miércoles, 13 de junio de 2012

El ser escritor



Anoche leía una definición de escritor muy poética pero que me sería difícil afirmar como cierta. En realidad, creo que me sería difícil afirmar como cierta casi cualquier cosa. La definición, bella en su definir, sugería que ser escritor era tener el don de leer la hoja en blanco. Identificado con la vocación,  uno no puede sino suspirar profundamente antes tales palabras. Pero, ¿es eso lo que hacemos? ¿Tenemos el don de leer en las hojas en blanco? Y por último, ¿qué será aquello que al paso llamamos dones?
Me quedo entonces por ese breve instante que separa el texto del adefesio literario mirando la hoja en blanco que no dice sino sólo muchas preguntas que aun no he escrito.
Creo que esta hoja a medias llena, a medias en blanco se parece a mí y, a medida que va llenándose, va volviéndose eso que fui en un instante de este tiempo inmenso y continuamente pretérito.
Justamente anoche, que leía definiciones, leía canciones y leía Para mi es algo más de Nicola di Bari que comienza diciendo “Para ti /el cielo azul de la noche, /es tan solo un color. /Y basta. /Para mí, /es volver a pensar, /en un viejo dolor/que mata.” No podía sino perderme entre los versos y las estrofas impregnados de una vena romántica como pocas y pensar que no sólo para el que ama, sino también para el que tiene en frente las hojas en blanco es que todo, absolutamente todo es algo mas. Por esto es que ninguna definición podría ser lo suficientemente extensa u omni-comprehensiva de aquello que lo hace a uno un escritor.
Por caso, creo que a un escritor también lo hacen sus libros, los que lee, los que le regalan, los que compra y a veces olvida en esos desórdenes que suelen ser las bibliotecas que comienzan con un estante, siguen un una mesa de luz y termina expandiéndose a la cama, los sillones de la casa o cualquier superficie en la cual puedan quedar las cosas. Lo innegable es que los libros además de quedar muy bien como adornos por toda la casa, quedan en ese ser escritor. Por ello pensaba en Nietzsche y en un texto en que separa tajantemente al hombre intuitivo del hombre racional. El racional es el científico y el intuitivo el artista; es tan irracional el último como poco artístico el primero pero ambos ansían dominar la vida, sugiere Nietzsche. Este hombre intuitivo vive instalado en la desmesura, vive de manera intensa, es más feliz, pero también más desgraciado en el sufrimiento, acepta la vida tal cual es dándose plenamente sin ningún parapeto. Creo que el escritor tiene mucho de artista y muy poco de científico, que se debe infinitamente más a su intuición flotante que sus pasos firmes en esta tierra aterrante aun debiéndoles también mucho a ellos.
Pensaba entonces esta cuestión de los dones. Lo cierto es que no consigo dirimir si son reales o imaginarios, no consigo separarlos de las necesidades, o simplemente separarlos de la vida como una expresión en cualquiera de sus ámbitos. Si es que tuviera un don, creo que me inclinaría mas a pensar que tengo el don de la necesidad vital de hacer exactamente esto que estoy haciendo ahora porque realizarlo es realizarme, porque escribir es escribirme.
Aun desgaritando de poesía a la prosa, es la sangre de quien escribe la que queda en cada frase, en cada verso, en cada estrofa. La sangre, el aire y la vida se van quedando instanciados entre medio de aquellos que sudan, sufren y mueren y entre medio de aquellos que ven sudar, ven sufrir, ven morir y mueren. 
Qué de las lunas, los soles, las mañanas, las tardes o las noches. Qué del amor, los besos o el sexo. Qué de la muerte, el tiempo y la distancia si nadie los dijera. Quizá aun serían lo que son si nadie los expresara, estarían ahí o al menos no podría negárseles el haber estado. Pero qué si nadie hubiera imaginado una boa habiéndose devorado a un elefante, qué si nadie hubiera pretendido bajar al mismísimo infierno a buscar su fe perdida, qué si nadie hubiera encontrado poesía en el silencio que para muchos dice nada y sin embargo, tanto dice. Sólo me invade la injusticia de haber hecho tres reseñas, tres nostálgicas e inolvidables reseñas.
Me abrumo, solo, es de día, hay un vaso bebido de jugo de naranjas sobre la mesa y el cadáver de una manzana que teme ser arrojado a la obscuridad.

Feliz día a todos los que escriben
13/06/2012

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