viernes, 22 de junio de 2012

Otros límites


Hace algunas semanas nuestra discusión había sido en torno a los límites continentes de los discursos actuales, principalmente, los discursos politizados, o mejor dicho interesados que dejan bastante por fuera de sí a la política.
Los otros límites, como mencionamos en el título de hoy, no podrían ser enunciados todos específicamente porque no podría acabar la tarea. Esos límites, a los que me referiré llamándoles “los otros”, son los límites que tenemos todos pero que, por determinadas cuestiones, estimo que no son propios de cada uno sino que los describiría más bien como impuestos o, redundando un poco, postizos.
Los otros (límites), para no caer en generalizaciones vacuas, podremos encontrarlos en algunos miedos, en los prejuicios, en la soberbia, en la subestimación, en la arrogancia y aun en una especie de malentendida valentía. Todos sabemos básicamente de qué se tratan los prejuicios, de hecho todos los tenemos y fácilmente podemos identificarlos. Lo mismo pasa con nuestros miedos, todos conocemos nuestros propios miedos. La soberbia, la arrogancia y la subestimación de los otros o de uno mismo, son límites distintos. Quizá no los reconozcamos tan fácilmente, quizá incluso sean capaces anular cualquier posibilidad de pensamiento crítico sin anunciarse o sin verse identificados como tales.  Cualquiera sea el caso, estos otros límites, limitan todo aquello cuanto abarcann y, dado el caso, se trata de nuestra vida, de la vida de cada uno contenida en sus propios límites. La malentendida valentía, no suscita complejidades, es aquella voluntad del imbécil que ha creído que ser valiente es hacer cualquier cosa olvidándose de su propia humanidad o, peor aún, de la humanidad de los otros.
Entre descripciones, nos alejamos del foco central del artículo, las limitaciones, cualesquiera sean, están ahí, impidiendo ampliar la perspectiva, mirar desde otro lado, conocer aquello que se desconoce y, en algún punto muy recóndito y de ser posible, entender algo.
Pero esto no es todo, esos límites están ahí, en cada uno, prácticamente acosándonos como propios pero yo estimo que no son tan propios como creemos. Es decir, nuestros límites, los otros límites, no son tan nuestros como nosotros los identificamos. Por esto es que digo que son impuestos, postizos, o importados. Porque son el producto de una tradición equivocada, sesgada, doctrinal, que se construye subvirtiéndose, trastornándose (y por qué no trastornando), apresando pluralidades en límites escuetos, desindividuantes. Que trastornan la individualidad volviendo al individuo una metáfora de sí mismo, una imagen que lo identifica pero que no lo contiene. Porque contenerlo significaría destrozar aquellos límites en los que pretende perpetuárselo. Son los límites de los otros, son “los otros” volviéndonos más ellos y menos nosotros, volviéndote mas muchos y menos uno.
¿Qué es entonces aquello que al pasar llamamos individualidad en los debates actuales? ¿Cuáles son aquellas voces pretendidamente plurales que presumimos escuchar? Y por último, ¿estamos realmente encaminados hacia la libertad o nos hemos quedado vilmente con la palabra bonita y vilmente olvidamos su significado?
Si pudiera olvidarme de mí mismo tantas veces como me tengo presente, ya no sería yo.

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