo en mis manos ahora, no por el libro, sino por mí.
Es cierto que los mas grandes siempre repiten: “cuando tengas mi edad vas a entender muchas cosas”. He alcanzado, afortunadamente, la edad de muchos que ahora son mucho más grandes y aun no consigo entender casi nada. Porque uno no piensa, cuando es un niño, que va ser un grande y crece. Ve marchitarse y florecer tantas veces las mismas flores y se queda, va quedándose en cada descubrimiento. De repente, está acá o no está, porque está en todos lados con la mente volando tan lejos que ningún espacio podría ser una cárcel y ningún tiempo podría volverse límite.
Porque uno no piensa, cuando es un niño, que va a ser un grande y pierde los libros de los dinosaurios. 

Un triceratops  Lucecita, gracias...

Imagen - Fluorencia Carrizo (http://www.fluorencia.com.ar/)

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