martes, 7 de agosto de 2012

Esa niña del violín


Tengo una recurrencia muy fuerte a abrumarme por “cosas pequeñas”, por “detalles” dirían algunos, pero la cuestión es quién está capacitado para definir el peso de las circunstancias. Quién, en su ignorancia, puede adjetivar “detallismos” o “pequeñez” a aquello que me abruma y tanto así que me excede.
Es cierto que vivimos una vida compleja y atiborrada de sucesiones momentáneas que no dan tregua si uno pretende vivirla intensamente. Todo está ahí y, de repente, todo no está. Todo cambia y hay otro todo inaprehensible que se nos está escapando como se nos escapa el tiempo o nos rehúyen los detalles, los gestos, el significado de las palabras, los sentimientos y las poesías.
Sin querer y con cierta envidia recuerdo al “boludo” de la Balada del boludo de Isidoro Blaisten (1933-2004) que usaba el corazón de corbata y lo llevaba bajo la lluvia aunque se mojara. Cuánto se nos queda en ese no mirar las estrellas para abajo, en ese no mirar la lluvia desde arriba. Cuánto en pos de no ser unos “boludos” como diría mi estimado.
Y estamos, sumidos en esa epopeya trágica que nos olvida tanto como nos olvidemos de eso, de aquello, de esto otro, de nosotros. De esa astucia intratable que teníamos cuando llegamos al mundo y decíamos nuestras primeras palabras, robábamos nuestros primeros besos o nos desvelábamos las primeras veces.
Me asusta la vida pero me asusta bastante más la muerte. Inevitable la segunda, sólo puedo entretejer una interesante dialéctica con la primera, que está ahí ininterrumpidamente reclamando-se, reclamando-me.
Ser, haber sido, ser nuevamente y seres futuros. ¿Cómo separamos tajantemente aquello que concebimos como sido y nos ha acarreado y viceversa hasta este ser actual? ¿Cómo acuchillamos una identidad pretendidamente continua? ¿Cómo desgajarnos como a una simple naranja cuando apenas podemos concebirnos uno mientras nos miramos inocentemente a un espejo? 
Somos, es una certeza física y hasta matemática, fuimos y podemos exceder ese estado psicológico que nos posiciona en retrospectiva acudiendo a la póstuma materialización de nuestro ser pasado en una fotografía. Seremos, al menos por ahora, ahora, ahora y quizá en esa añoranza humana de existir un ratito más.
¿Fuimos niños? ¿Somos adultos? ¿Seremos viejitos? Prefiero abstraerme hasta, por lo menos, sentir lo contrario.
¿Será que va quebrándose esa identidad y estamos tan lejos mi yo de mis otros yoes? Hasta la palabra “identidad” nos sugiere continuidad, nos sugiere que somos ese uno “idéntico” a si mismo y hasta nos documentan con un D.N.I. (prohibido cambiar debería decir, prohibido volverse adulto debería decir, prohibido dejar de sonreír, prohibido volverse un espasmo, prohibido hacerse viejo y sentir nostalgia, prohibido vivir).
Me quito todos los sombreros que jamás usé ante la vida que me abruma y me invita todo el tiempo.
Agarro este corazón de metáforas para ensuciarlo, mojarlo, jugar con él y tanto más.
El tiempo pasa para nosotros, pero ¿qué sabrá la vida del tiempo?

1 comentario: