sábado, 2 de junio de 2012

El otro


Incertidumbre. Quizá la de ser uno, o ninguno, o todos. Cuán extraño es el sabor del desconocimiento en vías del reconocimiento de lo obscuro, lo plural, de un yo cuya unidad se cae de a pedazos a cada instante de vida.
El otro sugiere el título de la película casi con la inocencia de un perfecto ignorante. El ser posible se despliega apenas y se expresa en esa capacidad del protagonista de flotar por encima de un mundo adaptado a las identidades “únicas” y a las conductas “apropiadas”. Sólo locos o esquizofrénicos gozan de la libertad para romper públicamente los órdenes establecidos y pretendidos de una sociedad que en la superficie sólo acusa pobreza.
El protagonista de-mente, cuya mente se aleja inexorablemente de todo y de nada pero bienvenida sea la introducción a la etimología de las palabras que desconocemos y tan fácilmente descalificamos.
Del mundo de las preguntas, estimo que la más recurrente es por quiénes somos y cuánto ignoramos de esa unidad que se presenta como un cuerpo (uno) y la mente que lo piensa que difícilmente pudiéramos encasillar en algo tan sencillo como un trozo de carne. Quiénes no somos es otra pregunta y lo certero es que no basta una vida para contestar las preguntas. Los límites, los pretendidos, no están tan bien dibujados por el aburrido instinto moral y cada vez que el trazo es débil, el instinto real, el natural, desdibuja esa normalidad dejando que el monstruo sea por un breve periodo de tiempo.
Quiénes somos y quiénes no, me recuerdan un poco a “Uno, ninguno y cien mil” (“Uno nessuno e centomila” 1926) de Luigi Pirandello y a esa descarnada escena inicial en la que Vitángelo Moscarda se encuentra frente al espejo mirándose la nariz y cuyo proceso de des-identificación se inicia a partir de decirle a su mujer que deje de usar ese apodo que acostumbraba a usar con él. Brillantemente dirá luego que “un nombre no es sino esto, una inscripción funeraria. Corresponde a los muertos. A quien ha terminado yo estoy vivo y no acabo. La vida no acaba. La vida no sabe de nombres.”  
Hemos venido a la vida precipitándonos sin un nombre (uno) y una identidad (una). Pero aquí estamos, preguntándonos por nosotros mismos en la dificultad de esquivar las preguntas que no sean nuestras, las impuestas. Quien sepa del sabor de la desambiguación de esa identidad aparentemente fina y escueta, sabrá de qué intento hablar aquí.
Entonces quizá comprenda que yoes hay muchos, tantos como nosotros posibles. Obviamente me he zafado de mi propia categoría “algunas películas interesantes”.

A mi amigo Pablo,

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