miércoles, 15 de agosto de 2012

Los líderes


El Coronel (Relato breve sobre la batalla de San Lorenzo)


La noche cálida se aleja y se acerca el alba. Nadie dormía y nadie había dormido. El fresco del amanecer se cuela por las ventanas y el instinto de muerte de los hombres corta el aire. La respiración ha desaparecido con la llegada de los primeros rayos de sol.
Ya no hay tiempo, algunos se detienen para abotonarse la casaca y el coronel en silencio los mira. Se apresuran y corren, botones desprendidos y lanza en mano, afuera los esperan ansiosas la gloria y la muerte. Sólo queda un hombre alistándose en el convento. El coronel mira al suelo mientras expira una bocanada de humo. Se acomoda el falucho y su áspero rostro le clava la mirada al tembloroso soldado…

- ¿Tiene miedo Baigorría?
-  Sí señor, mucho señor...
- ¡Envaine Baigorria y asegurese de que esos hijoputas se caguen en los pantalones!
- ¡Sí señor!

Baigorria sale al trote, El Coronel recorre la habitación con la vista y suspira profundamente. Su mano derecha palpa el sable y su mano izquierda le rasca la barbilla. Termina de abotonarse por fin la casaca y camina hacia fuera.
Ciento veinticinco machos montados y cincuenta machos a pie miran dubitativos al Coronel que desciende pausadamente los escalones del convento. Un miliciano le acerca su caballo y El Coronel se monta en el mismo lentamente.
Las miradas de los hombres se cruzan todas, los caballos parecen ansiosos y el cura franciscano se asoma por la ventana para saludar amablemente al Coronel. El Coronel lo mira y asiente con la cabeza sin emitir un sonido.  Sólo se escuchan las patas de las bestias sacudir la tierra. El Coronel levanta su brazo e indica que es hora de avanzar. Los caballos de a poco comienzan a andar.
Mientras tanto, dos cañones, cuarenta fusiles y doscientos cincuenta realistas abandonaban el barco en las tranquilas aguas del Paraná. Se dirigen hacia el convento para buscar suministros.
Los machos aguardan en la retaguardia del convento, aguardan el sonido de la patria, aguardan el sonido de la muerte.
En un movimiento de pinza se desplazan los machos conducidos a la izquierda por El Coronel y a la derecha el capitán Bermúdez. 
Suena el clarinete y se hielan las pieles de todos, se hielan y se queman. Al galope, desenvainan y los gritos de terror son escalofriantes e inentendibles. El Coronel tiene tiempo para darse cuenta de que ha fallado el pronóstico: el ala derecha llegará tarde a la batalla. El calor le sube por la espalda y no se inmuta, su sable tiene sed de sangre española y él mismo tiene sed de credibilidad.
El Coronel atraviesa de un sablazo a un contrincante y se alza una polvareda que no deja ver al metro. Un disparo corta la carrera del caballo y la bestia se desploma violentamente. El Coronel atontado intenta levantarse y no hay esfuerzo que se lo permita. Su pierna ha quedado atrapada entre la bestia y su tierra. Se oyen cañonazos y por detrás se escuchan los sablazos desgarrar la carne humana. El Coronel enfurecido lucha contra el peso de la bestia que le ha roto la pierna. Él sabe que la muerte lo asecha. Un realista eufórico corre hacia él mientras destila por los poros el instinto asesino. La sangre salpica la cara del Coronel pero el no siente nada. Cuando aclara su visión, el realista se desvanece ante su mirada trémula atravesado por una lanza. El Coronel recorre un poco el paisaje y ve a Baigorria empuñando la lanza que le ha salvado la vida, Baigorria lo mira al Coronel y El Coronel lo mira a Baigorria…

-¡Pelee mierda!- Grita El Coronel…

El Coronel sigue sintiendo el asecho de la muerte. Un moreno analfabeto que murmura en guaraní  intenta ayudarlo. Cuando El Coronel se ha zafado por fin del apretón del caballo, el moreno que lo observaba reponerse es atravesado por un sablazo, otro y otro sucesivamente hasta contar más de diez. El Coronel recoge una lanza y atraviesa al invasor asesino del aborigen negro que yace agonizante en el suelo al tiempo que el ala izquierda comandada por el captan Bermúdez se incorpora a la batalla.
Los realistas, superiores en número, se ven desbandados y comienzan a huir despavoridos. Algunos se lanzan por el barranco, la mayoría, con suerte, consigue llegar a la flota.
Han pasado apenas diez minutos y yacen más de cien cuerpos en el suelo, más de cincuenta de ellos yacen sin vida. El olor a sangre y a tierra invade el aire, El Coronel sólo respira gloria, la gloria de los nuestros.
Bermúdez, herido por un disparo, desciende de su caballo y se acerca al Coronel, El Coronel le da una palmada en la espalda y se dirige rengo hacia el negro que todavía agonizaba. Se inclina entonces a pesar de los golpes y apoya cálidamente su mano sobre el pecho del enorme  macho afroindigena que lo mira con los ojos perdidos y apenas si tiene fuerza para quejarse. El Coronel formaliza en una sonrisa retorcida un gesto de agradecimiento. El negro se inclina apenas y sujetándose del hombro del Coronel dice a desgarrada voz…

- ¡Muero contento, hemos cagao a esos mierdas!    


FIN

Los líderes tienen algo además del cúmulo de caracteres que se le puedan reconocer. Estimo que tienen algo que produce más que una admiración empalagada por el éxito y mucha menos alquimia y más humanidad de las que se les suelen adscribir en los discursos.
Quizá aquellos grandes líderes hayan entendido, no sin haber tropezado varias veces, que el oponerse ideológicamente sólo debe fundarse en razones que ellos mismos hayan sometido a un obsesivo examen. Quizá hayan entendido, no sin renegar muchas veces de sus propios egos y soberbias, que los proyectos se construyen y que para llamarse intelectualmente proyectos deben ser construcciones que no pueden tener basamento en una premisa remota y personalizada. Quizá hayan entendido, no sin padecer una suerte desfavorable muchas veces, que la buena fortuna es sólo eso y que es el empeño y la capacidad lo que acerca los hombres a las proezas y no las fantasías infundadas y la fanfarronería barata. Quizá hayan entendido, no sin dudar y temer muchas veces, que la duda es el principio de cualquier conocimiento y que el miedo es tan humano como el hombre mismo.
Los hombres no somos iguales, ni si quiera ante las leyes que proclaman la igualdad. No todos son líderes, por esto es que estimo que los líderes tienen algo que rebasa la capacidad de institucionalizar las revoluciones, que escapa casi con terror a institucionalizarse a sí mismos como  representantes de la política, porque entendieron que la política se acaba cuando no se trata de todos y comienza a tratarse de uno.
Los líderes tienen algo de patriotas pero tienen mucho más de hombres libres. Jamás podrían quitarles la libertad. Porque albergaban libertad tanto como albergaban la mortalidad que todos albergamos, porque entendieron que la libertad no era creer que lo imposible era realizable, entendieron contra todos los prejuicios, que el hombre es la medida de sus posibilidades no porque estas sean infinitas, sino porque sólo se puede ser libre si se conocen las posibilidades.
Que vasta enseñanza a partir del ejemplo y de la hazaña nos han legado hombre como El Coronel José Francisco de San Martín que no fue libre ni por impetuoso ni por atrevido. Fue libre porque jamás pudo negarle al hombre que él era lo que más tenia de suyo, la libertad. Fue líder porque siendo todo lo que fue, sólo fue un gran conocedor de sus posibilidades.
El honor de describir a un hermano de la libertad no se agota ni en diez ni en mil palabras, el aniversario por la muerte de San Martín no es sólo un gran día para la patria, debiera ser por decreto el día de la libertad.

1 comentario:

  1. LONARDO: me encanto tu semblanza de un verdadero lider en todos los aspectos, no solo en el militar, toda su vida fue ansiar, proyectar y concretar la libertad de toda america,QUE ESPIRITU LBERTARIO NOS LEGÓ, GRACIAS PADRE DE LA PATRIA, ojala podamos seguir sus valores, en esta patria tan convulsionada, egoísta e individualista, tan lejos de su entrega total a sus compatriotas. TE FELICITO CARIÑOS
    MARTHA ROMERO

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